Fue una gracia inmensa

En julio de 1974 San Josemaría vino al Perú. Para él fue “un sueño estar en Lima”. Diversas actividades se habían programado a su llegada, pero al poco tiempo enfermó de una bronquitis muy severa. Abraham Zavala, el médico que lo atendió, agradece sus enseñanzas.

Doctor Abraham Zavala Stanbury

  Abraham Zavala Stanbury nació en Arequipa el 05 de octubre de 1932. Desde niño, siempre quiso ser médico y dedicar su vida a la medicina. Apenas concluyó los estudios secundarios, estudió en la Facultad de Medicina Humana “San Fernando”, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y siguió la especialidad de Neumología. Según asegura, el contacto con San Josemaría a los 42 años, le permitió reafirmar totalmente su vocación y descubrir la santificación de la enfermedad y el dolor.

 Como un guante a la medida

“Un día mi esposa invitó a almorzar a la casa a un primo suyo, Mons. Sánchez Moreno, un obispo miembro del Opus Dei. Él nos habló de la Obra y nos invitó a una reunión. Después de asistir, supe que eso era para mí”. 

“Era como un guante que a un cirujano le cae perfectamente y a la medida, lo que sentí cuando conocí el Opus Dei. Desde el principio estuve seguro de pertenecer a él y no me equivoqué; no sólo he aprendido valiosas enseñanzas para la vida sino que tuve la dicha divina de haber podido tratar a un santo”.

El encuentro

12 de julio de 1974. El Dr. Abraham Zavala y su familia, con Josemaría.

“Yo recién tenía casi un año como miembro del Opus Dei y había cosas que todavía no conocía, pero al verlo, escucharlo y sentirlo descubrí el camino de la santificación de todos los momentos. Sólo lo conocía por libros y apenas lo vi, tuve la impresión que casi toda persona siente y percibe: estar frente a un Santo. Luego cuando enfermó, me llamaron y empecé a atenderlo, recuerdo que cuando fui a verlo lo encontré ya en su camita”.

“En una oportunidad que tuve le pregunté a Josemaría ¿Cómo hacer para considerar a la muerte como a una buena amiga?, pues él dice en Camino que no tengamos miedo a nuestra hermana la muerte. Me respondió que la muerte era una puerta al amor, al descanso, a la paz y a la felicidad, y que en la vida debemos prepararnos con ilusión para ese momento. Ésta fue una de las mejores enseñanzas que me dejó”.

La enfermedad

“Empezó con una simple afección gripal, parece que fue en el avión que lo trasladó de Argentina a Chile y después de Chile a Perú empeoró un poco. Cuando lo vi, estaba con una bronquitis muy severa. A los dos días hizo una bronconeumonía y nos tuvo en vilo varios días. Yo tenía que verlo mañana y tarde”. 

 “Los que más me dolió, y a él también, fue cuando le tuve que prescribir reposo absoluto, pues significaba que no podía celebrar misa, ni siquiera en el día de la Virgen del Carmen, a la que él amaba tanto. Pero su malestar no le impedía trasmitir el mensaje de Dios; recuerdo que, como la nebulización que yo le hacía demoraba un poco, él pedía que le leyeran todas las cartas que le escribían sus hijos del Perú”. 

 “Sobrellevó la enfermedad como una persona santa, no protestaba por nada y siempre fue obediente a mis indicaciones. Él con paciencia, con una paz y santidad los recibía y aceptaba. Se intuía en él una luz divina porque tenía mucha fuerza espiritual que se percibía en todas sus palabras y en sus acciones”.

Enseñanzas de un Santo

El Dr. Abraham Zavala aprendió la alegría de Josemaría

“Josemaría nos trataba como el padre más cariñoso que existe, con suavidad y con alegría, porque él nunca dejó de estar alegre, ni siquiera cuando enfermó. Cada gesto y palabra suya era una enseñanza, todas sus manifestaciones eran una lección de vida, de cómo se debe ser un buen paciente, un padre o un amigo. Lo que más se me quedó grabado es saber que hemos venido para santificarnos y que lo que viene después es mucho mejor”. 

“San Josemaría era muy agradecido. Recuerdo que después de algún tiempo me envió un cuadro que él mismo había mandado pintar, en agradecimiento por la atención que le brindé”.

“Siguiendo sus enseñanzas intento atender a mis pacientes y a los familiares de mis pacientes con cariño y bastante amor, como me gustaría que me traten cuando enferme. Intento ser padre de familia como Dios quisiera que sea, como San José, el padre de la familia de Nazaret, cumpliendo además mi labor de hijo, de esposo, de amigo, de profesional, lo mejor que pueda”.