Evangelio del sábado: Inmaculado Corazón de María

Comentario de la memoria del Inmaculado Corazón de María. “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?”: La Virgen María no entiende, pero se fía de Jesús porque los planes de Dios son más grandes que los planes de los hombres. Pidamos a María tener un corazón a la manera del suyo, siempre dispuestos a aceptar la voluntad de Dios.

Evangelio (Lc 2, 41-51)

Sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y cuando tuvo doce años, subieron a la fiesta, como era costumbre. Pasados aquellos días, al regresar, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo advirtiesen sus padres. Suponiendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino buscándolo entre los parientes y conocidos, y al no encontrarlo, volvieron a Jerusalén en su busca. Y al cabo de tres días lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles. Cuantos le oían quedaban admirados de su sabiduría y de sus respuestas. Al verlo se maravillaron, y le dijo su madre:

—Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos.

Y él les dijo:

—¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?

Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.


Comentario

Hoy celebramos en la Iglesia la fiesta del Inmaculado Corazón de María. Los Corazones de Jesús y de María están maravillosamente unidos desde el momento de la Encarnación. La Iglesia nos enseña que el modo más seguro de llegar a Jesús es por medio de María. El papa Pío XII estableció la fiesta para toda la Iglesia el 4 de mayo de 1944. Por medio de la intercesión de María obtenemos la paz entre las naciones, libertad para la Iglesia, la conversión de los pecadores, amor a la pureza y la práctica de las virtudes.

En el Evangelio de hoy, la Sagrada Familia acude al Templo de Jerusalén. Lo hacen por devoción. La Ley de Moisés obligaba a los varones israelitas a presentarse ante el Señor tres veces por año: en Pascua, en Pentecostés y en la fiesta de los Tabernáculos. Ese deber no afectaba a las mujeres ni a los niños antes de que cumplieran 13 años. Además, en tiempos de Jesús, era costumbre que sólo los que residían a menos de una jornada de viaje hiciesen esa peregrinación, que además se solía limitar a la fiesta de Pascua. Como Nazaret distaba de Jerusalén varios días de camino, tampoco José se hallaba estrictamente ligado por el precepto. Sin embargo, tanto él como María iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de Pascua (Lc 2, 41).

En el camino de vuelta, los varones y las mujeres viajaban por separado. Los niños podían ir con cualquiera de los dos grupos. María y José se percatan de que Jesús no está y angustiados le buscan entre los parientes y conocidos (Lc 2, 44). A toda prisa, quizá esa misma noche, regresaron en su busca a Jerusalén. Al tercer día de búsqueda lo hallaron en el Templo. Lo encontraron sentado en medio de los doctores, escuchándolos y preguntándoles. Y cuantos le oían, quedaban admirados de su sabiduría y de sus respuestas (Lc 2, 46-47).

También la Virgen y su Esposo, al verlo, se maravillaron (Lc 2, 48). Pero su asombro no se debía a la sabiduría de las respuestas, sino a que era la primera vez que sucedía algo semejante: Jesús, el hijo obedientísimo, se había quedado en Jerusalén, sin avisarles.

—Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos. Y Él les respondió: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que Yo esté en las cosas de mi Padre? Pero ellos no comprendieron lo que les dijo (Lc 2, 48-50).

Ellos no comprendieron la respuesta que les dio (Lc 2, 50). María y José no entienden. Jesús quiere revelar los aspectos misteriosos de su intimidad con el Padre, aspectos que María intuye, pero sin saberlos relacionar con la prueba que estaba atravesando. La respuesta de María es admirable. En lo más profundo de su alma conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón (Lc 2, 51).

Al recibir esa respuesta, sin comprenderla, María y José acataron los planes de Dios, con una humildad y una docilidad plenas. Es una lección para todos los cristianos, que nos invita a aceptar con amor las manifestaciones de la Providencia divina, aunque en ocasiones no las entendamos. El corazón de María se une totalmente al corazón de Jesús. No entiende, pero se fía porque sabe que los planes de Dios son más grandes que los planes de los hombres. Pidamos a María tener un corazón a la manera del suyo, siempre dispuestos a aceptar la voluntad de Dios.

¡Corazón Inmaculado de María, ruega por nosotros!