Meditaciones: 11 junio, San Bernabé

Reflexión para meditar la fiesta de San Bernabé. Los temas propuestos son: colaborador de san Pablo; una vida intensa y fecunda; diversidad entre los primeros cristianos.

AL LEER los Hechos de los apóstoles, llama la atención el elevado número de colaboradores que acompañaron a san Pablo a lo largo de su vida. El apóstol de las gentes supo apoyarse en otros, estuvo abierto a trabajar con los demás, sin hacerlo todo él solo. «San Pablo no actúa como un "solista", como un individuo aislado, sino junto con estos colaboradores en el "nosotros" de la Iglesia. Este "yo" de Pablo no es un "yo" aislado, sino un "yo" en el "nosotros" de la Iglesia, en el "nosotros" de la fe apostólica»1.

Entre los compañeros más cercanos, desempeñando un papel particularmente importante, destaca la figura de san Bernabé. Se trata de un judío de la tribu de Leví, oriundo de Chipre. Fue uno de los primeros que abrazaron la fe en Jerusalén, después de la resurrección de Jesús. Para aliviar las necesidades de los más necesitados, vendió un campo y entregó el dinero a los apóstoles (cfr. Hch 4,37). Esta manifestación de generosidad no fue un hecho aislado, sino algo constante, que se extendió a toda su vida.

Cuando llegan noticias hasta Jerusalén de la buena acogida que ha tenido el Evangelio en Antioquía de Siria, los apóstoles enviaron a Bernabé. «Cuando llegó y vio la gracia de Dios se alegró, y a todos les exhortaba a permanecer en el Señor con un corazón firme» (Mt 11,23). Más tarde, salió para Tarso en busca de Saulo; lo encontró y fue con él a Antioquía. «Enviados por el Espíritu Santo» (Hch 13,4) trabajaron juntos en la evangelización de esa importante ciudad durante un año entero, y fue allí donde por primera vez llama­ron «cristianos» a los discípulos. Posteriormente, acompañó a San Pablo en su primer viaje misionero, recorriendo las regiones de Chipre y Asia menor, en la actual Turquía (cfr. Hch 13-14). Sufrieron, «llenos de valor» (Hch 13,46), muchas dificultades por el Señor. Sin embargo, gracias a san Bernabé, «la palabra del Señor se propagaba por toda la región» (Hch 13,49).


BERNABÉ es descrito como «un hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe» (Hch 11,24). En su vida, desde sus primeras experiencias apostólicas hasta su muerte, fue un incansable testigo del Evangelio. Su afán apostólico surgía del mandato de Cristo que escuchamos el día de su fiesta: «Id y predicad: El Reino de los Cielos está cerca. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, expulsad los demonios (…). No llevéis oro, ni plata, ni dinero en vuestras bolsas, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón, porque el que trabaja merece su sustento» (Mt 10,7-10).

La vida de Bernabé estuvo cargada de una intensa actividad porque en esta misión encontró el sentido de su vida. Trabajó por el evangelio con total generosidad, como el Señor les había pedido a sus discípulos: «Gratuitamente lo recibisteis, dadlo gratuitamente» (Mt 10,8). Según cuentan los Hechos de los Apóstoles, Dios bendecía sus pasos con abundantes frutos: así por ejemplo, después de su predicación en Antioquía, «una gran muchedumbre se adhirió al Señor» (Mt 10,24). La confianza en Dios sostenía todo su trabajo. En su fiesta, la liturgia pone en nuestros oídos una súplica a Dios para que nos conceda «anunciar fielmente con la palabra y con las obras el Evangelio que él [Bernabé] proclamó con valentía» (Oración colecta).

San Josemaría escribe: «Yo te voy a decir cuáles son los tesoros del hombre en la tierra para que no los desperdicies: hambre, sed, calor, frío, dolor, deshonra, pobreza, soledad, traición, calumnia, cárcel»2. En la aventura de Pablo y Bernabé fueron muy frecuentes estos tesoros. «Si bien esta misión nos reclama una entrega generosa, sería un error entenderla como una heroica tarea personal (...). En cualquier forma de evangelización el primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su Espíritu (...). Esta convicción nos permite conservar la alegría en medio de una tarea tan exigente y desafiante que toma nuestra vida por entero. Nos pide todo, pero al mismo tiempo nos ofrece todo»3.


PABLO Y BERNABÉ tuvieron al inicio del segundo viaje misionero un desacuerdo, a causa de Marcos, un joven cristiano. Bernabé quería llevarlo consigo, pero Pablo se negaba, porque Marcos les había abandonado durante el viaje anterior (cfr. Hch 13,13; 15, 36-40). A partir de esta diferencia, sus caminos se separaron. Bernabé, con Marcos, se dirigió a Chipre (cfr. Hch 15,39), mientras que Pablo siguió el viaje sin ellos.

Efectivamente, entre los santos también se pueden dar desacuerdos. Es normal que unos tengan opiniones o sensibilidades distintas de otros. «Los santos no han caído del cielo. Son hombres como nosotros, incluso con problemas complicados. La santidad no consiste en no equivocarse o no pecar nunca. La santidad crece con la capacidad de conversión, de arrepentimiento, de disponibilidad para volver a comenzar, y sobre todo con la capacidad de reconciliación y de perdón (…). Por consiguiente, lo que nos hace santos no es el no habernos equivocado nunca, sino la capacidad de perdón y reconciliación»4.

El ambiente de los primeros cristianos, en el que vivió san Bernabé, puede ser un modelo para nosotros, por su clara convicción de que el Evangelio ilumina vidas muy diversas entre sí. Se comprende que san Josemaría haya tenido sus ojos puestos en estas primeras comunidades. Por eso, «la diversidad que existe y existirá siempre entre los miembros del Opus Dei es (...) una manifestación de buen espíritu, de vida limpia, de respeto a la opción legítima de cada uno»5. Podemos pedir a Dios, por intercesión de santa María, el fervor apostólico de san Bernabé y la gracia para vivificar ambientes cristianos como lo hicieron aquellos primeros discípulos.

Todos los cristianos servimos al Evangelio contando con los dones que Dios nos ha otorgado y según nuestra vocación personal. Para ser siempre fieles contamos con el auxilio de nuestra Madre del Cielo, Reina de los Apóstoles. A Ella le pedimos que no nos abandone nunca.


Benedicto XVI, Audiencia, 31-I-2007.
San Josemaría, Camino, n. 194.
Francisco, Evangelii Gaudium. n. 12.
Benedicto XVI, Audiencia, 31-I-2007.
San Josemaría, Conversaciones, n. 38.