Meditaciones: domingo de la 5.ª semana tiempo ordinario (ciclo A)

Reflexión para meditar el 5.º domingo del tiempo ordinario. Los temas propuestos son: cuidar de los más necesitados; Dios enciende nuestra vida para entregarla; salir al encuentro del mundo.


SON MUCHOS los personajes de la Escritura que exhortan a las gentes a cuidar de los más débiles. «Parte tu pan con el hambriento –dice Isaías–, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo» (Is 58,7); compartir el alimento, dar un hogar, proporcionar un vestido. Dios, por medio del profeta, propone estos tres gestos que llevan a cubrir las necesidades más elementales del hombre: recuperar fuerzas con la comida, sentirse querido en un lugar y vivir con dignidad de hijos.

La Escritura nos dice una y otra vez que Dios cuenta con nuestra creatividad para ayudar a las personas que tienen alguna dificultad para satisfacer por sí solas esas necesidades. De hecho, cuando Jesús contempló a una muchedumbre hambrienta, no dio a sus discípulos un plan detallado para solucionar el problema, sino que les dijo: «Dadles vosotros de comer» (Lc 9,13). Estas fueron sus únicas instrucciones. Quería que los apóstoles pensaran cómo hacerlo, que pusieran en juego sus propios talentos y se esfuercen por buscar recursos en esa situación. Y aunque el fruto del trabajo fue insuficiente –«no tenemos más que cinco panes y dos peces» (Lc 9,13)–, al final todos quedaron saciados.

Jesús sigue obrando milagros similares cuando ofrecemos nuestra ayuda a alguien necesitado. Probablemente no siempre multiplicará el número de panes, pero sí realizará un prodigio mayor: iluminará la vida de esa persona. Es decir, no satisfará solamente el hambre material, sino también el espiritual, las necesidades más profundas: sentirse querido, acompañado, escuchado. «Cuando partas tu pan con el hambriento –continúa el profeta– y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía» (Is 58,10). Con los recursos materiales que podamos brindar reflejaremos la luz de Dios. A través del pan y del vestido la otra persona percibirá que hay alguien para quien es importante y que escucha su súplica: «Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: “Aquí estoy”» (Is 58,9).


EL SALMISTA define así a la persona que vive atenta a las necesidades de los que le rodean: «Su corazón está seguro, sin temer. Reparte generosamente a los pobres; su justicia permanece para siempre; lleva alta su frente con honor» (Sal 111,8-10). Y añade que no tendrá nada que pueda hacerle tener miedo, pues «está firme en el Señor». Este estilo de vida se alimenta de la convicción de que Dios es quien actúa, quien enciende la propia vida para entregarla a los demás.

Y esta actitud es compatible con la experiencia de la propia debilidad. De hecho, san Pablo, quien trabajó infatigablemente para los cristianos de su tiempo, cuenta que cuando llegó a Corinto se presentó «débil, y con temor y mucho temblor». Y aclara que su predicación no se basó en sus propias cualidades persuasivas, «sino en la manifestación del Espíritu y del poder, para que vuestra fe no se fundamente en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios» (1 Co 2,1-4). El propio estado físico y anímico de san Pablo debió de ayudar a los corintios a comprender que lo que estaban escuchando venía de Dios.

«No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte –dice Jesús en el sermón de la montaña–; ni se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero para que alumbre a todos los de la casa» (Mt 5,14-15). Dios ilumina nuestra vida –también nuestras sombras– precisamente para hacer llegar su luz a todos. Cuando, como san Pablo, experimentemos las dificultades de esta tarea, nos consolará saber que «una chispa de luz, un pequeño punto luminoso, basta para alumbrar a una multitud»[1].


SAN JOSEMARÍA recordaba, una y otra vez, que «nuestra condición de hijos de Dios nos llevará a tener espíritu contemplativo en medio de todas las actividades humanas –luz, sal y levadura, por la oración, por la mortificación, por la cultura religiosa y profesional–, haciendo realidad este programa: cuanto más dentro del mundo estemos, tanto más hemos de ser de Dios»[2]. El mundo no es un obstáculo para encontrar al Señor, sino todo lo contrario. Es el lugar donde los cristianos, unidos a Dios, con su presencia y sus obras contribuyen a que todos los hombres lo conozcan. Como la sal, dan un nuevo sabor a las realidades terrenas. Como la luz, difunden en medio de la oscuridad «el amor de Dios, verdadera sabiduría que da significado a la existencia y a la actuación de los hombres»[3].

«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se salará? (...) Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte» (Mt 5,13-14). Estas palabras muestran que los discípulos no pueden quedarse de brazos cruzados, no pueden ser sal o luz sin estar en contacto con el mundo. «Tenemos, por tanto, una tarea y una responsabilidad por el don recibido: a esa luz de la fe, que está en nosotros por medio de Cristo y de la acción del Espíritu Santo, no debemos retenerla como si fuera nuestra propiedad»[4]. Dios llama delicadamente, sin cesar, a las puertas de nuestro corazón, para llenarlo de su luz y de su fuerza, y para expandir esa caridad en quienes nos rodean, de la manera en la cual cada persona lo necesita.

Cuando Jesús comienza su vida pública, María parece ocupar un plano discreto. Esto, sin embargo, no quiere decir que estuviera ausente. No dio grandes discursos ni tuvo intervenciones excepcionales, pero su corazón materno estuvo pendiente de su Hijo y de los apóstoles. Y cuando llegó el momento de la Pasión, su presencia a los pies de la cruz fue uno de los mayores consuelos que recibió Jesús. Podemos pedir a Dios que, como nuestra Madre, sepamos también dar consuelo –sabor y luz– a las vidas de quienes tenemos cerca.


[1] San Josemaría, Crecer para adentro, n. 261.

[2] San Josemaría, Forja, n. 740.

[3] Benedicto XVI, Ángelus, 6-II-2011.

[4] Francisco, Ángelus, 5-II-2017.