Mark, de 52 años, trabaja en finanzas como gestor de carteras y es padre de tres hijas. Conoció por primera vez el Opus Dei en los años 90, cuando un amigo le invitó a un centro en Singapur. En aquel momento se consideraba un católico de domingo, pero le impresionaron la paz, el orden y la profundidad espiritual que encontró allí. Le atraían las clases de doctrina y las charlas prácticas, pero no se decidía a comprometerse.

Durante años, la carrera profesional, la vida familiar y la búsqueda del éxito le impidieron dar el siguiente paso. Además, arrastraba la idea equivocada de que había que ser perfecto para unirse al Opus Dei. Admiraba la vida de los miembros que veía, pero sentía que no era para él, así que se mantenía al margen.

Eso cambió cuando, hace unos años, asistió a un retiro. Esta vez se dio cuenta de que ya no le quedaban excusas. Dios llevaba años llamándole, y por fin entendió que no llama a los perfectos, sino que ayuda a los llamados a ser santos. Con esa claridad, Mark pidió incorporarse al Opus Dei como supernumerario.

El cambio fue sobre todo interior. Prácticas que antes le resultaban difíciles —la Misa diaria, el rosario, los ratos de oración— pasaron a ser fuente de alegría. Dedicar más tiempo a Dios no le quitó tiempo a su familia ni a sus aficiones; al contrario, descubrió que el tiempo se multiplicaba, permitiéndole estar más presente como esposo, padre y amigo. Especialmente, le inspiró a acercar a Dios a las personas de su entorno.

Incluso en el mundo de las finanzas, lleno de presión, Mark vive ahora su vocación apoyándose en la oración y encontrando fuerza en los sacramentos. Al mirar atrás, agradece a los amigos y colegas que le acompañaron a lo largo de los años.

Su mensaje para cualquiera que dude es sencillo:

Sé valiente. No esperes. No tienes que ser perfecto. Dios ya está esperando tu sí, así que simplemente díselo.