Los primeros cristianos, comprendieron bien el alcance de las palabras de Jesús: «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto». La perfección que propone el Maestro no es la de la impecabilidad. Aquellos hermanos nuestros entendieron que se refería al amor. Profundizaron en el contenido del Mandamiento Nuevo.
Eran testigos del amor tan grande del Señor para con cada uno de ellos, y con ese corazón de Cristo se lanzaron a amar, de verdad, al prójimo, tal como Él los había amado.
Buscaban la santidad, en todas las actividades de la tierra. No les era nada extraño el apelativo de «santos». Así se entiende que San Pablo enseñe: «Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Tes 3, 4).
Sed santos, como mi Padre celestial es santo”
Propuesta que se resume así: «“¿Quién ha dicho que, para llegar a la santidad, sea necesario refugiarse en una celda o en la soledad de una montaña?”, se preguntaba, asombrado, un buen padre de familia, que añadía: “entonces serían santas, no las personas, sino la celda o la montaña. Parece que se han olvidado de que el Señor nos ha dicho expresamente a todos y cada uno: sed santos, como mi Padre celestial es santo”. —Solamente le comenté: “además de querer el Señor que seamos santos, a cada uno le concede las gracias oportunas”». (Surco, 314).
Artículo publicado en el diario “Correo” de La Libertad el martes 25 de junio de 2019.