Homilía en la fiesta de San Josemaría Escrivá de Balaguer (Chiclayo, 26 de junio 2025)

A continuación, la transcripción de la homilía de monseñor Edinson Farfán, O.S.A. del 26 de junio de 2025 en la Catedral Santa María de Chiclayo

Queridos hermanos en el sacerdocio, estimados fieles laicos, queridas familias y autoridades.

Hoy nos reunimos en la Catedral Santa María de la diócesis de Chiclayo, para celebrar con gratitud y esperanza la fiesta de san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei y testigo luminoso de la santidad vivida en lo cotidiano. Recordamos 50 años de su fallecimiento.

Hoy sus hijos siguen llevando este ejemplo de santidad a todas las familias e instituciones donde realizan su misión. Infinitas gracias a nombre de la Iglesia diocesana de Chiclayo, ustedes realizan una bella misión en el campo de la educación, en Chiclayo tenemos dos instituciones educativas: Algarrobos y Ceibos, también los sacerdotes de la Obra llevan una hermosa labor en las clases en el Seminario Santo Toribio de Mogrovejo de la diócesis, en la dirección espiritual tanto para los sacerdotes, seminaristas y laicos, muchas familias son bendecidas por este bello carisma.

San Josemaría entendió, que la llamada a la santidad no es privilegio de unos pocos, sino vocación universal.

Como hemos escuchado en la carta a los Romanos: “hemos recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar Abba Padre, ese Espíritu da testimonio que somos hijos de Dios”, por tanto, llamados a la santidad, la santidad como don de Dios, somos santos en Aquel que es santo por excelencia, nuestro Señor Jesucristo, porque Él quiere que seamos santos.

Nos dice el Concilio Vaticano II: Por tanto, todos los fieles cristianos, en las condiciones, ocupaciones o circunstancias de su vida…se santificarán más cada día si lo aceptan todo con fe de la mano del Padre celestial y colaboran con la voluntad divina, haciendo manifiesta a todos, incluso en su dedicación a las tareas temporales, la caridad con que Dios amó al mundo…Dios es caridad, y el que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16). Y Dios difundió su caridad en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado (cf. Rm 5, 5).

Por consiguiente, el primero y más imprescindible don es la caridad, con la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por Él. Pero, a fin de que la caridad crezca en el alma como una buena semilla y fructifique, todo fiel debe escuchar de buena gana la palabra de Dios y poner por obra su voluntad con la ayuda de la gracia (LG 41-42).

Nunca olvidemos que la fuerza del Espíritu Santo que sirve para vivir, nos sorprende cada día, nos invita a ponernos en las manos de Dios y reconocer que sin Él no podemos hacer nada.

Ese grito Abba Padre nos hace frágiles ante los ojos de Dios, necesitados de Dios; en otras palabras, somos invitados a buscar a Dios con sencillez y humildad, sin arrogancia y sin sentirme mejor que los demás. Todos somos hijos amados de Dios.

San Josemaría lo resumía con palabras sencillas: «Dios nos llama por los caminos ordinarios de la vida». Para él, la oficina, la casa, la universidad, el colegio, el taller eran verdaderos altares donde se ofrece a Dios el trabajo bien hecho y con mucho amor.

En este recordar la llamada a la santidad el evangelio de hoy nos invita a ser pescadores de hombres, remar mar adentro y echar las redes para pescar, pero con la confianza puesta en Él; es decir ser buen olor del evangelio, que la vida de cada cristiano comprometido hable a través de la experiencia de fe y que podamos decir como el apóstol Pedro: «Maestro, nos hemos pasado la noche y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes»

Es decir que en la misión encomendada aprendamos a fiarnos de Él. A veces la tentación es querer controlarlo todo y confiar en nuestras propias fuerzas ¡cuidado! Eso es autosuficiencia que viene acompañada de soberbia y no tiene nada que ver con la santidad diaria.

Echar las redes es dejarnos asombrar todos los días por la fuerza vivificadora del Espíritu Santo, ese asombro nos lleva al discernimiento profundo para preguntarnos cada día si estamos haciendo la voluntad de Dios.

Amados hermanos: seamos sal y luz, pero sin llamar la atención, haciendo el bien silenciosamente, en tu lugar de trabajo, tratando de agradar a Dios y no a los hombres, aunque a veces tengamos que ir contracorriente o tengamos la tentación de ser el protagonista en la misión, cuidado con predicarnos a nosotros mismos antes que a Cristo.

Este mensaje es de una actualidad profética para nuestra querida América Latina, para la Iglesia Peruana una tierra de misión, de lucha y de esperanza. Hoy, en medio de tantas crisis éticas, de corrupción, de violencia, pobreza resuenan en nuestro interior estas palabras «La santidad no es cosa de héroes extraordinarios, sino de hombres y mujeres que aman y trabajan cada día».

San Josemaría invitaba con su testimonio a comprometernos con la vida, a trabajar con las familias en la educación, la cultura, la justicia social. En cada escuela, en cada universidad; en cada puesto de trabajo veía la posibilidad de transformar la sociedad desde dentro, siendo olor a Evangelio con nuestra vida. Este es un gran reto y desafío que tenemos que seguir profundizando en nuestra misión evangelizadora.

Por eso, hoy damos gracias también por tantos hombres y mujeres, laicos y sacerdotes, que en Chiclayo y en todo el Perú viven este espíritu: santifican el trabajo, elevan la dignidad de la persona humana, y difunden la Buena Nueva con valentía, gratitud y sobre todos con coherencia de vida.

Esta sociedad actual necesita hombres y mujeres profundos con capacidad para el discernimiento diario; que sepan contemplar el mapa de las necesidades profundas desde la raíz de las cosas, que no seamos indiferentes al dolor de los pobres, de la gente que sufre porque no tiene trabajo, de los migrantes, el cuidado de la casa común, el cuidado de las culturas autóctonas y originarias, el valor de la democracia, que nos toque el dolor de tantas familias y niños que sufren por la guerra.

El Sínodo de la Sinodalidad nos invitaba a tomar muy en serio la doctrina social de la Iglesia para ser buenos discípulos y misioneros en salida y en esta línea también nos hace el llamado el Papa León XIV.

En una tertulia a sus hijas a pocas horas de su fallecimiento en Villa delle Rose, san Josemaría decía a sus hijas: Hemos de amar mucho a la Iglesia y al Papa. Pidan al Señor que sea eficaz nuestro servicio para su Iglesia y para el Santo Padre.

Hermanos, que no nos gane la mediocridad, la indiferencia o la corrupción que a veces contamina tantos ambientes. Recordemos que estamos llamados a ser sal y luz para transformar lo ordinario en extraordinario; es decir, ofrecer a Dios cada jornada como una ofrenda grata.

Como Iglesia de Chiclayo, consagrada a Santa María, nuestra Señora de la Paz, la Inmaculada, la madre del Buen Consejo, nuestra Señora de los Ángeles, pongámonos bajo su amparo, igual que san Josemaría hizo toda su vida. Que ella nos enseñe a decir sí cada día, con amor, fidelidad, perseverancia y con alegría para ser buenos peregrinos de la esperanza.