Cuarentena: oportunidad para acercarse a Dios

Luis y Mariana son un matrimonio venezolano que radica en Lima desde hace algunos años. En este artículo, nos cuentan como las sucesivas cuarentenas en la pandemia del COVID-19, han supuesto un giro de ciento ochenta grados en sus relaciones familiares y una nueva oportunidad para buscar a Dios en lo ordinario.

Luis y Mariana haciendo teletrabajo juntos a temprana hora del día.

Al principio de la cuarentena, nos estresamos. Convencer a tres hijos muy pequeños e inquietos de mantenerse conectados más de cuatro horas diarias en la computadora, olvidándose de ver a sus amigos en el colegio y contando solo con una portátil en no tan buenas condiciones, parecía una tarea inalcanzable.

Antes de la pandemia, mi esposa Mariana y yo, por nuestros compromisos laborales, teníamos que salir de casa a las seis y quince de la mañana a diario. En el mejor de los casos, veíamos a nuestros hijos despiertos cinco minutos antes de irnos. Nos lamentaba esa rutina. La cuarentena supuso un giro radical, pues hizo que compartamos la mesa los cinco.

Mariana, como buena gerente hogareña, escribió un horario en el que dos personas eran responsables de colocar los platos y luego cada quien debía devolverlo a la cocina. Así fuimos distribuyendo nuevas tareas en casa.

Hasta hoy, todos hemos tenido la costumbre de hacer una petición durante la bendición de los alimentos. María Alejandra, nuestra hija mediana, de seis años, pide siempre que todas las personas con coronavirus se curen rápido. Luis Alberto (Keco), el menor, quien pronto cumplirá cinco, reza para que se acabe la pandemia. Y María Teresa, la más grande, desea que la vacuna llegue pronto a la mayoría de habitantes del Perú.

Sobre la nueva dinámica laboral, a raíz de la pandemia, como visitador médico estaba acostumbrado a trabajar solo, a mi ritmo, en la calle y sin oficina, caminando de un consultorio médico a otro, visitando clientes. Ahora, en casa, era abordado frecuentemente por alguno de mis hijos, saludando, pidiendo ayuda o simplemente queriendo acompañarme. Me impacientaba no avanzar con mi agenda de trabajo.

Jugando en el pasadizo del edificio

Providencialmente, pasó por mis manos, esa misma semana, un texto de Santa Teresita del Niño Jesús en el que luego de incomodarle las interrupciones que le hacían las demás monjas del Carmelo, decidió tomarlos como momentos para agradar a Dios, respondiendo amablemente a cualquier petición. Para reforzar este servicio a los que nos rodean cuando estemos consumidos por tantas obligaciones, hay un punto en Surco, el número diez, escrito por san Josemaría, de gran utilidad y que da en el clavo: “De la falta de generosidad a la tibieza no hay más que un paso”.

Y en los normales espacios de cansancio que durante el día aparecen, me apoyo en una imagen de la Virgen de Fátima con los tres pastorcitos, recordando los pequeños sacrificios que ofrecían ellos siendo tan jóvenes.

Mientras estaba sentado en mi nuevo escritorio (la cama de mi hijo Keco), con el equipo de trabajo en las piernas, recibo una noble invitación de Mariana para rezar el Ángelus. Nunca antes habíamos tenido esa oportunidad de rezar juntos.

Después, tras casi diez años viendo cocinar a Mariana, porque carecía de esa habilidad, me decidí a observar paso a paso la elaboración del guiso con el que sazona cada menú. Aunque no llego a alcanzar su mismo nivel, comencé a suplirla algunos días y así compartir las funciones culinarias en casa, hecho que ella agradece.

Una vez terminado el almuerzo, tenía la costumbre de rezar el rosario. Un día, Mariana se me acerca y me pregunta “¿por qué lo haces solo?”. Tenía razón. Pocas veces la había incluido. A partir de ahí, lo rezamos juntos, en familia.

Mariana es profesora de química en un prestigioso colegio de Lima. Asesora proyectos de ciencias de alumnas en último año de secundaria. Tiene reuniones virtuales con sus colegas y además es preceptora de tres estudiantes. Una de sus mejores virtudes es la organización. Distribuye muy bien el día para cumplir con todo y acompañar a los chicos en sus clases matutinas, las tareas escolares y otros asuntos domésticos.

Las cuarentenas me han servido para aprender a valorar más a mi esposa. Admiro su energía. Lo mejor es que su trabajo, la ha ayudado a acercarse más a Dios. Cada día, al despertarse, escucha el Evangelio y mientras preparamos el desayuno, procuramos rezar juntos también.

Desayunando en familia

Siempre me había afectado permanecer muchas horas fuera de casa. Ahora, el buen Dios nos dio el regalo de poder combinar el trabajo y la vida familiar en el mismo lugar. Nuestros tres hijos han dicho que se sienten contentos de que papá y mamá estén siempre ahí. Pienso que la recuperación del espacio familiar, ha sido un bálsamo, dentro de todo el dolor que ha traído la pandemia.

Los fines de semana han sido ocasiones propicias para conversar virtualmente con cientos de amigos. Especialmente, con los de la infancia, el colegio y la universidad, cuyo trato frecuente había disminuido.

Debido a que muchos de ellos se han quedado sin empleo, ahora hablamos más seguido y compartimos sus preocupaciones. Proponerles rezar estampas de don Álvaro del Portillo y la beata Guadalupe Ortiz de Landázuri para que intercedan por una pronta oferta y poder controlar la inevitable ansiedad temporal, les ha ayudado. Algunos de ellos ya han conseguido empleo y hoy se apoyan más en Dios.

La situación de la pandemia, ha ocasionado que el cariño familiar se haya fortalecido en casa. Somos una familia más unida y que confía más en Dios. Nos tratamos como un mejor equipo. Como decía la Santa Madre Teresa de Calcuta: “Si quieres cambiar el mundo, ve a tu casa y ama a tu familia”.