Administrando la naturaleza

Manuel López es ingeniero forestal. En sus viajes a la amazonía peruana procura ser un buen instrumento de Dios, ayudando a cuidar los bosques para que sean mejor aprovechados por todos.

Terminando la carrera de Ingeniería Forestal tuve la oportunidad de participar en un programa llamado Agro-Empresa que organizaba el Centro Cultural Saeta y que dictaban profesores del PAD de la Universidad de Piura.

Fue entonces cuando conocí el Opus Dei y las cosas que me empezaron a atraer partieron del buen trato con que me hicieron la entrevista, el orden del centro cultural, un ambiente de estudio que sin ser suntuoso era ordenado y elegante.

El curso fue desarrollado con mucha calidad y profesionalismo, los profesores eran de primer nivel. Luego supe que algunos de ellos eran del Opus Dei. En general el ambiente que se vivió en esas sesiones era de un espacio juvenil de estudiantes universitarios con un contenido humano muy grande y no vacío como solían ser algunas reuniones de jóvenes.

Cuando fui conociendo más del Opus Dei y de las enseñanzas de San Josemaría fui dándome cuenta que contenía muchos aspectos que de alguna manera ya había buscado, el hecho de hacer las cosas lo mejor posible, de buscar el bien de las personas, el de tratar de ser mejor persona, pero esta vez con un sentido sobrenatural y cara a Dios. Entonces fue que pensé que había encontrado lo que buscaba.

En el trabajo, en los bosques

El espíritu del Opus Dei me ha ayudado a mejorar, en primer lugar, en el trabajo. Es distinto simplemente trabajar por el desarrollo profesional, para lograr ingresos y por el bien de los tuyos, la sociedad y el país que hacer todo eso además por amor a Dios y a las personas, realmente el sentido es más pleno.

Luego, a mí me ha tocado desempeñarme en algunas ciencias relacionadas con la naturaleza y los bosques y realmente es muy bonito ordenar ese trabajo a lo que Dios espera de nosotros, que seamos administradores de los recursos de la naturaleza, que continuemos con su trabajo haciendo lo que Él haría y como Él lo haría, por amor a las personas que viven de esos recursos y los necesitan.

También sabiendo sobrellevar las dificultades que el trabajo de campo requiere en muchos casos. Por ejemplo, suelo viajar mucho a la selva peruana y allí uno se encuentra con muchos imprevistos, lluvias torrenciales, derrumbes, falta de comunicación, largas caminatas, poca comida. Vivir esas circunstancias sobrenaturalmente ayuda a encontrarles sentido y mantener la paz. Además son momentos que uno aprovecha para algunos actos de piedad como rezar el rosario en una caminata en la selva o hacer la oración durante la lluvia.

Con los colegas, con los alumnos

Para ayudar a los demás es importante el ejemplo, manteniendo la coherencia entre lo que digo y hago en relación a lo que es llevar una vida cristiana.

Tengo la suerte de trabajar también como docente universitario y en algunos casos entablo amistad con los estudiantes, quienes suelen pedir consejo. Esto es una suerte y una gran responsabilidad pues me da la oportunidad de orientarlos en una forma de vivir acorde con la doctrina católica.

Lo mismo con los colegas del trabajo con quienes a veces resulta difícil establecer un diálogo relacionado con Dios pues de alguna manera se muestran reacios al tema e incluso consideran que es un tema del que no se debe hablar. Sin embargo se dan ocasiones en las que hasta el más reacio expresa su espiritualidad y deja notar cuánto necesita de Dios.

Muchas veces aprovecho para recomendarles lecturas espirituales, en algunos viajes se dan las circunstancias de conversar un poco más sobre estos temas. También los animo a que vayan a misa y no dejen de lado a Dios en las decisiones que toman en el día.

Un favor muy especial

Acudo a San Josemaría de muchas formas, recordando sus enseñanzas, encomendándole asuntos particulares, rezando la oración de su estampa para pedir su intercesión.

En un viaje a la selva me hizo un favor especial. Yo iba como responsable de una expedición para estudiar la biodiversidad en una zona con características especiales en la Amazonía cerca de la frontera entre Perú y Brasil. El lugar estaba a tres días de viaje de la ciudad de Pucallpa navegando por ríos interminables en medio de la espesura de la selva. Mi responsabilidad además de ver la logística del campamento, el bienestar de los científicos y el personal de campo y hacer el estudio forestal, era la de registrar imágenes con una cámara fotográfica profesional que llevaba en mi mochila de mano.

El último tramo del viaje era una trocha de dos horas de camino y cuando la iniciamos estalló una fuerte lluvia, lo cual dificultaba el traslado de todo el equipo. En algún momento me encontré sólo caminando por la trocha, casi no se veía por la lluvia, lo oscuro que estaba, el cansancio y el equipaje encima. De pronto me di cuenta que el cierre de mi mochila de mano estaba abierto y no estaba la cámara que por el peso había abierto la mochila y caído en algún lado en plena lluvia. No sabía en qué momento se habría caído, no conocía la trocha y me resultaba muy riesgoso regresar a buscar la cámara que aunque estaba en una bolsa plástica podría haberse mojado y estropeado, además de que buscar algo en el suelo de la selva siempre es muy difícil por la vegetación, la hojarasca y los colores.

En ese momento me encomendé a San Josemaría y le pedí que me ayudara a encontrar la cámara, caminé por unos diez minutos de regreso con el temor de perder el camino pero con la seguridad de su ayuda y felizmente pude encontrarla en una zona que por el color del suelo resaltaba el objeto. Tomé la bolsa y sin más la metí a la mochila y seguí caminando pero con la preocupación de que estuviese mojada y descompuesta.

Llegué al campamento y aun teníamos que levantar las carpas, lo hicimos y no fue hasta que pude entrar en mi carpa que saqué la bolsa con la cámara, la desplegué con cuidado y pude ver que estaba totalmente seca. Estoy seguro que con esa ayuda pude finalmente registrar imágenes muy buenas de una zona poco explorada de la Amazonía.