Clases entre Luque y San Lorenzo, sin aulas ni pizarras

No están sobrados de tiempo. Han aprendido a ordenar sus horarios y a exprimir los minutos para servir a los demás.

De izquierda a derecha: David, Lucas, Oscar y Sergio antes de empezar la catequesis.

Entre Luque y San Lorenzo está el barrio “9 de marzo”: casas sencillas, gente acostumbrada a sufrir. Abunda la pobreza. Desde hace seis años jóvenes que frecuentan los medios de formación del Opus Dei en Asunción sacrifican sus tardes de sábado –sus planes personales- para enseñar allí catequesis y colaborar de esta manera con el párroco, que por falta de brazos no puede cubrir tan vasta geografía. 

En el 2006, el equipo de valientes está formado por David Chávez, Oscar Bellenzier, Sergio Legal y Lucas Martínez, de 19, 17, 20 y 22 años respectivamente.

David trabaja en una Escribanía y estudia Administración Agraria; Oscar cursa el tercero de la media en el Colegio Técnico Nacional; Sergio, empleado en una imprenta digital, será en breve diseñador gráfico por la Universidad Católica; y Lucas se las ingenia para hacer compatible la carrera de Análisis de Sistemas en la UNA con su trabajo en la sección informática de la Justicia Electoral.

No están sobrados de tiempo. Han aprendido a ordenar sus horarios y a exprimir los minutos para servir a los demás. Quizá no puedan resolver por su cuenta el drama social de pobreza que sufren los habitantes del “9 de marzo”, pero sí que hacen lo que pueden: están ahí, sábado a sábado, para dar doctrina católica a los niños y visitar también a sus familias para llevarles una limosna, unos dulces, un rato de compañía y afecto, una estampa de la Virgen o un rosario. 

Lucas con dos alumnos.

Dan clases al aire libre, sin aulas ni pizarras, a la sombra de los mangos, en el suelo. Estudian y preparan cada tema, a veces en el mismo viaje, porque la agenda ya no da para más: van en colectivos de línea –ya dijimos- una hora, y a veces más. Se conocen de memoria el trayecto del famoso “30 rojo”.

Pero se conocen más todavía a cada alumno, por quienes entregan un poco de sus vidas: saben que, si no fuera por esta catequesis, quizá nunca aprendar a vivir el cristianismo. Su trabajo de enseñanza les marcará para siempre. Y tratan de hacerlo con cariño. Eso se nota. También cuando, apenas ven los “profesores”, salen los chicos en bandada a recibirles de no se sabe dónde.

Desde el 2000 son ya centenares los chicos que hicieron su Primera Confesión y recibieron la Primera Comunión. Muchos perseveran yendo a clases con una alegría tan impresionante que contagian: no tienen nada, y están felices.

Se imprimieron muchísimos el día del lanzamiento de clases y se repartieron por las casas.

Las clases se imparten a chicos de entre 5 y 12 años, dijimos ya, al aire libre, sin aula ni pizarras, porque no hay medios. Al comenzar se reza un padrenuestro, recitado por los niños a voz en grito, con entusiasmo y muchas ganas. Con fe de niños. Después siguen los intentos de David, Lucas, Sergio y Oscar de transmitir la fe luchando con las inevitables distracciones. El juego de preguntas y respuestas ayuda: hay caramelos de premio.

Todo termina con un rato de fútbol. Y hasta el sábado siguiente.