- Dificultades y creatividad en la vida de José
- La actitud ante los problemas de una familia corriente
- Acoger la luz de Dios en lo ordinario
LA VIDA DE san José no estuvo libre de dificultades, grandes y pequeñas. De hecho, la costumbre de vivir de manera especial los siete domingos previos a su fiesta nace para contemplar sus siete gozos, pero también sus siete dolores. Por ejemplo, aquel cuando Jesús, a los doce años, se quedó en el Templo de Jerusalén sin que lo supieran sus padres. María, al encontrarlo tres días después, exclama: «¡Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos» (Lc 2,48). La Escritura es clara: san José había pasado muchas horas de tribulación, había experimentado la angustia de quien no halla lo más importante de su vida. También está, por ejemplo, aquel dolor del santo patriarca cuando el ángel le dice: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo» (Mt 2,13). Son palabras fuertes, que asustan, más al ser recibidas en medio de la oscuridad de la noche.
¿Por qué un varón tan justo tenía que pasar por estos y otros momentos difíciles? ¿Por qué alguien que procura hacer las cosas con tanta delicadeza y honradez a veces puede parecer que experimenta incluso más dificultades que los demás? Al contemplar los problemas por los que pasó san José, como encontrar techo para Jesús o tener que vivir como forastero, muchas veces «nos preguntamos por qué Dios no intervino directa y claramente. Pero Dios actúa a través de eventos y personas. José era el hombre por medio del cual Dios se ocupó de los comienzos de la historia de la redención. Él era el verdadero “milagro” con el que Dios salvó al Niño y a su madre. El cielo intervino confiando en la valentía creadora de este hombre»[1].
San José sabía que las dificultades, además de que no son extrañas en los planes divinos, pueden ser momentos de crecimiento en intimidad con Dios y de crecimiento personal en muchos ámbitos. Aunque, lógicamente, no busquemos pasar por este tipo de circunstancias, estas inevitablemente llegan, y entonces el santo patriarca puede ser un buen modelo e intercesor; puede enseñarnos a sacar de nosotros la valentía y la creatividad para transformar nuestro entorno y nuestro corazón en un lugar más de Dios. Son momentos en los que el Señor tiene una especial misión para nosotros, aunque no siempre lo alcancemos a comprender del todo.
LOS PROBLEMAS DE Jesús, María y José también eran los problemas de una familia corriente, como los que solemos tener en la nuestra propia, a veces costosos: traslados entre ciudades, cambios de casa, pérdida de trabajo, amenazas, dudas... En tantos aspectos, la vida de san José fue una vida normal y eso lo hace cercano a nosotros. Por ejemplo, «el Evangelio no da ninguna información sobre el tiempo en que María, José y el Niño permanecieron en Egipto. Sin embargo, lo que es cierto es que habrán tenido necesidad de comer, de encontrar una casa, un trabajo. No hace falta mucha imaginación para llenar el silencio del Evangelio a este respecto. La Sagrada Familia tuvo que afrontar problemas concretos como todas las demás familias»[2]. Es verdad que Dios puede resolver muchos de esos conflictos, antes y ahora, pero en su divina sabiduría no ha querido hacerlo, nos lo ha dejado a nosotros. «De Dios es la sabiduría y la fuerza, suyos son la inteligencia y el consejo» (Jb 12,13). Su milagro son las capacidades que ha dado a cada uno, enriquecidas por los dones del Espíritu Santo.
San Josemaría también experimentó dificultades y sufrimiento para llevar adelante su misión de ser padre y guía de santos: la muerte sucesiva de tres hermanas pequeñas, la humillación de la bancarrota del negocio familiar, las incomprensiones de algunos parientes cercanos, el fallecimiento de su padre poco antes de recibir la ordenación sacerdotal, etc. Y, al mismo tiempo, el Señor lo bendijo con un temple humano y sobrenatural para hacer vida el proyecto que Dios le había encomendado. De esta manera actúa el Señor con los suyos. Seguro que también nosotros disponemos –con mayor o menor abundancia– de esos dones para «confirmar en las almas y en la sociedad la paz y la concordia: la tolerancia, la comprensión, el trato, el amor»[3].
Nos puede servir el ejemplo de san José, que era valiente, proactivo, atento, siempre dispuesto a poner en práctica los milagros ordinarios que Dios le pedía. Y también podemos fijarnos en la vida de san Josemaría; aunque nunca le faltaron los problemas, fue una profunda vida de fe la que hizo posible ver detrás de todo la mano de Dios, que nunca nos abandona.
SAN JOSEMARÍA enseñaba que la vida ordinaria puede ser ocasión de encuentro con Dios, con «algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir»[4]. Por tanto, la propia vida está imbuida de un sentido divino, no podemos ir hacia Dios sin encontrarnos con el milagro de lo ordinario. El Señor ha querido esconderse discretamente en las cosas normales de nuestro día, sin imposiciones, para dejarnos verdaderamente libres de buscarle. Y parte de la vida corriente son las pequeñas dificultades de cada día: eso que no salió como planeábamos, una relación que quisiéramos que sea mejor, las complejidades que surgen en nuestro trabajo, etc. «Cuando nos enfrentamos a un problema podemos detenernos y bajar los brazos, o podemos ingeniárnoslas de alguna manera. A veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener»[5].
Estas circunstancias también pueden ser una ocasión para pedir más luz a Dios. Nos brindan la posibilidad de reforzar nuestro diálogo e intimidad con el Señor, para tomar fuerzas en llevar adelante su plan de amor en nuestras circunstancias. Así como José siempre recibió la palabra oportuna para afrontar las dificultades y cuidar así la Sagrada Familia, también nosotros podemos experimentar la cercanía y la voz del Señor que alienta e impulsa a brindar comprensión, paz, fortaleza, ánimo, a quien lo necesita. «De José debemos aprender el mismo cuidado y responsabilidad: amar al Niño y a su madre; amar los sacramentos y la caridad; amar a la Iglesia y a los pobres. En cada una de estas realidades está siempre el Niño y su madre»[6].
[1] Francisco, carta apostólica Patris corde, n. 5.
[2] Francisco, carta apostólica Patris corde, n. 5.
[3] San Josemaría, Carta n. º3, n. 38.
[4] San Josemaría, Conversaciones, n. 114.
[5] Francisco, carta apostólica Patris corde, n. 5.
[6] Ibíd.