San Pablo y la caridad

“Si no tengo amor…”. Sin la caridad, sin el amor a los demás, nuestras acciones pierden sentido. San Pablo dedicó a esta virtud un hermoso himno, que comenta en este vídeo la profesora Carla Rossi (02’44’’).

"Aunque reparta todos mis bienes, y entregue mi cuerpo para ser quemado, si no tengo amor, de nada me sirve". (1 Cor 13, 3)

La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia; se complace en la verdad; todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. En esta cita tan conocida de la Sagrada Escritura, San Pablo expone el contenido de la ley de la caridad, de la ley del amor, que podemos vivir porque Dios es amor. Él es la fuente que nos permite amar. 

La santidad, la vida cristiana, consiste en amar. No se trata de lograr un perfeccionamiento autoreferencial, sino de vivir una relación con los demás y especialmente con Dios basada en el amor. 

Los demás adquieren de ese modo otro valor, diferente al que les hemos dado hasta entonces. Los demás no son un límite, no son un obstáculo a la expansión de nuestras cualidades; no son tampoco actores secundarios que nos acompañan en la película de nuestra vida. 

En realidad, los demás son los compañeros de viaje que nos ha dado Dios para que aprendamos a amar, a dar y a recibir amor. En compañía de los demás, podemos crecer en el amor, y evitar así el riesgo del egoísmo, del rencor, que nos llevan a cerrarnos en nosotros mismos. 

El amor nos aleja de querer manipular a los demás para lograr nuestros fines, nuestros gustos, y después abandonarles una vez que ya no nos sirven para nada. La ley del amor no consiste en conseguir la autonomía personal tan buscada en la cultura contemporánea. Consiste en amar, en dar y recibir amor, en intercambiar con los demás la humanidad que Dios nos ha dado.


Vídeo publicado en 2009 con motivo del Año Paulino. El Año Paulino fue un jubileo convocado por el papa Benedicto XVI en conmemoración del bimilenario del nacimiento del apóstol Pablo de Tarso. Se celebró entre el 28 de junio de 2008 y el 29 de junio de 2009. Tuvo un marcado carácter ecuménico, según los deseos del pontífice.