Una de las primeras cosas que nos dijo san Josemaría fue de la necesidad que teníamos de rezar, de ser santas, de cuidar la presencia de Dios, de hacer actos de amor, porque el Señor se vuelca, y nosotros nos quedamos cortos. En Miralba, por toda la casa había pinturas de la Escuela Cusqueña: de la Virgen, de la Santísima Trinidad, de San José, en un momento comentó que a él le acercaban a Dios.

Al pasar al antecomedor, se detuvo ante una imagen de la Virgen, y la cogió para besarla. Después de encender una vela y de rezar, se despidió diciendo: Quered mucho a la Santísima Virgen y recordad siempre a San José que intercede por nosotros.
Al pasar al antecomedor, se detuvo ante una imagen de la Virgen, y la cogió para besarla. Después de encender una vela y de rezar, se despidió diciendo: Quered mucho a la Santísima Virgen y recordad siempre a San José que intercede por nosotros.
En otro momento, el 10 de julio, el Padre dijo: Tendremos reuniones con mucha gente, haremos catequesis, para hablar de Dios. Al Padre le llamó la atención la cantidad de detalles de cariño y de recuerdos que recibió: flores, dulces, cuadros coloniales, implementos para los oratorios, regalitos de niños, con infinito cariño, cartas, dulces de las chicas del club Altea todos los días.
Indudablemente, lo que más le impresionó al Padre, fue el cuidado de los oratorios. Cuando llegó a la sede de la Comisión Regional el 9 de julio, saludó al Señor en el oratorio del Centro de Estudios, que se encuentra en la planta baja. Su genuflexión fue pausada, como si se tratara de la única genuflexión de la vida. Adoro te devote, latens deitas, rezó en voz tenue. A los pocos días de llegar dijo algo que repetiría en ocasiones, y que nos llenó de alegría: “Os voy a decir unas palabras de Isaías, que me vienen del corazón a la boca: ¡quoniam bene! ¡Que lo habéis hecho muy bien! He visto cómo tratáis al Señor en la Sagrada Eucaristía. He contemplado los sagrarios, he mirado los ornamentos, los vasos sagrados, y me he llenado de alegría porque aquí se quiere a Nuestro Señor. En esta América—concretamente ahora, en Lima— he comprobado que mis hijos aman a Jesús.
En cuántas ocasiones volvimos a oír al Padre que le conmovían los oratorios: Están hechos con cariño y responden a las circunstancias de este país, donde se ha amado y se sigue amando a Nuestro Señor y a su Madre. ¡Bendito sea este Perú! Ahora entiendo mejor esa expresión que oía ya desde niño: ¡vale un Perú!
En cuántas ocasiones volvimos a oír al Padre que le conmovían los oratorios: Están hechos con cariño y responden a las circunstancias de este país, donde se ha amado y se sigue amando a Nuestro Señor y a su Madre. ¡Bendito sea este Perú! Ahora entiendo mejor esa expresión que oía ya desde niño: ¡vale un Perú!
Hay que hacer una mención especial a Roser Anglada, numeraria española que llegó al Perú en el año 1956, y que falleció en Lima el 21 de mayo de 2021. Se dedicó intensamente y con mucho cariño a la confección de casullas y ornamentos de liturgia, así como a la decoración de los oratorios de toda la Región.
El Padre también habló mucho del sacramento de la confesión durante su estancia en el Perú. En Cañete decía: El primer Sacramento que está cerca de vuestras manos es la confesión. Os aconsejo que lo recibáis con frecuencia, y os lo aconsejo porque yo también me confieso, semanalmente al menos. En el Santo Sacramento de la Penitencia, es Dios quien perdona. La confesión es secreta, con un secreto tremendo, de manera que no se entera más que Dios Nuestro Señor. El sacerdote se olvida enseguida de todo, y cometería un pecado gravísimo si faltara al sigilo.

En la tertulia de Miralba del 14 de julio de 1974, el Padre vuelve a insistir en el tema de la confesión:Hijos míos, yo creeré que he perdido el tiempo en Perú si no logro que haya muchas confesiones: de amigos vuestros, de parientes vuestros, de colegas vuestros, de vecinos vuestros, de conocidos vuestros que están abandonados…. Y los que os confesáis, hacedlo con la frecuencia debida. Yo predico con el ejemplo: esta mañana lo he hecho; el sábado o el domingo me confieso siempre ¡por lo menos! Y dirán: porque usted es un pecador muy grande…Si señor, es verdad. Soy un pecador que necesita que el Señor tenga mucha piedad de mí. Rezad por mí. Pero vosotros, si no sois de pastaflora, también sois pecadores. Por lo tanto, a la Confesión frecuente, con dirección espiritual.

En la tertulia del día 11 de julio de 1974, que fue para mujeres del Opus Dei con la fidelidad, decía también el Padre: Veo en esto la mano de Nuestro Señor, porque Él hace que, por donde vamos pasando, se levante un reguero de contrición: almas que se acercan a hacer confesiones sinceras y contritas, a frecuentar la Sagrada Comunión, a practicar la vida interior y el apostolado... ¡Una maravilla que no llevamos a cabo los hombres ni las mujeres, sino Dios!
Cuando el Padre se fue del Perú, quedamos contagiadas de su amor a la Virgen y a San José, que nos llevan de la mano hasta Jesús, a la reparación, y al desagravio, a una continua conversión y a llevar a nuestras amigas al sacramento de la Penitencia.
En la tertulia de san Rafael de chicas en Larboleda, cuando parecía que el Padre había terminado de contestar, recogió el tema que había comentado con una pregunta, y continuó hablando del sacramento de la Penitencia. Además, encomiéndalas. Muchas de ellas necesitarán una buena confesión: siempre estamos en lo mismo. ¿Se confiesan con frecuencia...? Ahí está el mal. Si se confesaran con frecuencia, verían qué fácil les sería dar un cambiazo: se convencerían de que necesitan una limpieza extraordinaria y un vestido nuevo, el vestido de la gracia.

Aunque el Padre no estuvo en Piura, el cariño de la gente por nuestro Padre se notaba. Una estudiante de la residencia Altozano decía: no conozco al Padre, pero le quiero mucho; he aprendido a quererle viendo cómo le quieren ustedes.
Aunque el Padre no estuvo en Piura, el cariño de la gente por nuestro Padre se notaba. Una estudiante de la residencia Altozano decía: no conozco al Padre, pero le quiero mucho; he aprendido a quererle viendo cómo le quieren ustedes. En ese ambiente de espera y de oración, vimos crecer el cariño al Padre, a la vocación a la Obra y acercarse muchas almas al Señor. Aumentaron las confesiones.
El 29 de julio de 1974, tuvo lugar una tertulia numerosa en Larboleda. Era un día de sol esplendoroso y el jardín de Larboleda estuvo repleto de gente. Nada más comenzar la tertulia, el Padre dijo: Jesús, Señor nuestro, ha querido, en su bondad infinita, dejar muy bien señaladas sus pisadas en la tierra por medio de los siete Sacramentos, con el fin de que los hombres podamos caminar seguros. Y entre esos Sacramentos hay uno que ahora es más atacado que los demás: el Sacramento de la Penitencia, la Confesión. Y yo os digo que me sentiré muy dichoso si logro que por lo menos unos de los que me escuchan, uno que se haya abandonado un poquito estos años pasados, se decida a hacer una buena Confesión, una Confesión sincera, detenida, contrita.
En otro momento dijo el Padre ante la pregunta sobre alguna persona muy buena que descuidaba el trato con Dios: …Harás una gran labor y conseguirás que traten a Dios directamente, buscándolo en su alma y en la Sagrada Eucaristía, en la frecuencia de Sacramentos: sobre todo, en la Confesión. ¡Confesaos! No hagáis caso de los locos que mienten por ahí.
Ya al terminar la tertulia, el Padre nos daba sus últimos consejos. Nos decía que en la Iglesia no había cambiado nada, y repetía: Ya me voy tranquilo. Y que os confeséis todos: ¡Cuanto antes! Que procuréis que se confiesen vuestros amigos, vuestros parientes, vuestros conocidos, vuestros vecinos, vuestros colegas. ¡Hala! Con la lengüita que Dios os ha dado, decidles dos descaros. A confesar, a limpiarse, que buena falta les hace.

Ya al terminar la tertulia, decía una chica joven: Es la primera vez, en mucho tiempo, que escucho a un sacerdote decir: ¡confesaos! Es lo que más me ha llenado el alma.
El día 31 de julio, el Padre antes de su partida a Ecuador, estuvo con algunas numerarias y numerarias auxiliares, en el comedor de Los Andes, donde vivió el Padre durante su estancia en Lima. Después de darnos varios consejos y de decirnos lo contento que había estado, nos dijo, refiriéndose a Montemar: Me gustaría, si es posible, que antes de que se pierda esta costumbre colosal que hay aquí de reparar los retablos y las esculturas antiguas, aprendierais y supierais enseñar a otras en Montemar. Vuestras hermanas hacen esto en algunos sitios: recogen cosas que, desgraciadamente, no quieren tener en las Iglesias —vamos a rezar para que Dios les perdone—, y todo se aprovecha restaurándolo. Aquí tenéis gracia y arte para estos trabajos; seguid cuidando a Dios Nuestro Señor con este amor.

En resumen, después de haber repasado bien las enseñanzas de san Josemaría durante su estancia en el Perú, podría decir que en los puntos que más incidió fue en la Confesión frecuente y en el cuidado de las cosas que se refieren a Dios. Agradeció el cuidado que teníamos en la Región de los oratorios y de todo lo referente al culto. Dijo más de una vez, que acá se notaba que se amaba a Jesucristo.
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El relato de los días de san Josemaría en Perú narrados por Ana Sastre en Tiempo de caminar.