Una fiesta familiar
Anye es de Daimiel, un pueblo de la provincia de Ciudad Real. Actualmente vive en Valencia y el 30 de noviembre de 2024 celebró un aniversario redondo: cincuenta años desde que pidió la admisión en el Opus Dei como numeraria auxiliar.
En el vídeo, relata cómo fue la celebración y la sorpresa que se llevó. Ella quiso viajar a Madrid, el lugar donde Dios la llamó y descubrió su vocación, para un encuentro sencillo con su familia. Sin embargo, acudieron numerosas personas que la conocían de aquellos años de juventud: amistades, familiares que viven lejos y otros tantos que quisieron acompañarla ese día.
Más allá de la fiesta y las sorpresas, en el testimonio de Anye encontramos una mirada serena sobre el paso del tiempo. Comprobamos cómo cada persona es una historia única, y cómo cada vocación se encarna de un modo irrepetible.
Anye ha vivido —y vive— su vocación en el Opus Dei sin renunciar a su forma de ser: extrovertida, sociable, alegre, trabajadora, observadora. Se ha lanzado a las distintas aventuras de la vida con confianza, sostenida por aquello que la deslumbró cuando llegó a Madrid: el espíritu de familia que encontró en la Obra.
Conoció el Opus Dei al alojarse en una residencia de la Obra. Pronto descubrió que Dios la llamaba a formar parte de aquella familia, con una misión muy concreta: generar y asegurar ese espíritu de hogar que había sentido desde el primer día.
Mi vocación como numeraria auxiliar
Anye explica que la vocación de numeraria auxiliar trasciende lo meramente material del cuidado, la organización o la realización del trabajo profesional. Su labor incluye la atención a los servicios de alimentación, alojamiento, mantenimiento y sostenibilidad de los centros del Opus Dei, pero su misión va mucho más allá.
Se trata de transmitir, en todo lo que hace, un cariño humano y sobrenatural que combina lo tangible y lo invisible. Un cariño que ayuda a descubrir a cada persona que es única, irrepetible, querida y valorada por lo que es, no por lo que hace o tiene. Como recuerda el Prelado, «con vuestro trabajo cuidáis y servís la vida en la Obra, poniendo la persona singular como foco y prioridad de vuestra labor» ( Fernando Ocáriz, Carta 28-X-2020, n. 15).
Anye comenta que una vez escuchó una frase que le impresionó profundamente: “maestra del sacrificio escondido y silencioso”. No alude a una vida oculta, sino al cuidado de un estilo de vida y de unos detalles de convivencia que se realizan gratuitamente, por amor desinteresado, reflejando el mismo amor de Dios por cada uno de sus hijos.
Si se buscara una imagen para describirlo, podría ser la del calor que irradia el fuego del hogar: su presencia discreta crea un ambiente donde los demás encuentran luz, consuelo y fuerza para sus tareas. Esa calidez inspira a cada persona a cuidar también de su familia, de su centro y de los entornos en los que se mueve, extendiendo los efectos de ese cariño humano y sobrenatural.
Así, las numerarias auxiliares tienen —como decía san Josemaría— «el hogar en sus manos, para después darlo a los demás» (Carta 36, n. 33). En cierto modo, Jesús mismo alude a esta presencia necesaria en el Evangelio: «¿Acaso se trae la lámpara para meterla debajo del celemín o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero? Nada hay escondido que no llegue a descubrirse...» (Mc 4,21-22).
Manos que cuidan y hacen palpable el amor de Dios
Para comprender cómo se gestó este espíritu de familia que Anye descubrió y encarna, conviene retroceder en el tiempo. Cuando san Josemaría vio el Opus Dei por primera vez, entendió que Dios le pedía algo grande, aunque aún no sabía cómo realizarlo. ¿Cómo mostrar que Dios llama a todos los cristianos a la santidad —no solo a sacerdotes o religiosos—? ¿Cómo empapar la Iglesia y la sociedad con el espíritu de los primeros cristianos? El primer paso fue su propia vida diaria, vivida con fe y coherencia.
Con el paso de los años, el Espíritu Santo le fue inspirando los rasgos que caracterizan al espíritu del Opus Dei: la filiación divina —saberse hijo muy querido de Dios—, el afán apostólico, el servicio a los demás sin distinciones y el trabajo bien hecho, ofrecido por amor.
Entre estos rasgos, uno de los más peculiares es precisamente el espíritu de familia. Desde las primeras residencias y academias en Madrid, san Josemaría quiso que los centros del Opus Dei fueran auténticos hogares de familia. Gracias al ejemplo de su madre y su hermana, comprendió que uno de los sellos del Opus Dei sería esa relación familiar, humana y sobrenatural, entre todos sus miembros.
San Josemaría, y como él tantas mujeres y hombres a lo largo de los años, de la Obra o no, pudo ver que se hacía realidad una vez más lo que se narraba en el Evangelio: «le avisaron [a Jesús]: “Tu madre y tus hermanos están afuera y quieren verte”. Pero respondiendo Él, les dijo: “Mi madre y mis hermanos son estos que oyen la palabra de Dios y la hacen”» (Lc 8,20-21).
Vio que los lazos que unen a las personas del Opus Dei son más fuertes que los de la sangre, porque implican una dimensión sobrenatural. Pero para que ese ambiente familiar se hiciera realidad, se necesitaban unas manos: las manos que conjugan lo material y lo espiritual, y que son expresión de un corazón que vibra por cuidar a cada persona y, por tanto, por cuidar los detalles que hacen palpable el amor de Dios. Las primeras fueron las de su madre y su hermana, y después las de tantas numerarias auxiliares que, como Anye, actualizan día a día las palabras del Evangelio: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14).
Anye se dejó conquistar por Dios en aquel hogar de estudiantes en Madrid. Cincuenta años después, sigue viviendo y transmitiendo ese espíritu con la misma alegría, tanto en su trabajo como en un paseo por la playa con un helado en la mano. «Lo que más me gusta —confiesa— es hacer hogar donde estoy».