Con apenas 15 años, Gustavo era un adolescente soñador, inquieto, con la cabeza llena de proyectos y la intuición de que su vida podía tener un sentido más grande. Aquel primer acercamiento al Opus Dei no lo convenció: tras una conversación con alguien que le propuso pensar en su vocación, desapareció durante nueve meses. “No tenía ningún deseo de ser de la Obra”, admite. Pero entonces ocurrió algo inesperado: una tensa conversación entre su padre y su hermano sobre Dios que lo sacudió profundamente. Esa misma tarde, frente al sagrario de una iglesia, sintió con una claridad total que Dios le pedía la vida entera.

“Salí de esa iglesia sabiendo que mi vida era para Él”, recuerda. Sin prisas, con madurez, se tomó unos meses para madurar esa intuición. Finalmente, escribió una carta y dio el primer paso. En 1993, selló su compromiso para siempre. “No estábamos hablando de comprarse un móvil”, dice con humor. “Era una decisión seria, que daba vértigo, claro que sí.”

Gustavo ha vivido su vocación con libertad y plenitud. “Dios me dio un esquema de vida más original del que yo pensaba”, confiesa. La obra no limitó su desarrollo: lo impulsó a descubrir su verdadera vocación profesional en la creatividad y la comunicación, lejos del sueño de ser notario que le había sugerido su padre.

"Yo vivo como una persona enamorada. Estoy enamorado de Dios, estoy enamorado de la Virgen"

La vida en un centro del Opus Dei —cuenta— no es ajena a los roces, pero es fuente de un aprendizaje humano profundo. “He aprendido a querer a personas con las que no tenía afinidad, a rezar por ellas, a vivir como en una familia grande, diversa”.

Sobre el celibato, es tajante: “Me sigue gustando muchísimo el mundo femenino, pero mi afectividad está colmada”. Y ante las críticas que recibe la institución, responde con honestidad y empatía: “Rezo por quienes han sufrido. El Opus Dei debe aprender de esas historias”.

En lo más alto de su vida, recuerda el día en que ayudó al Papa Benedicto XVI a tuitear por primera vez. En lo más hondo, el abrazo a su padre antes de morir, quien finalmente reconoció en él a un hombre fiel a su vocación. “Yo decidí seguir ese camino. Y Dios ha pagado con creces.”