Meditaciones: domingo de la 25.ª semana del tiempo ordinario (ciclo C)

Reflexión para meditar el domingo de la 25.ª semana del tiempo ordinario. Los temas propuestos son: llamados a vivir la lógica divina; el ingenio del administrador como ejemplo; la decisión de vivir con Dios.

- Llamados a vivir la lógica divina.

- El ingenio del administrador como ejemplo.

- La decisión de vivir con Dios.


MUCHAS DE LAS parábolas de Jesús esconden sorpresas o giros inesperados. En aquellas historias que cuenta el Señor suele haber algo inusual, que a veces desconcierta a quien la escucha o la lee. Llama la atención, por ejemplo, que en una ocasión ponga como modelo a un administrador que malversa los bienes de su amo (cfr. Lc 16,1-8). Por otro lado, no es intuitivo recibir con una fiesta al hijo pequeño que se ha marchado de casa dilapidando la herencia (cfr. Lc 15,11-32). Tampoco parece común perdonar la deuda enorme de un servidor que sencillamente había pedido tiempo para pagarla (cfr. Mt 18,22-35). Y algo similar se podría decir del patrón que calcula el salario de sus operarios sin proporción al trabajo realizado (cfr. Mt 20,1-16).

Al margen de las enseñanzas de cada parábola, Jesús transmite de distintos modos que la vida cristiana no se rige por parámetros exactamente iguales a los nuestros. «Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos, mis caminos» (Is 55,8), había dicho Dios en boca del profeta Isaías. El paso de Cristo por la tierra nos reveló una nueva escala de valores para mirar el mundo. La lógica del poder dio paso a la lógica del servicio y la misericordia. Los que eran considerados los últimos de la sociedad se ganaron la predilección del Señor. Y lo que servía para dar una muerte atroz –la cruz– se acaba convirtiendo en fuente de vida. Son, en definitiva, las paradojas que él mismo encarnó en su paso por la tierra: «Siendo el Verbo, al hacerse hombre se rebajó; siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su miseria; era poderoso, y se mostró tan débil, que Herodes lo despreciaba y se burlaba de él; tenía poder para sacudir la tierra, y estaba atado a aquel árbol»1. Los discípulos de Cristo estamos llamados a dejar que nuestro corazón viva, poco a poco, en esa lógica nueva.


ANTES de que el administrador se quedara sin trabajo, decidió realizar una última operación para asegurarse su futuro sustento: convocó a los deudores de su amo, les preguntó cuánto le debían, y después anotó una cifra inferior a la real. De este modo, según nos cuenta la parábola, se ganó la amistad de aquellas personas para poder también ser ayudado en el futuro (cfr. Lc 16,3-8). Jesús no pretende destacar la deshonestidad de este hombre, sino su astucia. Ante la perspectiva de una vida de miseria, supo actuar con perspicacia para resolver sus necesidades del mañana. Cristo invita a sus discípulos a servirse también del ingenio para la predicación del Reino de Dios: «¡Qué afán ponen los hombres en sus asuntos terrenos! –decía san Josemaría– (...) Cuando tú y yo pongamos el mismo afán en los asuntos de nuestra alma tendremos una fe viva y operativa: y no habrá obstáculo que no venzamos en nuestras empresas de apostolado»2.

Pero no se trata sencillamente de un planteamiento matemático, en el que compensa dedicar igual tiempo a las cosas de Dios junto a las demás cosas que nos interesan. En realidad, el fundador del Opus Dei quiere remover nuestro interior para que descubramos que la relación con Jesús es lo más importante, es lo que nos hace realmente felices y por lo que merece emplear todo nuestro ingenio. Precisamente las cosas humanas que ya realizamos con afán, pueden ser la base para introducirnos en la ilusión por las realidades divinas. «Muchos jóvenes se preocupan por su cuerpo, procurando el desarrollo de la fuerza física o de la apariencia. Otros se inquietan por desarrollar sus capacidades y conocimientos, y así se sienten más seguros. Algunos apuntan más alto, tratan de comprometerse más y buscan un desarrollo espiritual. (...) No crecerás en la felicidad y en la santidad sólo con tus fuerzas y tu mente. Así como te preocupa no perder la conexión a internet, cuida que esté activa tu conexión con el Señor, y eso significa no cortar el diálogo, escucharlo, contarle tus cosas, y cuando no sepas con claridad qué tendrías que hacer, preguntarle: “Jesús, ¿qué harías tú en mi lugar?”»3. Dios, que habla en nuestro corazón, nos dará la astucia para que sea nuestro mejor aliado en las cosas que hacemos.


JESÚS concluye la parábola con esta consideración: «Ningún criado puede servir a dos señores, porque tendrá odio a uno y amor al otro (...). No podéis servir a Dios y a las riquezas» (Lc 16,13). En muchos ámbitos de la vida se recomienda tener a mano siempre un plan B. Sin embargo, el Señor nos invita a jugarnos la vida a una sola carta: la de Dios. «Si amar a Cristo y a los hermanos no se considera algo accesorio y superficial, sino más bien la finalidad verdadera y última de toda nuestra vida, es necesario saber hacer opciones fundamentales, estar dispuestos a renuncias radicales, si es preciso hasta el martirio. Hoy, como ayer, la vida del cristiano exige valentía»4. Apostar por el amor implica dejar lo que nos pesa, en nuestro anhelo de servir con generosidad a los demás.

Sin embargo, aunque hayamos tomado la decisión de entrar en la lógica de Dios, podemos notar que, en ocasiones, no vivimos como nos gustaría. Esto mismo es lo que experimentó san Pablo: «No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Rm 7,19). Unas palabras de san Josemaría nos pueden ayudar a afrontar esta tensión con serenidad: «Me dices que tienes en tu pecho fuego y agua, frío y calor, pasioncillas y Dios...: una vela encendida a San Miguel, y otra al diablo. Tranquilízate: mientras quieras luchar no hay dos velas encendidas en tu pecho, sino una, la del Arcángel»5. El sí de María fue «el de quien quiere comprometerse y arriesgar, de quien quiere apostarlo todo, sin más seguridad que la certeza de saber que era portadora de una promesa»6. Ella nos ayudará a vivir con la seguridad de que no hay mejor elección que la de vivir con Dios como nuestro principal compañero de camino.


1. San Ambrosio, Comentario al salmo 118, Milán-Roma 1987, pp. 131-133.
2. San Josemaría, Camino, n. 317.
3. Francisco, Christus vivit, n. 158.
4. Benedicto XVI, Homilía, 23-IX-2007.
5. San Josemaría, Camino, n. 724.
6. Francisco, Discurso, 26-I-2019.