Las cartas de San Pablo

El profesor Bernardo Estrada nos introduce a la herencia que Pablo transmitió a los fieles de todos los tiempos: sus cartas a las comunidades cristianas de los primeros años (02’50’’).

"Tales somos en palabras por letra, ausentes, tales seremos también de hecho por la presencia" (2 Cor 10,11). 

Nos encontramos en la Vía Apia. Al contemplar las piedras originales de la calzada construida por los romanos, pensamos en el Apóstol a su llegada a Roma en su cuarto viaje apostólico, el viaje que lo llevó a Roma como prisionero. 

Pablo ya había enviado una de sus cartas a la comunidad de Roma, quizás la más importante, que junto con las cartas a los Corintios y a los Gálatas constituyen el pensamiento más original del Apóstol, donde enseña que la salvación, que él llama "justificación", no se logra por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo. 

Pero los escritos más emblemáticos desde el punto de vista de la misión y evangelización del Apóstol son las cartas a los Tesalonicenses. En ellas muestra cómo una comunidad, partiendo del paganismo, llegó a conocer al Dios vivo y verdadero y a su Hijo Jesucristo que resucitó de entre los muertos. 

Finalmente, en las últimas cartas, llamadas "de la cautividad", Pablo desarrolla una doctrina teológica más profunda la Iglesia como cuerpo de Cristo y Cristo como cabeza de su Iglesia. La gracia que procede de la salvación en Cristo es una gracia que se comunica a todos los miembros del Cuerpo Místico. 

La personalidad de Pablo se refleja en sus escritos. Se ve, por ejemplo, que era una persona apasionada. Al mismo tiempo se reflejan en él, - considerado quizás el escritor más importante del primer siglo - los conceptos cristianos que forja para ayudar a la evangelización. 

Pablo habla de conceptos como conciencia o enseñanza, que son propios del mundo helenístico romano y que sirvieron de vivero para que la doctrina cristiana y la evangelización llegara a todos los pueblos.


Vídeo publicado en 2009 con motivo del Año Paulino. El Año Paulino fue un jubileo convocado por el papa Benedicto XVI en conmemoración del bimilenario del nacimiento del apóstol Pablo de Tarso. Se celebró entre el 28 de junio de 2008 y el 29 de junio de 2009. Tuvo un marcado carácter ecuménico, según los deseos del pontífice.