Alonso es psicólogo. Está especializado en la ayuda psicológica a enfermos terminales. Droga dura. Y es que a Alonso nunca le han gustado las medias tintas. Su familia es católica y en su casa se rezaba, se reza, y se acude a los santos y se va a la Iglesia.
Pero Alonso empieza a alejarse pronto de la Iglesia y, casi desde el colegio, comienza a identificar la fe con, como él dice, un gran No. “No hagas esto, no hagas lo otro, Dios te va a castigar, te vas a ir al infierno”.
Para él todo era un “tengo que” hasta que, en la adolescencia, ese “tengo que” se convirtió en una lucha y en un despego. Las amistades y el deseo de encajar con el grupo le llevaron a enfriarse. “Empecé a ver, como mis amigos, que ser cristiano era de pardillos y yo quería ser guay”.
Llegó a la Universidad, a estudiar Psicología, y la crisis se hizo más fuerte: “ahora ya no es que los cristianos fueran pardillos es que la religión era casi una psicopatología”.
Como Alonso nunca ha dejado de ser una persona inquieta, seguía buscando, pero lejos de la Iglesia: “estaba liberado y sentía que era una persona que molaba. Probé todo desde el punto de vista espiritual: el budismo, las energías positivas, abracé árboles, veía el aura de las personas, todo...”.
No todo era tan espiritual: “siempre he sido un farras y, ahora, libre además del complejo de culpa, me lo pasé muy bien. Me lo bebí todo, salía todo el rato, ligaba y me camelaba a quien quería y conseguía además compaginarlo bien con mis estudios, porque siempre he sido una persona responsable”.
Cuando terminó la carrera, entró a trabajar en una empresa, se convirtió en un yuppie y continuó con sus excesos. Pero algo iba a cambiar…
“De repente, salía por las noches pero empecé a experimentar pena. Yo, que hasta entonces me había divertido tanto y era tan feliz, ahora veía a la gente desquiciada y con una profunda mirada de tristeza. No sé por qué experimenté aquello. Quizás antes estaba tan sumergido que no me daba cuenta, pero me paré y al pararme pude ver. Y el desaforamiento que veía me espantaba”.
Un día, Alonso le dijo a sus amigos que se acababa el sexo: “les dije que no me iba a acostar con ninguna mujer más. Me había dado cuenta de que yo estaba utilizando a las personas y que me estaban utilizando a mí. Se rieron de mí. No se lo creyeron y cuando salimos al día siguiente se pusieron muy pesados, pero yo estaba decidido”.
Cambio de trabajo
Entremedias Alonso hace un máster y decide cambiar de trabajo. Consigue, de una manera algo extraordinaria –que cuenta de forma expresiva en el vídeo de su testimonio y que tiene que ver con el beato Álvaro del Portillo– un puesto de trabajo en el Hospital Centro de Cuidados Laguna. Allí conoce a una médico creyente que vuelve a poner en cuestión su descreimiento.
“Yo le cuestionaba su fe y debatíamos mucho… y ella me ganaba siempre. Aquello me desesperaba un poco porque yo pensaba `me está ganando porque tiene más poder dialéctico que yo, pero no tiene la razón ́. Un día decidí preguntarle al sacerdote del hospital que era una persona muy maja, falleció en la epidemia, y le dije “no puedo seguir quitándole tiempo a esta mujer que tiene que ver a sus pacientes, a quién puedo preguntarle las dudas que tengo. Y él me animó a acudir a un colegio mayor del Opus Dei muy cercano a mi casa”.
Alonso cuenta que acudió al Colegio Mayor Moncloa a los pocos días, donde iba a haber un rato de oración dirigida por el sacerdote. “No conocía a nadie, llegué al oratorio el primero. Me senté, miré al Sagrario (que eso sí lo identificaba) y le dije a Dios (y es gracioso porque no creía en Dios, pero le estaba hablando) 'que sepas que esta es la última oportunidad que te doy en la vida. Me estás tocando ya la moral con estas inquietudes que tengo. Si tú me das una señal clara –pero tiene que ser muy clara– yo creo en Ti y hago lo que me digas. Pero tiene que ser una señal muy clara'”.
A los pocos minutos, entró el sacerdote y empezó la meditación. “Podría haber hablado de muchas cosas pero ese día decidió hablar del hijo pródigo. Y a mí no me habló el cura –cuenta Alonso visiblemente emocionado– me habló Dios. Y siento algo que no sé explicar bien… pero entendí que Dios me quería y que no me pedía nada, solo quería quererme. Salí de allí y fumaba un cigarrillo detrás de otro. Estaba consternado pero muy contento. Ahora sí que me sentía feliz, ahora sí que no era culpable, que no había normas. Había amor. Un amor que no había conocido hasta ahora. Y no tenía que pertenecer a ningún grupo, ni a nada, porque le pertenecía a Él, la única persona que me amaba. Y entendí que los posibles noes no eran renuncias. Antes necesitaba consumir, llenarme… porque no estaba saciado. Ahora ya no lo necesitaba, estaba tranquilo, le tenía a Él”.
El caso de Alonso es el de una caída del caballo en toda regla. A partir de ese momento, y a pesar de que muchos de sus amigos le dieron la espalda, Alonso empezó a acercarse a los sacramentos, se confesó después de toda una vida sin hacerlo, conoció a otros jóvenes cristianos en la parroquia, donde experimentó una amistad que también era nueva para él –`me querían como soy, ya no tenía que molar’– y emprendió un camino de relación con Dios que le ha llenado de confianza y felicidad.
“Yo ahora no tengo miedo, el miedo ha desaparecido y se ha transformado en esperanza. Y eso no quiere decir que mi vida sea más fácil, o que piense que no va haber dolor. Sé que habrá sufrimiento. Pero es que la vida no va de facilidades o de no sufrir. La vida va de caminar y de experimentar, pero es muy diferente cuando sabes que tienes a Alguien al lado”.
Vídeos: María Villarino y Pablo Serrano
Textos: Ana Sanchez de la Nieta e Inma de Juan
Producción: Carmen García Herrería