“Orar es el camino para atajar todos los males”
Orar es el camino para atajar todos los males que padecemos. (Forja, 76)
“¿Santo, sin oración?”
Si no tratas a Cristo en la oración y en el Pan, ¿cómo le vas a dar a conocer? (Camino, 105)
“Un rato de meditación diaria”
Si eres tenaz para asistir a diario a unas clases, sólo porque allí adquieres unos conocimientos... muy limitados, ¿cómo no tienes constancia para frecuentar al Maestro, siempre deseoso de enseñarte la ciencia de la vida interior, de sabor y contenido eternos? (Surco, 663)
“¿He conversado con Él?”
Es posible que te asuste esta palabra: meditación. –Te recuerda libros de tapas negras y viejas, ruido de suspiros o de rezos como cantilenas rutinarias... Pero eso no es meditación. Meditar es considerar, contemplar que Dios es tu Padre, y tú, su hijo, necesitado de ayuda; y después darle gracias por lo que ya te ha concedido y por todo lo que te dará. (Surco, 661)
“En el Evangelio, como un personaje más”
Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo (Camino, 2).
“El Gran Amigo que nunca traiciona”
Buscas la compañía de amigos que con su conversación y su afecto, con su trato, te hacen más llevadero el destierro de este mundo..., aunque los amigos a veces traicionan. -No me parece mal. Pero... ¿cómo no frecuentas cada día con mayor intensidad la compañía, la conversación con el Gran Amigo, que nunca traiciona? (Camino, 88)
“¡Qué bonito es ser juglar de Dios!”
En ocasiones, alguno me ha dicho: Padre, si yo me encuentro cansado y frío; si, cuando rezo o cumplo otra norma de piedad, me parece que estoy haciendo una comedia...
La oración: “conversación amorosa con Jesús”
Siempre he entendido la oración del cristiano como una conversación amorosa con Jesús, que no debe interrumpirse ni aun en los momentos en los que físicamente estamos alejados del Sagrario, porque toda nuestra vida está hecha de coplas de amor humano a lo divino..., y amar podemos siempre. (Forja, 435)
“La oración debe prender en el alma”
La verdadera oración, la que absorbe a todo el individuo, no la favorece tanto la soledad del desierto, como el recogimiento interior. (Surco, 460)