Durante su visita al Perú, el historiador español Santiago Martínez —director del Centro de Estudios Josemaría Escrivá— ha impartido varias conferencias y seminarios de profesores para dar a conocer la historia de esta prelatura y exponer la historia de la Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz.
El 19 de julio dirigió en la Universidad del Pacífico en Lima un seminario titulado “El abrazo del Opus Dei a los pobres: historia de la Prelatura de Yauyos desde 1957 en adelante”. El 1 de agosto presentó en la sede del obispado de Abancay su reciente libro, titulado “Párrocos, obispos y Opus Dei. Historia y entorno de la Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz en España, 1928-1965”. Y el 6 de agosto impartió una sesión dentro de un curso de formación permanente para el clero de la prelatura de Yauyos - Cañete.

En esta entrevista, Martínez nos comparte los orígenes de esta circunscripción eclesiástica, las claves de su evolución pastoral y el legado que ha dejado en varias generaciones de peruanos.
¿Cómo surgió su interés como historiador por la Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz y por la historia de la Prelatura de Yauyos?
Mi principal tema de investigación académica ha sido el estudio del clero español en el siglo XX. Hace unos meses publiqué un libro sobre la historia de la Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz en España, entre 1928 y 1965, en el que también abordé los inicios de la prelatura de Yauyos. En el marco de esa investigación descubrí que, a partir de 1957, un grupo de sacerdotes diocesanos vinculados con el Opus Dei marchó al Perú, concretamente a la recién creada Prelatura de Yauyos, que la Santa Sede había encomendado al Opus Dei.
¿Qué motivó a la Santa Sede, y en particular al Papa Pío XII, a crear en 1957 la Prelatura de Yauyos y a confiarla a sacerdotes del Opus Dei?
Hay que tener en cuenta tres factores clave. En primer lugar, la Santa Sede tenía a mediados del siglo XX un claro interés en enviar sacerdotes a países con escasez de clero. En esa línea, buscaba nuevas formas de asegurar la atención pastoral en zonas alejadas o de difícil acceso.
El segundo factor tiene que ver con el crecimiento del Opus Dei en los años cincuenta. Desde 1952, esta institución había comenzado a trabajar pastoralmente con sacerdotes diocesanos. Cuatro años después, en 1956, la Santa Sede ofreció a san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, hacerse cargo de alguna jurisdicción eclesiástica en el Perú, donde había zonas particularmente necesitadas.
En tercer lugar, por entonces había en el Perú una fuerte presencia de sacerdotes, religiosos y laicos extranjeros, que llegaban desde distintos países para paliar la escasez de clero. Muchas regiones del país, como la Amazonía o la sierra, carecían de atención pastoral estable, y Yauyos era una de esas zonas.
Los comienzos de la Prelatura parecen sacados de una crónica épica: caballos, caminos de altura, bautizos en cadena… ¿Qué nos dicen esos relatos sobre la vocación de servicio de los primeros sacerdotes?
Sí, esos inicios fueron épicos. Los sacerdotes recorrían paisajes imponentes y zonas casi inaccesibles, muchas veces a lomo de caballo, soportando condiciones extremas, durmiendo al raso y desplazándose con lo justo. Todo para atender comunidades aisladas y muy pobres, que muchas veces ni siquiera podían ofrecerles un plato de comida. Y sin embargo, ellos no dejaban de ir.
Los testimonios que conservamos, tanto relatos escritos como recuerdos personales, transmiten una profunda entrega. Se los ve decididos a dar la vida por los demás, con una vocación de servicio realmente impresionante. Y así fueron recibidos: con un agradecimiento sincero por parte de quienes, gracias a su labor, redescubrían la fe.
En sus investigaciones, ¿cómo ha percibido la recepción del mensaje del Opus Dei entre las poblaciones más humildes?
En Yauyos, todos los sacerdotes que llegaron estaban vinculados a la Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz, es decir, al Opus Dei. La acogida que recibieron fue muy buena. Esos curas tenían un gran espíritu de entrega, estaban decididos a servir a las comunidades de la sierra de Yauyos y, más adelante, también de la costa, como en Cañete. Creo que esa actitud generosa fue muy bien recibida por la gente.
Además, diversos factores favorecieron esa misión. Uno de ellos fue una encíclica del Papa Pío XII titulada “Fidei donum”, publicada en 1957, en la que animaba a las iglesias de Europa occidental a enviar sacerdotes a África y América. Ese llamado tuvo un gran eco en quienes se embarcaron en esta misión pastoral.
«En el fondo, todo ello ha estado animado por la convicción profunda de que el amor a Dios y el amor al prójimo son realidades inseparables»
A casi 70 años de su creación, ¿qué legado va dejando la Prelatura de Yauyos a la Iglesia en el Perú?
Diría primero que la Prelatura ha contribuido significativamente a robustecer la fe de sus gentes, impulsando la evangelización. También han surgido muchas vocaciones de sacerdotes nativos, que se han distribuido por buena parte de las parroquias. Se han cuidado los templos, se han construido casas parroquiales para los sacerdotes y se ha desarrollado igualmente una intensa labor social a través de Cáritas. Además, la Prelatura ha impulsado colegios diocesanos, especialmente en la costa, que han favorecido tanto la educación como la promoción social de sus habitantes.
En el fondo, todo ello ha estado animado por la convicción profunda de que el amor a Dios y el amor al prójimo son realidades inseparables, tal como enseñó Jesucristo.
Muchos de estos sacerdotes eran españoles de origen rural, provenientes de familias humildes y marcados por una vida austera. Vivieron las duras consecuencias de la posguerra civil española, y, sin embargo, dejaron atrás a sus familias y su país —lo poco o mucho que tuvieran— para empezar de cero en el Perú. Ellos, como tantos otros, lo hicieron con una gran ilusión y con la decisión de entregarse por completo a una misión pastoral que involucraba toda su vida.
¿Qué ha significado para usted, como historiador, recorrer estos caminos y conocer de primera mano a los protagonistas de esta historia?
Ha sido una experiencia muy impresionante y, en cierto modo, increíble. Recorrer los caminos entre cerros y abismos, en el paisaje y los escenarios en los que trabajaron aquellos sacerdotes —que hasta entonces solo conocía por lecturas— me ha hecho ver esa historia con otros ojos. Me he hecho una idea mucho más exacta del esfuerzo que supuso aquella empresa, esa “segunda evangelización” en las tierras de Yauyos, Huarochirí y Cañete.
Hoy el Perú está en el centro de la atención mundial. ¿Por qué es relevante históricamente para el Perú la designación del Papa León XIV?
Después de un papa polaco, otro alemán y otro argentino, llega al Pontificado un religioso agustino tan norteamericano como peruano, que ha puesto al Perú y a Chiclayo en el escaparate del mundo. Ni la mejor campaña publicitaria habría conseguido tanta atención.
Pero esto es secundario, pues la experiencia pastoral que el nuevo Papa desarrolló antes en el Perú es una parte muy importante de su bagaje como gobernante al frente de la Iglesia católica. Por eso, la trayectoria del obispo Prevost en el Perú, entre sus gentes sencillas y su rica historia de mestizaje cultural, es una riqueza para toda la Iglesia.
¿Cuál consideras que es el principal aporte histórico del Perú a la historia del Opus Dei?
Es difícil dar una respuesta categórica, porque la historia del Opus Dei es, sobre todo, la de las personas que lo forman: entre sus miembros, no es más quien tiene un cargo político que quien vive de la venta informal en la puerta de una catedral. Y conocer el valor de la aportación de los peruanos a esa historia no es tarea sencilla.
Pero, dicho esto, el Perú también ha contribuido a ensanchar la historia global del Opus Dei, desde que en 1953 y 1954 llegaron respectivamente los primeros hombres y mujeres de la Obra. El mismo fundador conoció y formó a aquellos primeros en Roma. Algunos de los varones peruanos que marcharon a Lima fueron ordenados sacerdotes y algunas de las mujeres que se trasladaron allí se radicaron después en muchos países. Escrivá de Balaguer, en 1974, pudo apreciar durante su visita al Perú el crecimiento del Opus Dei y animó a los tres obispos que entonces pertenecían a esta institución a buscar vocaciones sacerdotales.
En fin, fuera y dentro del país la aportación de todas estas mujeres y hombres a la evangelización a la que nos convoca la Iglesia me parece que está fuera de duda, aunque es aún una tarea pendiente contar esa historia. Y en eso estamos.