Siempre me digo a mí misma, que tuve la suerte de no conocer el Opus Dei, sino que “nací” dentro de la Obra. Mi mamá es supernumeraria desde antes de casarse, y el espíritu de la Obra se ha respirado en mi casa, con mis papás y hermanos.
Además, más adelante, el Señor me regaló la vocación a la Obra, me casé con Eduardo, supernumerario y en cuya familia también había varias personas del Opus Dei. Tuvimos 6 hijos, 3 de ellos también son de la Obra y los otros 3 que no lo son, la quieren mucho.

El buen gusto es compatible con la economía
Como esposa y mamá de familia numerosa, siempre me ha gustado mudarme “sin cambiar de casa”, tratando de renovar los ambientes cada cierto tiempo según las circunstancias, sobre todo por las diferentes etapas por las que pasaban mis hijos.
Tengo un lindo ejemplo de mi mamá y mis tías, quienes se esforzaban para que la casa siempre estuviera bien puesta, con cariño, buen gusto y cuidando los detalles pequeños, dándole ese atractivo calor de hogar, con el que san Josemaría soñaba para los hogares de sus hijas e hijos en el mundo entero y de todos los tiempos.
Algo que he podido aprender en la Obra es que el buen gusto es compatible con la economía familiar, y no necesariamente con el lujo, sino más bien con la sobriedad, la elegancia y la pobreza.
“Hacer de nuestras casas, hogares luminosos y alegres”
Yo he querido seguir ese ejemplo. Pero sobre todo por y para Dios, tomando como inspiración lo que nos decía san Josemaría: “Hacer de nuestras casas, hogares luminosos y alegres”. Siempre lo he hecho para mi familia y ahora tengo la alegría de hacerlo a amigos, familiares, conocidos y algunos centros de la Obra, pues lo que empezó como una afición, hoy es mi profesión.

Dar armonía en la casa
El gusto por tener las cosas bien puestas fue aumentando conforme iba creciendo mi familia. El hecho de no ser pocos en casa me motivó a buscar herramientas importantes para lograrlo día a día.
El orden, la organización, el prever las cosas y comunicarme con mi esposo e hijos se hicieron mis armas más poderosas. Esto creó armonía.
El estar todos involucrados permitía que nos esforzáramos por hacer la tarea bien hecha y la satisfacción que recibíamos como recompensa, era la alegría de los demás.
El estar todos involucrados permitía que nos esforzáramos por hacer la tarea bien hecha y la satisfacción que recibíamos como recompensa, era la alegría de los demás. Además, teníamos como motivación y ejemplo a nuestra madre, la Virgen, y el hogar de Nazareth.
Mi aprendizaje para crear hogar
El mundo de la decoración es un arte y he aprendido cosas puntuales, que pienso que pueden servir para todos:
- Hay que ser atemporales y no dejarse llevar por las tendencias, sobre todo las que son muy marcadas.
- No solo se puede tener, sino y sobre todo, hay que saber mantener las cosas (cuidarlas y darles buen uso).
- Menos es más. No hay que llenarse de cosas, sino darle su lugar a cada una para que todas brillen con luz propia.
- Lo austero, limpio y ordenado es lo más sobrio, elegante y verdadero, como lo afirmaba, con mucha razón, san Josemaría.
- Cada hogar debe ser un remanso de paz donde todos quieran pronto regresar, porque allí encuentran a los que más quieren y donde se sienten a gusto, donde se puede vivir, donde se nos quiere como somos.
- Pero sobre todo, que el brillo de una casa es el amor, la armonía y la alegría que se respira en un hogar agradecido por todos los regalos que el Señor nos da cada día de nuestra vida.
Los centros de la obra están llamados a ser remansos de paz
Cada centro de la Obra donde he podido echar una mano para la decoración es una oportunidad maravillosa para crear ambientes modernos, alegres y cómodos, sabiendo que servirán para que los miembros de la casa estén más contentos, renovados, con ganas de disfrutar mejor en familia y de regresar después de una jornada laboral.
Y me motiva más el hecho de saber que son los lugares donde se organizan actividades con gente joven, lo cual me lleva a dar gracias a Dios, a la Virgen y a san Josemaría.

Y si al arte de la decoración, le sumamos ese aire de familia, propio de la Obra, que el beato Álvaro nos animaba a vivir con estas palabras, pienso que el resultado puede ser espléndido: «El espíritu de familia es tan esencial para nosotros, que cada hija y cada hijo mío lo lleva siempre consigo; tan fuerte, que enseguida se manifiesta en torno a nosotros, facilitando la creación de un ambiente de hogar en cualquier sitio donde nos encontremos. Por eso, nuestro ser y sentirnos familia no se fundamenta en la materialidad de vivir bajo el mismo techo, sino en el espíritu de filiación y de fraternidad, que el Señor ha querido desde el primer momento para su Obra». (Carta, 1-XII-1985, en "Cartas de familia" I, n. 204).
En el trayecto de mi aventura en el arte de la decoración, he aprendido que lo más lindo que ha hecho Dios es la familia. Que cuidarse como un gran equipo es el mejor premio, y hay que dar gracias al Señor por eso.
Y para mí, cuidar de mi familia y mi familia en la Obra es un premio que no merezco.

