Me viene a la memoria, el cantante Ítalo-Venezolano Franco de Vita, quien, en la canción dedicada a sus padres emigrantes italianos en Venezuela, lleva una frase que dice “Un extranjero nunca tendrá patria”.
Mientras tratábamos con Janeth mi esposa, mis hijos César Miguel y Juan Diego, todos nacidos en Venezuela, adaptarnos a la nueva realidad como inmigrantes en Lima —yo nací en Lima, pero emigré con mis padres a los 9 años a ese país—, esa frase no dejaba de resonar en mi cabeza y ya no estaba claro si era un venezolano en Perú o era un peruano que empezaba a conocer a sus 48 años cómo se vive en Perú.

Durante mi vida en Venezuela, solíamos venir de vacaciones a Perú; sin embargo, puedo afirmar que la emigración, así sea al país donde uno ha nacido, no deja de estar llena de dudas, incertidumbre y sentimientos encontrados de dolor por los cariños que dejamos atrás, pero con los sueños de un porvenir mejor para toda la familia. A mis dudas e incertidumbres se unían las de mi esposa y las de nuestros dos hijos adolescentes; dejábamos familia, amigos y una vida llena de amor y afecto, a la que a pesar de las dificultades y carencias, nunca pensamos que tendríamos que abandonar, llevando sólo lo que nos cupiera, en las maletas que nos permitía la aerolínea y aquellos tesoros que traíamos en nuestros corazones, pero con la fuerza que nos daba el hacerlo juntos.
Llegamos a un pequeño departamento de una sola habitación que una amiga nos prestó mientras encontrábamos un lugar para alquilar.
Una de las decisiones que tomamos fue, que los muchachos estudiarían en un colegio que no solo desarrollara sus capacidades intelectuales, sino que también les permitiera sentirse apreciados, que desarrollaran sus valores y virtudes humanas, que promoviera la fe que les habíamos inculcado desde su nacimiento.

Descubrimos el Colegio Los Álamos, en Lima, Perú de manera inesperada, en una reunión de padres de familia a la cual me invitaron y quedé gratamente sorprendido, al descubrir la alegría y piedad que se podía sentir en todos los integrantes del colegio, además de la calidad educativa.
Desde que inscribimos a los muchachos en el colegio, podemos decir que nuestra vida comenzó a girar alrededor del mismo y del Centro Cultural Costa, donde nuestros hijos han podido desarrollar verdaderas amistades, capacidades intelectuales y complementar sus valores humanos y cristianos.
Para mi esposa Janeth y para mí, la vida alrededor de la Obra y del colegio, han sido también el gran apoyo para crecer en la amistad con otros padres de familia, sino incluso con otros miembros de la Obra, que nos hace sentir acompañados, apreciados y con la posibilidad de acudir en busca de consejo, en esta nueva vida como migrantes que tratamos de desarrollar.
Descubrimos que las dificultades que se nos presentaban se hacían más llevaderas cuando las acompañábamos de oración, en una visita al Santísimo o en ofrecerlos en nuestro Rosario. Un lugar muy especial en nuestros corazones, ocupan la Santísima Virgen, San José y el Niño quienes fueron también inmigrantes en Egipto y a quienes nos encomendamos continuamente.
La oración es el pilar que nos ha acompañado en todo momento desde antes de dejar Venezuela, o mientras caminábamos las calles de una Lima, que no conocíamos, buscando un lugar donde vivir. Descubrimos que las dificultades que se nos presentaban se hacían más llevaderas cuando las acompañábamos de oración, en una visita al Santísimo o en ofrecerlos en nuestro Rosario. Un lugar muy especial en nuestros corazones, ocupan la Santísima Virgen, San José y el Niño quienes fueron también inmigrantes en Egipto y a quienes nos encomendamos continuamente.

La inmigración no ha sido sencilla, pero podemos decir que de la mano de Dios y de aquellos a quienes el Señor ha puesto en nuestro camino, cada día nos sentimos más felices; estamos más unidos, sentimos el cariño sincero y contamos con la fuerza necesaria para enfrentar con serenidad y alegría las tribulaciones que nuestro andar nos pueda deparar, hasta que finalmente lleguemos a nuestra patria definitiva, el cielo, con Jesús, José y María, donde nadie se sentirá extranjero.
De alguna manera, seguimos añorando nuestra vida en Venezuela, con la interrogante de si regresaremos en algún momento. La inmigración no ha sido sencilla, pero podemos decir que de la mano de Dios y de aquellos a quienes el Señor ha puesto en nuestro camino, cada día nos sentimos más felices; estamos más unidos, sentimos el cariño sincero y contamos con la fuerza necesaria para enfrentar con serenidad y alegría las tribulaciones que nuestro andar nos pueda deparar, hasta que finalmente lleguemos a nuestra patria definitiva, el cielo, con Jesús, José y María, donde nadie se sentirá extranjero.
La crisis política, social y económica que vive Venezuela, es la causa de que la población en su búsqueda de oportunidades de vida, abandone el país, estimándose una emigración de más de 5 millones de habitantes y convirtiéndose junto a Siria, en una de las crisis migratorias más grande del mundo y la mayor de un país que no está sujeto a una confrontación bélica. Los venezolanos abandonan su país, por cualquier medio posible, incluyendo rutas a pie, las cuales conllevan múltiples peligros y no pocos, pierden incluso la vida. Personas de todo nivel: social, académico o laboral, que abandonan el país, se enfrentan a circunstancias para las cuales muchos no están preparados. Perú es el segundo país de Latinoamérica con mayor recepción de estos inmigrantes con un estimado de más de un millón de personas.

Hace cincuenta años, en 1974, en una reunión familiar en la casa Miralba en Lima, un argentino de nombre Mario, pudo hacerle una pregunta a san Josemaría en la que le decía que era muy difícil sentirse extranjero en el Perú, porque los peruanos suelen recibir con mucho cariño. Y la respuesta de san Josemaría fue épica: -A mí me sucede lo mismo, porque somos cristianos, y porque lo son los peruanos, que suelen abrir el corazón de par en par (..) me encuentro como nunca: ¡tan a gusto!, ¡qué bien se está aquí!
Hace cincuenta años, en 1974, en una reunión familiar en la casa Miralba en Lima, un argentino de nombre Mario, pudo hacerle una pregunta a san Josemaría en la que le decía que era muy difícil sentirse extranjero en el Perú, porque los peruanos suelen recibir con mucho cariño. Y la respuesta de san Josemaría fue épica: -A mí me sucede lo mismo, porque somos cristianos, y porque lo son los peruanos, que suelen abrir el corazón de par en par (..) me encuentro como nunca: ¡tan a gusto!, ¡qué bien se está aquí! Pido a san Josemaría que cuide a todos los migrantes del mundo y que llegue algún día donde quienes salimos de nuestra patria, podamos volver a ella, siendo sembradores de paz y de alegría como él nos enseñó.