«Perdonar nos ayuda a que el resentimiento no determine nuestro futuro»

Continuando con las escenas de la Pasión, León XIV ha empleado hoy para su catequesis el momento de la traición de Judas a Jesús en la Última Cena para hablar del perdón que debemos practicar, incluso con aquellos que nos traicionan o dan la espalda. Además, al final de la audiencia ha convocado una jornada de ayuno y oración por la paz el próximo 22 de agosto.

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy contemplamos uno de los gestos más sorprendentes y luminosos del Evangelio: el momento en que Jesús, durante la última cena, ofrece un bocado a quien está a punto de traicionarle. No es solo un gesto de compartir: es mucho más; es el último intento del amor de no rendirse.


Catequesis sobre “Jesucristo, nuestra esperanza”


San Juan, con su profunda sensibilidad espiritual, nos lo relata así: [Durante la cena, cuando] «el diablo ya había inducido a Judas, hijo de Simón el Iscariote, a entregarlo… Jesús, sabiendo que había llegado su hora de pasar… los amó hasta el extremo» (Jn 13,1-2). Amar hasta el extremo: aquí está la clave para comprender el corazón de Cristo. Un amor que no se detiene ante el rechazo, la decepción, incluso la ingratitud.

Jesús conoce la hora, pero no se somete a ella: la elige. Es Él quien reconoce el momento en que su amor debe atravesar la herida más dolorosa, la de la traición. Y en vez de retirarse, acusar o defenderse… sigue amando: lava los pies, moja el pan y lo ofrece.

«Es aquel a quien yo dé el bocado que voy a mojar» (Jn 13,26). Con este gesto sencillo y humilde, Jesús lleva su amor hasta el fondo, no porque ignore lo que sucede, sino precisamente porque lo ve con claridad. Ha comprendido que la libertad del otro, incluso cuando se pierde en el mal, puede todavía ser alcanzada por la luz de un gesto manso; porque sabe que el verdadero perdón no espera al arrepentimiento, sino que se ofrece primero, como un don gratuito, incluso antes de ser aceptado.

Judas, por desgracia, no lo entiende. Después del bocado —dice el Evangelio— «entró en él Satanás» (v. 27). Este pasaje nos impresiona: como si el mal, oculto hasta entonces, se manifestara precisamente después de que el amor mostrase su rostro más indefenso. Y por eso mismo, hermanos y hermanas, ese bocado es nuestra salvación: porque nos dice que Dios hace todo —absolutamente todo— para alcanzarnos, incluso en la hora en que le rechazamos.

Aquí el perdón revela todo su poder y manifiesta el verdadero rostro de la esperanza. No es olvido, no es debilidad. Es la capacidad de dejar libre al otro, amándole hasta el final. El amor de Jesús no niega la verdad del dolor, pero no permite que el mal tenga la última palabra. Este es el misterio que Jesús realiza por nosotros, en el que también nosotros, a veces, estamos llamados a participar.

¡Cuántas relaciones se rompen, cuántas historias se complican, cuántas palabras no dichas quedan en el aire! Y, sin embargo, el Evangelio nos muestra que siempre hay un camino para seguir amando, incluso cuando todo parece irremediablemente comprometido. Perdonar no significa negar el mal, sino impedir que genere más mal. No es decir que no ha pasado nada, sino hacer lo posible para que el resentimiento no determine el futuro.

Cuando Judas sale de la sala, «era de noche» (v. 30). Pero, inmediatamente después, Jesús dice: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre» (v. 31). La noche sigue allí, pero ya ha comenzado a brillar una luz. Y brilla porque Cristo permanece fiel hasta el final, y así su amor es más fuerte que el odio.

Queridos hermanos y hermanas, también nosotros vivimos noches dolorosas y difíciles. Noches del alma, noches de decepción, noches en las que alguien nos hiere o nos traiciona. En esos momentos, la tentación es cerrarnos, protegernos, devolver el golpe.

Pero el Señor nos muestra la esperanza de que existe —siempre— otro camino. Nos enseña que se puede ofrecer un bocado incluso a quien nos da la espalda. Que se puede responder con el silencio de la confianza. Y que podemos seguir adelante con dignidad, sin renunciar al amor.

Pidamos hoy la gracia de saber perdonar, incluso cuando no nos sentimos comprendidos, incluso cuando nos sentimos abandonados. Porque es precisamente en esas horas cuando el amor puede alcanzar su cima. Como nos enseña Jesús, amar significa dejar al otro libre —incluso para traicionar— sin dejar jamás de creer que esa libertad, herida y perdida, puede ser arrancada al engaño de las tinieblas y devuelta a la luz del bien.

Cuando la luz del perdón logra filtrarse por las grietas más hondas del corazón, comprendemos que nunca es inútil. Aunque el otro no lo acepte, aunque parezca en vano, el perdón libera a quien lo da: disipa el rencor, devuelve la paz, nos reconcilia con nosotros mismos.

Jesús, con el simple gesto de ofrecer el pan, muestra que toda traición puede convertirse en una oportunidad de salvación, si se acoge como un espacio para un amor mayor. No cede al mal, sino que lo vence con el bien, evitando que apague lo más verdadero que hay en nosotros: la capacidad de amar.


El próximo viernes, 22 de agosto, celebraremos la memoria de la Bienaventurada Virgen María Reina. María es Madre de los creyentes aquí en la tierra y también es invocada como Reina de la paz. Mientras nuestra tierra sigue siendo herida por las guerras en Tierra Santa, en Ucrania y en muchas otras regiones del mundo, invito a todos los fieles a vivir la jornada del 22 de agosto en ayuno y oración, suplicando al Señor que nos conceda paz y justicia y que enjugüe las lágrimas de quienes sufren a causa de los conflictos armados en curso.

Que María, Reina de la paz, interceda para que los pueblos encuentren el camino de la paz.