Teníamos 24 años yo y 19 ella cuando empezamos a salir.
Nos conocíamos desde hacía un par de meses y ya habíamos salido algunas veces solos (cine, parques, paseos por el centro de la ciudad y largas charlas, una cena en mi casa...). Una semana después empecé a presentársela a mis amigos y ella me invitó a un pub a conocer a sus amigas. Recuerdo que sus amigas me preguntaron qué estudiaba en la universidad, de qué equipo era hincha, de dónde era (vivía en Roma, pero hacía poco que me había mudado de otra ciudad) y otras curiosidades por el estilo.
No iba a Misa desde la primera Comunión.
Mis amigos romanos, algunas de las personas que me orientaban espiritualmente y, en general, el entorno que frecuentaba relacionado con los medios de formación de la Obra casi siempre tenían una única pregunta: «¿Eres creyente? ¿Vas a misa?». La respuesta era, muy sinceramente: 'No. No voy a Misa desde la Primera Comunión'.
Para mí era algo muy normal, en el sentido estadístico de la palabra: la mayoría de las personas que había visto en el colegio, la universidad y en mis primeros años de trabajo habían dejado de ir a Misa entre los diez y los doce años, (aproximadamente en los años entre la primera Comunión y la Confirmación). A mí, a pesar de tener una vida de fe, me parecía normal salir con una chica que no la tenía. También había sido así con las dos chicas con las que había salido en los años anteriores.
Cuando te gusta alguien lo primero que le preguntas no es «¿vas a Misa? ¿Crees en la Trinidad?», sino que quieres saber qué películas le gustan, dónde ha viajado, sus historias personales, si tenéis cosas en común. La fe puede ser una cosa en común, pero si sólo hay eso, al menos para mí, no es suficiente para crear una relación que dure toda la vida. Debe haber mucho más: por ejemplo, si os gusta pasar el tiempo libre de la misma manera, si tenéis la misma forma de bromear, si sentís una fuerte atracción física el uno por el otro, qué planes de vida tenéis para el futuro, etc.
¿Y qué vais a hacer con el bautizo de vuestros hijos?
Volviendo a la pregunta inicial sobre su fe, entonces, la respuesta era "no" y no suponía ningún problema para mí. Las preguntas que seguían solían ser: «¿Y qué hará con la educación de los hijos? ¿Y qué hará con el sexto mandamiento? ¿Y qué va a hacer con el bautismo? Y ¿cómo vas a hacer con esto y lo otro?» y mi respuesta era siempre la misma, con una buena dosis de ironía: “Acabamos de empezar a salir hace una semana, quizá rompamos dentro de un mes, ¿no es prematuro pensar en los niños y en cómo van a ser educados?”.
Mi idea es que las relaciones al principio hay que vivirlas día a día. Yo ya era supernumerario desde hacía un par de años e iba a Misa todos los días también. Y no se lo oculté ni un segundo a Ilaria y, de hecho, sentía mucha curiosidad. Era el primer practicante que conocía en años y desde luego el primero al que besaba.
Recuerdo que después de un par de meses de salir y cenar juntos le dije: "Oye, ya que la cosa va en serio, ¿quieres que nos conozcamos mejor?" Ella pensó inmediatamente en sexo, para ella eso era normal y era lo que había experimentado hasta entonces: que un chico que quiere conocerte mejor te lleve a la cama.
Le propuse exactamente lo contrario, con estas mismas palabras: «Sé que para ti es lo más extraño del mundo lo que te estoy proponiendo, pero vamos a intentar pasar seis meses sin acabar juntos en la cama y hablar el uno con el otro, conocernos, discutir, odiarnos y querernos, interesarnos por la vida del otro. Luego, si al final de esos seis meses sientes que echas de menos algo, hablemos de ello libremente y veamos qué pasa». Recuerdo la cara prácticamente de asombro de Ilaria, su risa y el hecho de que aceptara, quizás viviéndolo como una transgresión en comparación con lo que había vivido hasta entonces y con lo que tenía a su alrededor.
Seis años de noviazgo, cuatro de matrimonio, dos hijos.
Esos seis meses se convirtieron en seis años de noviazgo, cuatro años de matrimonio y dos hijos. Pero, ¿cómo nos fue durante esos seis años? Nos sentíamos pareja incluso sin la boda (no en vano celebramos el día en que empezamos a salir, donde empezó nuestra vida juntos, más que el día de la boda, que consideramos uno de los hitos de nuestra vida en común) y como en cualquier pareja hicimos muchos planes intentando no renunciar a nada.
Por ejemplo, viajamos mucho juntos, por Italia, Europa y el mundo: es sólo cuestión de organización, evitando dormir juntos nos organizamos yendo a visitar a amigos por Europa (muchos amigos estaban de Erasmus y algunos colegas en España o Marruecos nos acogieron), durmiendo en conventos o seminarios que acogen a peregrinos, alojándonos en residencias, etc. Escalamos innumerables montañas por toda Italia, vivimos tantas experiencias juntos (algunas de ellas dolorosas) que probamos suerte como pareja mucho antes de casarnos.
Otro ejemplo que me viene a la cabeza es que a mí me gusta mucho cocinar y a los dos nos gustan las películas y las series de televisión, así que durante años a menudo cenábamos juntos y luego veíamos una película o innumerables series de televisión en mi casa, que ya vivía solo. El compromiso era que hiciera frío o calor, fuera verano o invierno, no importaba a qué hora terminara (y a menudo terminábamos a las 2 o 3 de la madrugada), yo la llevaba a casa.
También hubo algunas peleas furiosas y reencuentros al cabo de las semanas. Éramos dos guijarros que con el movimiento agitado de nuestras vidas juntos se alisaban hasta encajar (¡nunca perfectamente!). Si en este camino hay alguna caída, es normal, no pasa nada. Estas palabras de san Josemaría me siguen reconfortando hoy: «¿Qué importa si tropezamos, si en el dolor de la caída encontramos la energía que nos endereza de nuevo y nos empuja con ímpetu renovado? No olvidéis que santo no es el que no cae, sino el que siempre se levanta de nuevo, con humildad, con santa obstinación» (Amigos de Dios, n. 131).
Cuando la relación se estabilizó y estaba claro que iba a durar, hablamos también de todas esas cosas que me preguntaban después de una semana de estar juntos. Muchas veces y a lo largo de los años. No son temas que se puedan agotar en dos horas de conversación. Encontramos nuestra propia manera de decidir sobre esos temas. Con argumentos humanos y sin utilizar el catecismo y la doctrina como garrote para golpear al que vive distinto.
Nuestros hijos, aunque sean muy pequeños, han sido bautizados y papá les hablará de Jesús y de un Dios que les ama. Puede que mamá se convierta algún día, quién sabe. Lo que siempre digo a los amigos que se lo preguntan es que lo importante no es tener una pareja que no cree, sino sobre todo que nos amemos profundamente.