Meditaciones: Fiesta de la Cátedra de san Pedro

Reflexión para meditar la Fiesta de la Cátedra de san Pedro. Los temas propuestos son: ¿qué piensa Dios de nosotros?; el fundamento visible de unidad en la Iglesia; ayudar al Romano Pontífice con la oración.


«Y VOSOTROS, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15) Jesús dirige estas palabras a sus discípulos y, en ellos, a cada uno de nosotros. Desea conocer la imagen que nos hemos hecho de su persona, nuestros pensamientos y sentimientos sobre él, porque serán importantes para nuestra vida. «La vida cristiana no nos lleva a identificarnos con una idea, sino con una persona: con Jesucristo. Para que la fe ilumine nuestros pasos, además de preguntarnos: ¿quién es Jesucristo para mí?, pensemos: ¿quién soy yo para Jesucristo? Descubriremos así los dones que el Señor nos ha dado, que están directamente relacionados con la propia misión»1.

Esta misma pregunta escuchó san Pedro de labios de Cristo. Los apóstoles, compartiendo la misión del Maestro, comprendieron hasta qué punto contaba con ellos. «Que deduzcan de aquí los hombres –dice san Bernardo– lo grande que es el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y siente sobre ellos. No te preguntes, tú, que eres hombre, por lo que has sufrido, sino por lo que sufrió él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bondad se te hará evidente»2. Al soñar con lo que Dios siente y piensa de nosotros, no existe el riesgo de exagerar. En realidad siempre nos vamos a quedar cortos. Probablemente vendrán a nuestra mente las palabras de san Pablo: «Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre» (1 Cor 2,9).


PEDRO SIEMPRE sale en rescate de los discípulos. Esta vez, manifiesta la divinidad de Jesús con una claridad que, tras escucharlo, el Señor alaba: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16,17). Celebramos la fiesta de la Cátedra de san Pedro; puede ser un buen momento para agradecer a Dios el cuidado por su Iglesia y el hecho de haber establecido un fundamento visible de su unidad, una roca en la que apoyarnos: «Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16,18).

«El Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad así de los Obispos como de la multitud de los fieles»3. Jesús le comunica a Pedro quién es él para Dios. Y, en los momentos en que hace esa declaración, el Señor conoce perfectamente a su apóstol: sabe cómo es, cómo reacciona, cómo piensa, cuánto le quiere. Lo ha elegido desde antes de la fundación del mundo. «¿De dónde les vino a aquellos doce hombres, ignorantes, que vivían junto a lagos, ríos y desiertos, el acometer una obra de tan grandes proporciones y el enfrentarse con todo el mundo ellos, que seguramente no habían ido nunca a la ciudad ni se habían presentado en público? –se pregunta san Juan Crisóstomo–. Y más, si tenemos en cuenta que eran miedosos y apocados, como sabemos por la descripción que de ellos nos hace el evangelista, que no quiso disimular sus defectos»4. La misma ayuda de Dios que hizo roca a Pedro, sigue actuando sobre sus sucesores y sobre la Iglesia entera.


EL ROMANO Pontífice cuenta con nuestras oraciones por su persona e intenciones. «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,6), fueron aquel día las palabras de san Pedro. Nuestra fe se apoya en Jesús, que nos dirige hacia el Padre. Es asombroso que Dios nos haya convocado a compartir con él en la misión de la Iglesia. Cuenta con nosotros, nadie está de más.

Escribiendo a un cardenal, san Josemaría confesaba el convencimiento de que su oración podía ayudar al Papa y a la Iglesia: «Rezar es lo único que puedo hacer. Mi pobre servicio a la Iglesia se reduce a esto. Y cada vez que considero mi limitación me siento lleno de fuerza, porque sé y siento que es Dios quien hace todo»5. Un “arma poderosa” que el fundador del Opus Dei también utilizaba de manera habitual para ayudar a la Iglesia es el santo rosario. «Desde hace años, por la calle –decía–, todos los días, he rezado y rezo una parte del Rosario por la Augusta Persona y por las intenciones del Romano Pontífice»6.

Además de rezar por su persona e intenciones, san Josemaría secundaba las enseñanzas del Romano Pontífice a lo largo de toda su vida, y siempre buscaba el modo de manifestarle su afecto. Del mismo modo, todos los cristianos procuramos estar muy unidos a Pedro, también si alguna vez no comprendemos algún aspecto, ya sea en sus palabras o en sus obras. Si esto último llegase a suceder, los hijos de la Iglesia debemos un «asentimiento religioso del entendimiento y de la voluntad»7 a sus enseñanzas y, en consecuencia, no hablamos negativamente sobre él, ya que esto puede herir la unidad del Cuerpo de Cristo.

Podemos acudir a María, madre de la Iglesia, para que proteja, cuide, y haga muy feliz al Papa: «María edifica continuamente la Iglesia, la aúna, la mantiene compacta. Es difícil tener una auténtica devoción a la Virgen, y no sentirse más vinculados a los demás miembros del Cuerpo Místico, más unidos también a su cabeza visible, el Papa. Por eso me gusta repetir: omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!, todos, con Pedro, a Jesús por María!»8.


Mons. Fernando Ocáriz, A la luz del Evangelio, “Juventud y vocación”.
San Bernardo, Sermón I en la Epifanía del Señor, 1-2.
Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n. 23.
San Juan Crisóstomo, Homilía sobre la primera carta a los Corintios, n. 4, 3.4.
San Josemaría, Carta desde Roma, 15-VII-1967.
San Josemaría, Cartas 3, n. 20.
Código de Derecho Canónico, n. 752. Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 892.
San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 139.