El dinamismo de la vida de don José Manuel Horcajo se manifiesta más en la mirada que en los movimientos. Contrariamente a lo que uno imagina al leer sus libros, no corre, pero está atento. «Todo lo que hay en mi parroquia no procede de un plan previsto o de unas ideas que he desplegado, una especie de protocolo que yo he imaginado y que lo estoy aplicando, sino de la voluntad de Dios para cada día», afirma. Por eso, el párroco de san Ramón Nonato se deja llevar: «es mi amistad con Jesús la que me lleva», explica. Así comprende el sacerdocio. Así se entiende la vida que tiene la iglesia ubicada al cruzar el puente de Vallecas.
«Creo que Dios me pide algo»
Tampoco su sacerdocio fue fruto de un plan: «Nunca pensé en ser sacerdote», asegura. Tanto para él como para su familia y amigos, este llamado fue una sorpresa y no le creyeron cuando les contó su decisión de ordenarse. Distinta fue la reacción de su novia que, al conocer la noticia sencillamente le dijo: «Ahora entiendo por qué notaba que tenía que rezar mucho por ti».
Fue durante un retiro que sintió la inquietud de que Dios le pedía algo, y cuando se lo dijo al sacerdote que predicaba los ejercicios espirituales, cuenta que fue suficiente expresar la frase, «creo que Dios me pide algo» para intuir al instante que esa inquietud podía ser la vocación al sacerdocio. De aquella conversación se fue muy nervioso, pero encontró paz siguiendo el consejo que recibió aquel día: rezar el rosario. «¡Fue el primer rosario de mi vida! Lo recé todo desestructurado, no sabía cómo funcionaba eso de las bolitas. Recé como pude, y al terminar me entró mucha paz. Noté que la Virgen me dijo: ¡Tranquilo, hijo! ¡Que esto es de Dios, y tú estás en nuestras manos!»
«Cada persona es un rostro que me está pidiendo que sea santo»
Para don José Manuel, que pertenece a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, la amistad y el consejo de otros sacerdotes son un apoyo para la exigente misión que desde el 2009 despliega en un barrio que se caracteriza por reunir un alto porcentaje de personas inmigrantes. «En esta parroquia tienes que motivar a la gente para darles una ilusión y una esperanza», asegura. Una meta que para él, pasa en primer lugar por acercar a las personas a los Sacramentos.
La parroquia, que mantiene las puertas abiertas de sol a sol, reúne a numerosas personas, que se preparan para recibir los Sacramentos: niños, ancianos, familias enteras giran en torno a las catequesis… detrás de ellos, hay un buen número de voluntarios. «Exponemos al Santísimo, entonces la gente viene a rezar y le pasan cosas», esa es para el párroco la explicación de todo lo que sucede.
La demanda de las personas es constante, intensa, en cantidad y variedad. Pero no se acostumbra, y en buena medida, para don José Manuel, eso es en buena medida gracias al Sacramento de la Confesión: «Cuando la persona me cuenta sus problemas, sus traumas, aunque sean pequeños, tengo un profundo amor de Cristo por esa persona, tengo una ternura especial que no procede de mí», explica. «Si solo fuera por despachos, papeles o reuniones, al final serían un caso más».
No faltan dificultades y con ocasión de una campaña contra la parroquia y contra él, no oculta haber experimentado un bajón fuerte que lo llevó a cuestionarse por el sentido de tanto sacrificio. «Fue un momento como decir, pues encima que he ayudado a la gente, me lo pagan de esta manera. Entonces mejor me voy a un sitio más tranquilo y me quito de líos». Salió de ese momento de debilidad notando que el Señor lo invitaba a cargar de una forma especial con su Cruz.
La certeza de que «ellos han sufrido más», lo mueve a superar las pruebas diarias y a exigirse. «Son ellos los que me exigen», dice convencido, «cada persona que llega a mi parroquia para mí es un rostro que me pide que sea santo».