San Josemaría: al servicio del don recibido en la Iglesia

Reproducimos un artículo de Mons. Fernando Ocáriz, Prelado del Opus Dei, publicado hoy en el semanal "Die Tagespost" de Alemania.

Han pasado 50 años desde el fallecimiento de san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei. Para quienes tuvimos la gracia de vivir en Roma -en su misma casa- en 1975, este medio siglo parece muy breve. Verle dejar este mundo de un día para otro -mientras desarrollaba normalmente su misión de pastor y fundador- acrecentó el impacto de su muerte. Ya entonces nos dábamos cuenta de que el “Padre”, como solíamos llamarle familiarmente, era un apoyo sólido en la vida y en la alegría de muchos católicos de su tiempo.

Desde un apasionado amor a Cristo y una fuerte experiencia de qué significa ser hijo de Dios, redescubrió y predicó durante toda su vida algunos mensajes hoy ya ampliamente difundidos en la Iglesia y la sociedad, más allá de la institución que él fundó: la búsqueda de la santidad -el encuentro con Cristo- en las circunstancias ordinarias de trabajo, familia y relaciones sociales, la amistad personal como vía de convivencia y evangelización, el valor de la libertad y del pluralismo, el protagonismo del laicado en la misión de la Iglesia y en la vivificación de la sociedad contemporánea, entre otros.

Al valorar el tiempo transcurrido, es fácil reparar en las muchas iniciativas educativas y sociales en favor de toda clase de personas que, impulsadas por sus enseñanzas, se han materializado alrededor del mundo. Sin embargo, diría que el efecto más trascendente del ejemplo y el mensaje de san Josemaría es que ha inspirado a cientos de miles de personas a acercarse a Cristo a través de las actividades comunes y corrientes de cada día. Se reconoce en esto una sintonía con lo que el papa Francisco calificó como los “santos de la puerta de al lado”, que realizan un influjo profundo a su alrededor, muchas veces sin llamar la atención: con la naturalidad de los que están cerca de Dios e irradian su amor a manos llenas.

De la mano de los papas

En nuestro tiempo, el carisma que san Josemaría recibió de Dios se sigue multiplicando en historias de vida, actitudes, gestos, iniciativas. Para ahondar en el núcleo de su mensaje en servicio de la Iglesia, me valdré de algunas consideraciones realizadas por los últimos papas, a modo de hilo conductor. En primer lugar, el entonces Patriarca de Venecia, después Juan Pablo I, señalaba: “Escrivá, con el Evangelio, ha dicho constantemente: Cristo no quiere de nosotros solamente un poco de bondad, sino mucha bondad. Pero quiere que lo consigamos no a través de acciones extraordinarias, sino con acciones comunes” (Gazzettino di Venezia, 25-VII-1978).

Desde que san Josemaría comenzó a difundir su mensaje en 1928, afirmaba que para encontrar a Cristo y evangelizar el mundo no era necesario cambiar de lugar, de profesión o ambiente, ni realizar acciones extraordinarias, sino poner el amor de Dios en las acciones comunes. Se trata, sobre todo, de una transformación interior en Cristo, que implica el corazón por completo, que llena toda el alma (Mt 22, 37; Lc 10, 27). Como le gustaba repetir, “en la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria” (Conversaciones, n. 116). En continuidad con esta idea, lo que se necesita para recorrer este camino -nos animaba- “no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado” (Surco, n. 795).

Por su parte, san Juan Pablo II definió a Josemaría Escrivá, en el día de su canonización, como el “santo de lo ordinario”. En otra ocasión, añadía que había recordado al mundo contemporáneo “el valor cristiano que puede adquirir el trabajo profesional, en las circunstancias ordinarias de cada uno” (14-X-1993).

Un ideal de servicio, un heroísmo posible

En un mundo sofisticado, en el que la interconexión digital y la inteligencia artificial imponen anónimamente sus reglas en el ámbito profesional -como destaca un reciente documento de la Conferencia episcopal alemana-, el mensaje de san Josemaría nos recuerda que ese trabajo es medio de unión con Dios y de ayuda al prójimo, como lugar en el que confluyen la caridad y la justicia. Lejos de las lógicas del éxito, el ideal cristiano del trabajo se expresa en el servicio a los demás, ese es el mejor parámetro del ejercicio profesional de un cristiano.

Durante una misa de acción de gracias por la beatificación, el entonces cardenal Ratzinger (después Benedicto XVI) afirmaba que “Josemaría Escrivá ha actuado como un despertador, clamando: (…) la santidad no consiste en ciertos heroísmos imposibles de imitar, sino que tiene mil formas y puede hacerse realidad en cualquier sitio y profesión” (19-V-1992). Santificar las circunstancias ordinarias no quiere decir que desaparecerán los defectos personales o que todo en la vida irá bien; san Josemaría decía con frecuencia que él hacía el papel de hijo pródigo muchas veces al día. Esto también es parte de la vida ordinaria: afrontar las limitaciones personales y confiar en la misericordia de Dios, evitando que el pecado nos encierre en nosotros mismos.

El servicio al prójimo a través del propio oficio se manifiesta en un personaje habitualmente inadvertido de la parábola del buen samaritano: el posadero. Su tarea queda en un segundo plano frente al gesto impresionante del viajero caritativo. El posadero sólo actúa con profesionalidad. Y, sin embargo, su aportación es fundamental. Nos recuerda que el ejercicio de cualquier tarea profesional es un servicio a quienes padecen necesidad y que todo trabajo honesto contiene, si aprendemos a descubrirla, una dimensión de caridad.

Un don recibido proyectado al futuro

En Ad charisma tuendum, el papa Francisco recordaba que “el don del Espíritu recibido por san Josemaría” impulsa a llevar a cabo “la tarea de difundir la llamada a la santidad en el mundo, a través de la santificación del trabajo y de los compromisos familiares y sociales”. Se trata de un mensaje proyectado al futuro y universal: para todas las personas, en cualquier lugar y tiempo. Todos podemos ser amigos de Dios, porque “la Trinidad se ha enamorado del hombre” (Es Cristo que pasa, n. 84). Y desde esta amistad “contribuirá a la paz, a la colaboración de los hombres entre sí, a la justicia, a evitar la guerra, a evitar el aislamiento, a evitar el egoísmo nacional y los egoísmos personales: porque todos se darán cuenta de que forman parte de toda la gran familia humana. (...) Así contribuiremos a quitar esta angustia, este temor por un futuro de rencores fratricidas, y a confirmar en las almas y la sociedad la paz y la concordia: la tolerancia, la comprensión, el trato, el amor” (Carta n. 3, n. 38a).

A cincuenta años de su fallecimiento, el mensaje de san Josemaría está vivo en nuestros corazones y nos invita a servir a Dios, a la Iglesia y a la sociedad. Ojalá sepamos custodiar este mensaje, encarnarlo con alegría y ponerlo al servicio de las necesidades de nuestros contemporáneos. Con el papa León XIV, los cristianos deseamos construir “una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad”.