Mi nombre es Faviola y nací en Catacamas, Honduras. Provengo de una familia católica no practicante. Fui bautizada de pequeña, pero crecí al margen de las tradiciones de la Iglesia: no íbamos regularmente a Misa y no recibí los demás sacramentos. A pesar de eso, la fe no estuvo completamente ausente en mi vida.
Cuando entré a la universidad decidí estudiar Microbiología, y me especialicé en el área de investigación científica, a lo que me dedico actualmente. Siempre he tenido una profunda curiosidad por entender el mundo, y eso me llevó a hacerme preguntas sobre el sentido de la vida, la verdad, y sobre cómo reconciliar ciencia y fe. Descubrir el orden y la complejidad de la vida, incluso en los organismos más diminutos como bacterias, virus o parásitos, me hacía pensar en una inteligencia creadora, en un Dios que está presente en todo.
Durante años estuve buscando un sentido más profundo, una cercanía real con Dios. Y fue en 2024, de forma totalmente inesperada, cuando ese encuentro finalmente ocurrió. Una prima me pidió que fuera la madrina de su bebé, que venía en camino. Sentí una mezcla de alegría y temor. ¿Cómo podía aceptar ese compromiso si yo misma no tenía una vida espiritual sólida? ¿Qué ejemplo podía darle a ese niño? ¿Cómo iba a enseñarle sobre la Iglesia si yo misma apenas la conocía?
Entonces decidí hacer lo que mejor sé hacer como científica: investigar. Empecé a hacer preguntas, a leer, a acercarme a católicos practicantes. Y así fue como aparecieron en mi vida, de forma providencial, dos personas: doña Martha Lorena y el padre Jorge. Con una humanidad inmensa y una paciencia infinita, se ofrecieron a acompañarme en este camino. Ellos me ayudaron a unir todas las piezas del rompecabezas. Con su guía amorosa, fui resolviendo mis dudas, profundizando en la fe, y finalmente, a principios de 2025, recibí los sacramentos de la Primera Comunión y la Confirmación. Y sí, acepté ser madrina de Tiago, con más alegría y compromiso que nunca.

Faviola recibiendo la primera comunión
Pero la historia no termina ahí. Dios, en su infinita generosidad, no se deja ganar en amor. Sin que yo lo buscara ni me sintiera merecedora, mi familia también comenzó a volver a la Iglesia. Fue solo a través del ejemplo, de compartir con ellos la alegría y el sentido que encontré en la fe, que sus corazones también se fueron abriendo.
¿Cómo no agradecer? ¿Cómo no acudir a Él en todo, si ha demostrado ser ese caballero fiel que cuida de mí y de los míos? Me viene a la mente una frase atribuida a Leonardo da Vinci: “No se puede amar lo que no se conoce, ni defender lo que no se ama.” Amar a Dios es el fruto natural de conocerlo, de caminar con Él, de tener una amistad viva con quien nos creó.
Hoy, conocer a la Virgen María y acudir a su ternura materna es para mí un refugio seguro. Participar de la Eucaristía y unirme realmente a Cristo es una experiencia transformadora que da luz a todas mis dudas y sentido a cada aspecto de mi vida. La presencia real de Jesús en mi día a día ha cambiado mi existencia para siempre.