«Barrunté el amor»
En los Hechos de los Apóstoles, se dice que Jesús se reunía con sus discípulos y hablaba, —se entretenía con ellos, argumentaba— y hacía una tertulia, como nosotros ahora. Una tertulia, porque vosotros hablaréis y os preguntaré y me preguntaréis vosotros. Y yo no quiero seguir charlando; tiene que ser una tertulia.
Era un adolescente. Yo no pensaba en ser sacerdote, es más, me molestaba el pensamiento de ser sacerdote. El Señor hizo una de las suyas, no os diré cómo, y barrunté el amor, barrunté la llamada de Dios, que quería algo.
Mi padre me dijo: “Hijo mío, tú te das cuenta de que no vas a tener un cariño en la tierra, un cariño humano? Yo no me opondré”. Se le saltaron dos lágrimas, que es la única vez que he visto llorar a mi padre. “No me opondré y, además, te voy a presentar a una persona que te pueda orientar”. Y me presentó a un amigo suyo, que era abad de la colegiata [de Logroño].
Comencé a estudiar en casa con un profesor particular y, con permiso del ordinario, fui examinándome de filosofía, curso por curso. Después, a la hora de estudiar teología, me metí en el seminario y más tarde en una universidad pontificia, la de Zaragoza.
Consejos para la formación de futuros sacerdotes
Sabe que trabajamos en el seminario, y gracias a Dios, las vocaciones van aumentando. Tenemos 69 alumnos de toda la República. Creemos que es muy importante insistir en la oración personal y en la dirección espiritual. ¿Cree usted, padre, que tenemos que insistir en algunos otros aspectos?
San Josemaría: primero, estás poniendo un fundamento colosal, que es el trato directo e inmediato con Dios, nuestro Señor. La sinceridad con el director, viendo en él a Cristo Jesús. La sinceridad que deben tener con el médico si se trata de las cosas del cuerpo, esa misma sinceridad deben tenerla con el director espiritual si se trata de las cosas del alma.
Estás fundamentando muy bien todo: el amor a la Eucaristía, el amor al Amo, como le llamáis aquí. ¡Qué bonito, el Amo, verdad! Y la devoción a Santa María. Quiérelos, tienen hambre de cariño humano noble, limpio y santo. Yo he sido también director en un seminario y recuerdo tantas virtudes de aquellos chicos, muchos de ellos después mártires. Me hicieron un gran bien.
Tantas cosas maravillosas recuerdo. Iba anotando con alegría: “Van mejor, se les ve crecer”, “Dios está aquí, en esta alma”. Acércate a ellos, con cariño cuando están enfermos, cuando tengan un disgusto, cuando se sienten postergados, cuando tengan una pena de familia.
Y luego, san José, que también le amáis mucho, también le queréis. Yo le llamo “mi padre y mi señor” y digo de palabra y por escrito: “A quien quiero tanto”.
Recuerdos de sus primeros años en Madrid
En aquella primera época, desarrollaba mi trabajo en Madrid, justamente en los hospitales y en los barrios extremos de la ciudad. Mi pobre alma se formaba en la vida de infancia tratando con niños: niños pobres, desvalidos, ignorantes, niñitos de los que nadie se ocupaba.
Muchas horas a la semana las dedicaba a confesar niños de las escuelas públicas de los barrios más extremos de Madrid. Sacaba el provecho de tenerlos como maestros y, de cuando en cuando, recibía alguna pedrada que otra, que también era una manera de sacar provecho.
Amor por la Misa y la Eucaristía
En persona Christi renuevo el divino sacrificio del Calvario, y me conmuevo. Quizá frío el corazón, pero segura es la fe y, por la misericordia del Señor, cuando por las palabras de la consagración el cuerpo y la sangre del Señor vienen a mis manos.
Yo querría purificar mi corazón, mis manos, mi vida entera. Señor, creo que eres tú, que estás ahí con tu Cuerpo, con tu Sangre, con tu alma, con tu Divinidad.
Espero todo de ti. Te amo, te amo con locura. Hazme buen siervo tuyo y, después, le cuentas las cosas. Verás qué bien, qué fortaleza. Pero además, tú lo tienes en las manos. Nosotros tenemos a Cristo Jesús en las manos, lo dejamos escondido y vivo en el Sagrario. Aquí se queda con su Cuerpo, con tu Sangre, con tu alma, con tu Divinidad, real, verdadera y sustancialmente, por amor.
Yo querría que, solo por el hecho de veros hacer una genuflexión, los fieles digan: “Ahí hay un sacerdote que ama a Jesucristo”.
No tengáis prisa para hacer la oración, no tengáis prisa para preparar la misa, no tengáis prisa para decir la misa, no tengáis prisa para dar las gracias después de la misa. Yo sé que no podéis detenernos mucho tiempo, pero al menos diez minutos después de terminar.
En las parroquias
¿Qué podemos hacer los sacerdotes que estamos en parroquias muy pobladas, que estamos solos y a veces la gente no tiene mucha cultura y no nos entiende cuando les hablamos y predicamos? ¿Qué es lo importante para renovar la parroquia? ¿Qué es lo más importante?
San Josemaría: Tu oración, tus manos consagradas, tu luz, que no es tuya, que es la luz de Cristo, la sal de tu vida. Pero convéncete, tienes todo en las manos, todo.
Fraternidad sacerdotal con el corazón de Cristo y de María
Agradezcamos a Dios nuestro sacerdocio entero. Aceptemos con amor los pequeños sacrificios que hay y las grandes alegrías que, en el fondo del corazón, hemos sentido tantas veces. Otras veces, sin sentimiento de ningún estilo, sabemos que la poseemos.
Os querría valientes justamente porque amamos. ¿Os acordáis de aquellas palabras de san Juan? “Qui autem timet non est perfectus in caritate!”: el que tiene miedo no sabe querer. Vosotros tenéis que saber querer a todas las almas, y en especial a las almas de nuestros hermanos sacerdotes. Nos interesan locamente, Señor: que nos escuchas, porque estás aquí, en medio de nosotros.
Hermanos míos, a rezar unos por otros, a querernos, sobre todo, a querernos. Quereos entre vosotros. No tengáis miedo, meted el corazón en vuestro trato. Que ese afecto pase por el Corazón Dulcísimo de María, por el Corazón Misericordioso de Jesús.
Iremos muy bien y seremos muy humanos y muy divinos. Acompañad al que esté enfermo, al que esté triste, al que esté calumniado, aquel que puede sentir la soledad en un rincón de una diócesis. Que vea que le queréis.
La vocación del sacerdote al Opus Dei
Para un sacerdote diocesano que ama su condición secular y que por el mismo Sacramento del Orden se dedica plenamente a las cosas que miran a Dios, ¿qué podría agregar a su ya total dedicación a Dios y a las almas la vocación al Opus Dei?
San Josemaría: El trabajo profesional del sacerdote, el ministerio sacerdotal, es la vocación del sacerdote secular, con todas sus características. Se encienden en amor a su vocación que no cambia, van a santificar su trabajo profesional.
¿Qué exige el Opus Dei? Exige más vida interior. Hay una serie de deberes de carácter espiritual, fuertes; hay mucho desprendimiento de las cosas terrenas y hay mucho más amor a todo lo que el sacerdote tiene en sus manos de la diócesis.
Este sacerdote se encuentra más unido a su diócesis, con más amor a su seminario, con más amor a su vocación, con más devoción, con más respeto y cariño a su prelado.
Amad a vuestros obispos y, sobre todo, amad la Iglesia Universal y la parte del rebaño de esa Iglesia que el Señor os ha encomendado, y amemos al papa.
Amo con locura a todos los religiosos. Tengo una debilidad en mi corazón por todas las religiosas, especialmente las de clausura. Me dará mucha alegría si podéis ayudar. Que ellas comprendan que vosotros sois contemplativos, que entendéis su vida y que sus vidas es necesaria para la Iglesia, como el aire para los pulmones.
Devoción a la Virgen
Padre, háblenos de nuestra madre, la Virgen.
San Josemaría: ¿Yo a ti, de la Virgen?, sí, estamos todo el día con ella. Desde la mañana hasta la noche estamos pendientes del amor a Nuestra Señora, de su protección, de su cariño, de su devoción. Metiendo este cariño, esta devoción, y hablando de sus privilegios con todas las almas que podamos.
Ámala, esa es la posición del sacerdote, pero con amor tierno.
La importancia de la familia del sacerdote
San Josemaría: Yo entonces daba muchos cursos de retiro espiritual a sacerdotes de toda España porque el Señor lo quería y los obispos me llamaban. Mi madre estaba enferma, enferma grave, y me fui a Lérida.
Solía dar cinco charlas. Antes de comer, en esa plática hablé de la madre de los sacerdotes. Y me refería también a las hermanas buenas del sacerdote, que a veces se sacrifican y no quieren formar un hogar por no dejar a su hermano solo.
Se me ocurrió decir: “Las madres de los sacerdotes -yo estaba con la pena de mi madre [enferma]-, debían morir solo al día siguiente de morirse su hijo. En aquel momento, llamaron al obispo, se marchó y yo acabé. Demudado me dice: “Álvaro le llama usted desde Madrid”. Fui al teléfono y me dijo que se me acaba de morir mi madre. Me fui al Sagrario sin una lágrima y al fin reventé a llorar. Ya no me quejé. Le dije: “Cuando yo hablaba así, era porque Tú me ponías en la boca y en el corazón y en la cabeza esos pensamientos, y son pensamientos buenos y santos. Cuando Tú te lo has llevado, es porque estaba madura para el cielo”.
Quiero mucho a vuestras madres y a vuestras hermanas, mucho las quiero.
La confesión
¿No cree que nosotros somos los encargados de llevar a las personas hacia la paz, al encuentro con el Padre, en vez de cargarlos de penitencias engorrosas como tres vía crucis…?
San Josemaría: Te voy a decir una cosa. Este es más vivo que… tienes razón, mucha razón. La penitencia la hemos de hacer nosotros. Tomad la costumbre muchas veces, y si veis que anda con apuros porque ha hecho una vida mala y tal, decidle: "Vamos a hacer la penitencia entre los dos: Ave María Purísima, sin pecado original”. Vete con Dios, tranquilo.
Sabéis que a mí me entusiasma que paséis horas en el confesionario. Aunque la primera temporada la paséis rezando el breviario o haciendo la lectura espiritual o haciendo un rato de meditación porque la gente no acude. La gente acudirá a vosotros, acudirán y haréis una labor de teología pastoral maravillosa.
Un mensaje de san Josemaría para todos
1975, San Pablo: Sabemos que está en el año de sus 50 años de sacerdocio ¿Podría el Padre hablar resumidamente sobre su vida de sacerdote?
San Josemaría: No me has llamado viejo, pero has dicho que estoy en el año 50 de mi sacerdocio. Has sido prudentisimo y es verdad.
En primer término, tengo que agradecer a Dios nuestro Señor estos 50 años de labor. He trabajado, -¿quieres que te lo diga como lo suelo decir?- porque me vas a entender muy bien: Ut iumentum factus sum apud te, como un borriquito estoy delante de Dios, tirando del carro.
Ese ha sido el oficio al que yo me he dedicado. Mi oficio es servir al Señor y, por el servicio del Señor, servir a todas las almas sin distinción.
Solo quiero recordar que soy Cristo, y Cristo habla de paz y de guerra. Cristo habla de dar y de darse, y Cristo habla siempre de amor. Y creo que esta es la misión del sacerdote: hablar de Dios, repetir una y otra vez las palabras de Cristo, Señor nuestro, la doctrina salvadora del Redentor y administrar los santos sacramentos sin distinción, con amor para todos igual.