Meditaciones: martes de la 10.ª semana del Tiempo ordinario

Reflexión para meditar el martes de la décima semana del Tiempo ordinario. Los temas propuestos son: iluminar la oscuridad; anclar nuestra tarea en Cristo; sal que da sabor y conserva.

Reflexión para meditar el martes de la décima semana del Tiempo ordinario. Los temas propuestos son: iluminar la oscuridad; anclar nuestra tarea en Cristo; sal que da sabor y conserva.

- Iluminar la oscuridad

- Anclar nuestra tarea en Cristo

- Sal que da sabor y conserva.


EL SEÑOR nos ofrece participar en la misión de llevar la alegría y paz a cada rincón. «Vosotros sois la sal de la tierra (...). Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,13-14). Nos ha regalado la capacidad de iluminar la oscuridad. Nos permite también dar sabor a lo insípido. Esos efectos no los producimos nosotros: es Cristo quien se sirve de nosotros como instrumentos. «Mientras estoy en el mundo soy luz del mundo» (Jn 9,5), dice justo antes de curar a un ciego. Evidentemente, no se trata de una aventura fácil. No lo fue ni siquiera para Jesús, que se entregó a ella con toda su perfección de hombre y de Dios. Quizá por eso nos ayuda tanto darle las gracias por esa invitación a llenar de luz el mundo y de sabor las vidas de las personas con las que convivimos, a pesar de nuestros errores.

«No penséis que el combate al que se os llama es de poca importancia y que la causa que se os encomienda es exigua»1. Es tan decisiva y apasionante que queremos contar en todo momento con su consejo y compañía. Nos interesa, y mucho, no hacer nuestra voluntad, sino la suya. Acertar con cada alma. Sabemos bien que no valen las recetas: solo él sabe en realidad lo que cada uno necesita en este momento. Nos envía para difundir su luz por todas las situaciones y todos los hogares. Es verdad que a veces la oscuridad puede darnos miedo, pero también tenemos la experiencia de que una luz, por pequeña que sea, puede hacer la oscuridad más habitable. Una cerilla encendida en un cuarto a oscuras no ilumina muchísimo, pero incluso en ese caso es una referencia segura que se ve a distancia.

«Haz brillar sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro» (Sal 4). En medio de la oscuridad que a veces llena el mundo, la luz de Cristo que reflejamos se hace más visible. La esperanza de que Dios está con nosotros nos empuja a dedicar a esta tarea nuestros mejores esfuerzos. A veces nos parecerá infructuoso, pero sabemos bien que ninguna semilla se pierde en esta siembra divina de paz y alegría.


COMPROBAR nuestras limitaciones puede en ocasiones empujarnos a dudar de la eficacia de nuestra colaboración con la misión del Espíritu Santo. No obstante, esos momentos nos llevan a anclar nuestra tarea en la roca que es Cristo. «Ciertamente, quien cree en Jesús no siempre ve en la vida solamente el sol, casi como si pudiera ahorrarse sufrimientos y dificultades; ahora bien, tiene siempre una luz clara que le muestra una vía, el camino que conduce a la vida en abundancia»2.

«Llenar de luz el mundo –decía san Josemaría–, ser sal y luz: así ha descrito el Señor la misión de sus discípulos. Llevar hasta los últimos confines de la tierra la buena nueva del amor de Dios. A eso debemos dedicar nuestras vidas»3. En esta tarea de sembrar junto a Cristo, a veces nos parece lento el crecimiento y escaso el fruto. Pero a él cada pequeña oración, cada minúsculo sacrificio, le parecen un triunfo. Su sed se sacia con poco. Le basta la más mínima excusa para salvar a un bandido (cfr. Lc 23,42), para multiplicar su gracia (cfr. Mt 14,19) o para curar una traición como la de Pedro (cfr. Mt 26,75).

Se llena el apóstol entonces de paz y de audacia y escucha de labios de Jesús cómo la misión no tiene límites: «Porque no os envío a dos ciudades, ni a diez, ni a veinte; ni tan siquiera os envío a toda una nación, como en otro tiempo a los profetas, sino a la tierra y al mar, al mundo entero»4. Lo que el Señor espera de nosotros es que nuestras propias debilidades no empañen la grandeza de la misión. «El cristiano es sal y luz del mundo no porque venza o triunfe, sino porque da testimonio del amor de Dios»5.


«VOSOTROS sois la sal de la tierra». La sal es un elemento que da sabor a los alimentos. «Esta imagen nos recuerda que, por el bautismo, todo nuestro ser ha sido profundamente transformado, porque ha sido sazonado con la vida nueva que viene de Cristo»6. Pero también antiguamente la sal se usaba para preservar los alimentos. Por eso, los cristianos estamos llamados a conservar la fe que hemos recibido para transmitirla a los demás.

Una característica que tiene la sal es que, en su dosis justa, no acapara el protagonismo. No decimos «qué rica la sal», sino «qué buena es esta comida». Por eso, el discípulo es sal cuando «no busca el consentimiento y la alabanza, sino que se esfuerza por ser una presencia humilde y constructiva, en fidelidad a las enseñanzas de Jesús que vino al mundo no para ser servido, sino para servir»7.

En esta tarea de sazonar la tierra no estamos solos. «Jesús nos invita a no tener miedo de vivir en el mundo (...). El cristiano no puede encerrarse en sí mismo o esconderse en la seguridad de su propio recinto»8. La sal, si es sosa o no se añade al alimento, no sirve para gran cosa. Por eso, podemos pedirle a la Virgen que nos llene de deseos de transmitir el sabor de una vida junto a Cristo.


San Juan Crisóstomo, Homilía 15, 6; BAC 141, 1955, p. 288.
Benedicto XVI, Vigilia de oración, 24-IX-2011.
San Josemaría, Es Cristo que pasa, n.147.
San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 15, 6; BAC 141, 1955, p. 287.
San Josemaría, Es Cristo que pasa, n.100.
San Juan Pablo II, Mensaje para la XVII Jornada Mundial de la Juventud, 25-VII-2001.
Francisco, Ángelus, 9-II-2020.
Ibíd.