Meditaciones: jueves de la 1.ª semana de Adviento

Reflexión para meditar en el jueves de la primera semana de Adviento. Los temas propuestos son: el acostumbramiento y la tibieza; el engaño de edificar sobre arena; con la oración construimos sobre roca.

El acostumbramiento y la tibieza

El engaño de edificar sobre arena

Con la oración construimos sobre roca


«NO TODO el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21). Estas palabras de Jesús, al comienzo del evangelio de la Misa, ponen de manifiesto, en primer lugar, la existencia de un plan de Dios al que desea sumarnos; y, al mismo tiempo, nos revela la posibilidad siempre presente de que rechacemos en nuestra vida ese designio.

«Dios nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor» (Ef 1,4); esta es la voluntad de Dios para cada cristiano, el sentido de nuestras vidas, el porqué y el para qué de nuestra existencia. El proyecto divino es que seamos santos, es decir, que nuestro amor a Dios se desborde en un amor sincero por todos los hombres, empezando por quienes tenemos a nuestro lado. Los caminos para alcanzar esa meta son variadísimos y, en muchos casos, realmente sorprendentes.

Sin embargo, conforme pasan los años, en el camino puede manifestarse un cierto acostumbramiento, una rutina opaca que nos lleva a la tibieza. Puede enfriarse el entusiasmo con el que vivíamos nuestra historia de amor con Dios. El deseo de seguir de cerca a Jesús sigue en el origen de nuestras acciones, pero un poco más apagado, más tenue. Nos contentamos con ir tirando, tal vez alimentándonos solamente de experiencias del pasado. Los grandes ideales, entonces, nos parecen un sueño y nuestro espíritu de examen no despierta el corazón. No nos consideramos especialmente pecadores e incluso deseamos ser santos, pero con un deseo tan débil que aplaza el momento de traducirlo en obras.

San Josemaría se adelantaba ante esta posible situación y nos animaba a intensificar nuestra oración. «Me duele ver el peligro de tibieza en que te encuentras cuando no te veo ir seriamente a la perfección dentro de tu estado. –Di conmigo: ¡no quiero tibieza!: “confige timore tuo carnes meas!” –¡dame, Dios mío, un temor filial, que me haga reaccionar!»[1].


EN EL EVANGELIO de hoy, Jesús recurre a un ejemplo gráfico para caracterizar la conducta de quien no ha descubierto la grandeza de la voluntad de Dios para su vida: «Es como un hombre necio que edificó su casa sobre arena; y cayó la lluvia y llegaron las riadas y soplaron los vientos: se precipitaron contra aquella casa, y se derrumbó y fue tremenda su ruina» (Mt 7,26-27). El calificativo utilizado, necio, muestra que aun cuando deseemos proyectar una vida plena, podemos caer en la trampa de hacerlo sin contar con lo esencial: sin construir desde los planes de Dios. Las causas pueden ser negligencia, superficialidad, pereza... Y, en cualquier caso, se invertirán muchos esfuerzos y gastos para una construcción que tiene fecha de caducidad.

Aunque a veces no resulte evidente, edificar sobre roca firme -sobre Dios- puede ser incluso más sencillo. En cambio, la vida de la persona tibia que construye sobre arena puede parecer en teoría más fácil. Aunque rehúye el sacrificio y otras exigencias del amor, en la práctica no logra evitar tensiones. Casi sin darse cuenta, divide su corazón, calcula, gasta sus energías en llegar a pactos y compromisos que no satisfacen; con frecuencia está más pendiente del qué dirán o de compararse con otros que de tener una mirada serena de la propia realidad. Los sacrificios que antes eran gustosos ahora son amargos, pues no nacen del mismo amor.

Cuando nos descubramos pobres en deseos de santidad, podemos acercarnos al calor del corazón de Jesús. «Los tibios –decía san Josemaría– tienen el corazón de barro, de carne miserable. Hay corazones duros, pero nobles, que, al acercarse al calor del corazón de Jesucristo, se derriten como el bronce en lágrimas de amor, de desagravio, ¡se encienden!»[2]. Animados por la luz de su mirada amorosa, le decimos con audacia: enciende nuevamente mi alma. No dejes que permanezca en la tristeza de mi alma. Podemos estar seguros de que el Señor acogerá nuestra súplica humilde y confiada.


«BUSCAD AL SEÑOR mientras se deja encontrar, invocadlo mientras está cerca»[3]. Buscar al Señor en la oración y restablecer el diálogo personal con Él nos aleja de la tibieza. «Et in meditatione mea exardescit ignis –y, en mi meditación, se enciende el fuego. –A eso vas a la oración: a hacerte una hoguera, lumbre viva, que dé calor y luz»[4]. Ese diálogo íntimo con Jesús nos impulsará a reforzar el cambio que deseamos para nuestra vida; nos moverá a sintonizar con los deseos de Dios y a orientar nuestra vida junto a Él.

Es posible que a veces sintamos el peso de nuestros fallos y que nuestros buenos deseos superen ampliamente a nuestras acciones. Pero también es verdad que cuando nos abrimos a la acción del Espíritu Santo sabemos que nuestra humilde plegaria es escuchada; Dios aviva nuestros deseos, realizando en nosotros aquello que nos parecía imposible. «A ti que te desmoralizas, te repetiré una cosa muy consoladora: al que hace lo que puede, Dios no le niega su gracia. Nuestro Señor es Padre, y si un hijo le dice en la quietud de su corazón: Padre mío del Cielo, aquí estoy yo, ayúdame... Si acude a la Madre de Dios, que es Madre nuestra, sale adelante»[5].

Sobre ese firme fundamento el Señor podrá construir un gran edificio, más recio y más sólido: «Todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca; y cayó la lluvia y llegaron las riadas y soplaron los vientos: irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca» (Mt 7,24-25). De este modo, podremos ir adelante con confianza. No nos engañaremos con los pactos que nos ofrece el acostumbramiento en la lucha. Y, aunque haya dificultades, ni las riadas ni los vientos se llevarán lo esencial: el Señor está siempre con nosotros y lucha a nuestro lado.

Pidamos ayuda a santa María: «El amor a nuestra Madre será soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes que están ocultas en el rescoldo de tu tibieza»[6].


[1] San Josemaría, Camino, n. 326.

[2] San Josemaría, Meditación, 4-III-1960.

[3] Misal romano, Jueves de la I semana de Adviento, Aclamación antes del evangelio.

[4] San Josemaría, Camino, n. 92.

[5] San Josemaría, Vía Crucis, X estación, n. 3.

[6] San Josemaría, Camino, n. 492.