Meditaciones: jueves de la 4.ª semana de Cuaresma

Reflexión para meditar el jueves de la 4.ª semana de Cuaresma. Los temas propuestos son: buscar la voluntad de Dios; recorrer el camino de la conversión; ser puentes que interceden entre Dios y su pueblo.

Buscar la voluntad de Dios.

Recorrer el camino de la conversión.

Ser puentes que interceden entre Dios y su pueblo.


«YO NO BUSCO recibir gloria de los hombres» (Jn 5,41), dice Jesús, en un largo discurso en el que explica a los judíos que en él se cumplen las Escrituras. Estas palabras muestran una actitud constante durante su vida en la tierra: su continua atención a hacer la voluntad del Padre. La vemos durante su vida oculta, cuando con toda naturalidad pasa treinta años sin llamar la atención en una aldea casi desconocida de Galilea. Y la vemos también durante su vida pública, cuando se mueve siempre con total libertad de espíritu, buscando transmitir sus enseñanzas como enviado del Padre. Esta convicción de buscar la voluntad de Dios estaba fundamentada en que los designios de Dios Padre siempre son los más sabios y buenos, fuente de consuelo para todos.

«El Señor vivió la cumbre de su libertad en la cruz, como cumbre del amor. En el Calvario le gritaban: “Si eres Hijo de Dios baja de la cruz”; allí demostró su libertad de Hijo precisamente permaneciendo en aquel patíbulo para cumplir a fondo la voluntad misericordiosa del Padre»1. No se queda en la cruz por deseo de sufrir sin más, si no para mostrar que, incluso en esas circunstancias dolorosas y terribles, el amor de Dios es mayor que cualquier otra fuerza. El bien que se alcanza es muy grande: se abre para el hombre el camino de vuelta a casa.

Y, como Jesús, en nuestro camino por hacer la voluntad de Dios también encontraremos la cruz y la posibilidad de experimentar que el amor de Dios es mayor que cualquier otra fuerza. Aunque no siempre lo podamos ver con total claridad, esa experiencia puede ser camino y expresión de amor. A veces habrá momentos en los que esa cruz se nos haga más pesada, pero vemos que el Señor prefiere caer abrazado a ella, antes que soltarla. Llegar al Calvario cuesta, pero «esa pelea es una maravilla, una auténtica muestra del amor de Dios, que nos quiere fuertes, porque virtus in infirmitate perficitur (2 Cor XII,9), la virtud se fortalece en la debilidad»2. El mismo Jesús nos ayudará a asociarnos a la amorosa voluntad del Padre, que trae la alegría, la paz, e incluso «la felicidad en la cruz»3.


DIOS MUESTRA su tristeza cuando el pueblo de Israel le abandona para adorar un becerro de oro. Su pueblo, al que había amado y salvado con prodigios, se había olvidado de los beneficios divinos durante la travesía del desierto. «Pronto se han apartado del camino que les había ordenado –dijo el Señor a Moisés– (...). Ahora, deja que se inflame mi cólera contra ellos hasta consumirlos» (Ex 32,8-10).

«También nosotros somos pueblo de Dios y conocemos bien cómo es nuestro corazón; y cada día debemos retomar el camino para no resbalar lentamente hacia los ídolos, hacia las fantasías, hacia la mundanidad, hacia la infidelidad»4. Por eso, de manera especial durante la Cuaresma, podemos pedir luz al Espíritu Santo para ver ese camino de retorno al Padre. Recordar el amor y las maravillas que Dios ha obrado en nuestra vida –como lo había hecho con el pueblo de Israel– nos llevará a recorrerlo con la convicción de que es junto a él como somos profundamente felices.

Esta conversión, sin embargo, no es cuestión de un día, sino de toda la vida. Por eso, lo decisivo no son los resultados inmediatos, sino el deseo de permanecer siempre junto a Jesús, aunque no lo merezcamos. «Mientras hay lucha, lucha ascética, hay vida interior. Eso es lo que nos pide el Señor: la voluntad de querer amarle con obras, en las cosas pequeñas de cada día. Si has vencido en lo pequeño, vencerás en lo grande»5.


CUANDO Dios manifiesta su intención de acabar con Israel, Moisés lo disuade hablándole con filial confianza: «Aleja el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo. Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel» (Ex 32,12-13). Y, tras esta intercesión, recoge la Escritura que «se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo» (Ex 32,14).

La humildad y la confianza de Moisés logran llegar hasta el corazón del Señor. «Su fe en Dios se funde con el sentido de paternidad que cultiva por su pueblo. La Escritura lo suele representar con las manos extendidas hacia arriba, hacia Dios, como para actuar como un puente con su propia persona entre el cielo y la tierra»6. Moisés nos muestra cómo es «la oración que los verdaderos creyentes cultivan en su vida espiritual. Incluso si experimentan los defectos de la gente y su lejanía de Dios, estos orantes no los condenan, no los rechazan. La actitud de intercesión es propia de los santos, que, a imitación de Jesús, son “puentes” entre Dios y su pueblo»7.

El ejemplo de intercesión de Moisés nos lleva a mirar a Cristo, de quien es figura. Jesús intercede continuamente por nosotros ante el Padre. Por eso tenemos la seguridad de que alcanzaremos misericordia. También nosotros, que somos ahora el Pueblo de Dios en la tierra, queremos hacer visible su bondad y su misericordia entre nuestros hermanos, para «orientar la conciencia y la experiencia de toda la humanidad hacia el misterio de Cristo»8. María, como buena Madre, intercede siempre por nosotros y no nos deja nunca solos en este camino de identificación con su Hijo.


Benedicto XVI, Ángelus, 1-VII-2007.
San Josemaría, Vía Crucis, IX Estación, n.2.
San Josemaría, Camino, n. 758.
Francisco, Meditación, 30-III-2017.
San Josemaría, Vía Crucis, III Estación, n.2.
Francisco, Homilía, 17-VI-2020.
Ibíd.
Juan Pablo II, Redemptor hominis, n. 10.