Meditaciones: miércoles 6.ª semana Pascua

Reflexión para meditar el miércoles de la sexta semana de Pascua. Los temas propuestos son: Dios nos ayuda con el don de consejo; asiste a la virtud de la prudencia; Espíritu Santo y apostolado.

EL PROFETA Isaías había anunciado la llegada de un rey que gozaría de cualidades excepcionales para gobernar al pueblo. El Espíritu de Dios reposaría sobre él, dándole «espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor» (Is 11,2). Los dones del Espíritu Santo, a los que se hace referencia en este texto, «completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas»1. Consideramos hoy el don de consejo, que nos ayuda a juzgar para tomar la mejor decisión en cada momento.

«No faltan nunca problemas que a veces parecen insolubles. Pero el Espíritu Santo socorre en las dificultades e ilumina... Puede decirse que posee una inventiva infinita, propia de la mente divina, que provee a desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos»2. Con el don de consejo, el Paráclito nos hace más sensibles a su voz, orienta «nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras intenciones según el corazón de Dios»3. En muchos momentos de nuestra vida, especialmente cuando se nos presenta una dificultad o una duda, tenemos experiencia del bien que nos hace tener cerca personas sabias que nos dan consejos, llenos de sentido común. Con el don de consejo es Dios mismo quien nos asiste. Lo explicaba Jesús a sus discípulos al terminar la última cena: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena» (Jn 16,12-14).

El don de consejo actúa como un soplo nuevo en la conciencia, nos sugiere lo mejor, lo que conviene más al alma, lo que nos lleva a la verdadera felicidad. «La conciencia se convierte entonces en el “ojo sano” del que habla el Evangelio (cfr. Mt 6,22) y adquiere una especie de nueva pupila, gracias a la cual le es posible ver mejor qué hay que hacer en una determinada circunstancia»4.


«ENSÉÑAME, Señor, a hacer tu voluntad porque tú eres mi Dios» (Sal 143,10) –podemos clamar, con el salmista–. «Señor, muéstrame tus caminos, enséñame tus senderos» (Sal 25,4). El Espíritu Santo sale al encuentro de esta oración humilde con el don de consejo, que es como una brújula que guía al alma desde dentro, es como una luz que ilumina nuestras decisiones para vivir con fidelidad creativa nuestra propia vocación. De esta manera, el Espíritu Santo nos encamina a descubrir los proyectos de Dios para nuestra vida.

El don de consejo perfecciona y enriquece la virtud de la prudencia. Con esta virtud discurrimos y elegimos los medios más razonables para alcanzar un fin inmediato, algo concreto que debemos hacer, sin perder de vista el fin último que es la felicidad junto a Dios. La prudencia no es apocamiento ni temeridad: es un juicio de la razón sobre lo que es conveniente y, a la vez, un mandato para realizarlo. El papel del don de consejo es perfeccionar de tal modo la virtud de la prudencia para que aquellas dos tareas –el juicio y la decisión– resulten más sencillas y encontrar gusto en ellas. Por eso señala san Josemaría que «la verdadera prudencia es la que permanece atenta a las insinuaciones de Dios y, en esa vigilante escucha, recibe en el alma promesas y realidades de salvación»5.

El hábitat en el que crece este precioso regalo es la oración; allí, de alguna manera, hacemos espacio para que el Espíritu venga y nos asista con su ayuda. Tantas veces le podremos decir a Dios: «Señor, ¿por qué no me ayudas más? ¿Qué es mejor hacer en esta ocasión? ¿Qué deseas tú que yo haga?». La Iglesia, a través de la voz del salmista, nos invita a rezar con estas palabras confiadas: «Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré» (Sal 16,7-8).


EL DON de consejo nos auxilia también para poder orientar a los demás en el camino hacia el bien. Cuando san Pablo llegó a Atenas, le invitaron a hablar en el areópago, donde se reunían para sus debates intelectuales. Intervino allí con una enorme elocuencia: «Atenienses, veo que sois en todo extremadamente religiosos. Porque, paseando y contemplando vuestros monumentos sagrados, encontré incluso un altar con esta inscripción: “Al Dios desconocido”. Pues eso que veneráis sin conocerlo os lo anuncio yo» (Hch 17,22-23). Como fruto de aquel testimonio, «algunos se le juntaron y creyeron, entre ellos Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos más con ellos» (Hch 17,34).

Pablo desarrolló un discurso que puede ser ejemplo para la evangelización en cualquier época: mostró la naturaleza razonable del cristianismo y lo mucho que puede para aportar al mejor pensamiento humano. Les habló primero del único Dios vivo y verdadero, en el que «vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28); y, a continuación, anunció a Jesucristo, salvador de todos los hombres. Como sucedió en aquellos tiempos con san Pablo y con los primeros cristianos, también hoy Dios nos da el don de consejo para que seamos testigos que evangelizamos nuestra propia época «con don de lenguas, de modo que nos entiendan, de modo que reciban la luz de Dios»6.

El apostolado de amistad y confidencia es un ámbito privilegiado para obrar junto al Espíritu Santo, ya que «la amistad misma es apostolado; la amistad misma es un diálogo, en el que damos y recibimos luz»7. También María, madre del buen consejo, nos puede dar luces en nuestra tarea apostólica.


1Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1831.
San Juan Pablo II, Audiencia, 24-IV-1991.
Francisco, Audiencia, 7-V-2014.
San Juan Pablo II, Audiencia, 7-V-1989.
San Josemaría, Amigos de Dios, n. 87.
San Josemaría, AGP, biblioteca, P06, II, 202.
Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 9-I-2018, n. 14.