Meditaciones: domingo 5.º semana Pascua (ciclo C)

Reflexión para meditar el domingo de la quinta semana de Pascua. Los temas propuestos son: la cruz es el camino de la gloria; nuestro amor es la continuidad del de Jesús; el amor comienza en la propia casa.


DESPUÉS del lavatorio de los pies, estando a la mesa, Jesús rompe el silencio y abre su corazón: «Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios le glorificará a él en sí mismo» (Jn 13,31-32). La riqueza de estas palabras se entiende en el contexto de la fiesta judía de la expiación, en la cual el Sumo Sacerdote realiza el sacrificio por sí mismo, por los demás sacerdotes y finalmente por todo el pueblo. El objetivo era volver a dar a Israel la consciencia de la reconciliación con Dios, de ser el pueblo elegido.

En la oración sacerdotal de aquella noche, Jesús, horas antes de entregarse en la cruz, se dirige al Padre. «Él, sacerdote y víctima, reza por sí mismo, por los apóstoles y por todos aquellos que creerán en él, por la Iglesia de todos los tiempos»[1]. Y esa glorificación de la que habla el Señor es la obediencia plena a la voluntad de Dios. «Esta disponibilidad y esta petición constituyen el primer acto del sacerdocio nuevo de Jesús, que consiste en entregarse totalmente en la cruz, y precisamente en la cruz –el acto supremo de amor– él es glorificado, porque el amor es la gloria verdadera»[2].

«El amor verdadero exige salir de sí mismo, entregarse. El auténtico amor trae consigo la alegría: una alegría que tiene sus raíces en forma de cruz»[3]. Es este un misterio que encontró su sentido a la luz de la resurrección de Jesús. «Cada vez que fijemos la mirada en la imagen de Cristo crucificado, pensemos que él, como verdadero Siervo del Señor, ha cumplido su misión dando la vida, derramando su sangre para la remisión de los pecados»[4].


EN EL MOMENTO de anunciar a sus apóstoles que dejaba este mundo (cfr. Jn 13,33), Jesús proclama un mandamiento nuevo: «Que os améis unos a otros. Como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos» (Jn 13,34-35). Cuando el amor con el que vivimos los cristianos es continuidad del de Jesús, se prolonga su presencia entre nosotros.

Puede llamar la atención que Jesús llamara «nuevo» a este mandamiento, ya que en el Antiguo Testamento Dios había comunicado el precepto del amor. La novedad estriba, sin embargo, en la manera y en el origen de ese amor: lo nuevo es «amar como Jesús ha amado». Esto es lo que nos hace ser hombres nuevos, ya que implica dar la vida a los demás como él la dio; todavía más: dejar que Cristo mismo actúe en nosotros. «La inserción de nuestro yo en el suyo –“vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20)– es lo que verdaderamente cuenta (...). El mandamiento nuevo no es simplemente una exigencia nueva y superior. Está unido a la novedad de Jesucristo, al sumergirse progresivamente en él»[5].

El amor del hijo de Dios que vivió entre nosotros es, en realidad, la fuente de todo amor: no tiene límites, abarca a todos, es capaz de transformar las dificultades en ocasiones para amar más. Usando unas palabras de san Josemaría, podemos pedirle a Dios con atrevimiento: «Dame, Señor, el amor con que quieres que te ame»[6].


AL DARNOS el mandamiento nuevo, Jesús nos envía a vivir de su amor, de manera que seamos un signo creíble y eficaz de que el reino de Dios ha llegado al mundo. Con nuestra manera de amar manifestamos a nuestros contemporáneos que realmente todas las cosas se han renovado. Los paganos del siglo primero, maravillados ante esta caridad nueva, decían: «¡Mirad cómo se aman y cómo están dispuestos a morir unos por otros!»[7]. El ambiente entre aquellos primeros cristianos sorprendía a los gentiles: «Se aman aun antes de conocerse»[8].

«El amor comienza en la propia casa –decía santa Teresa de Calcuta–. Primero está vuestra familia, luego vuestra ciudad. Es fácil pretender amar a la gente que está muy lejos, pero mucho menos fácil, amar a los que conviven con nosotros muy estrechamente»[9]. Es en primer lugar a las personas que están más cerca de nosotros a quienes mostramos ese amor que hemos recibido de Jesús. Superando las diferencias y mirando lo que nos une, los cristianos procuramos vivir un amor que se manifiesta en cosas tangibles: «El mismo Jesús (...) nos habla de cosas concretas: dar de comer a los hambrientos, visitar a los enfermos. (...) Cuando no hay esta concreción, se puede vivir un cristianismo de ilusiones, porque no se entiende bien dónde está el centro del mensaje de Jesús»[10].

Amar a los demás como Cristo solamente es posible con la fuerza que él nos comunica, especialmente en la Eucaristía. En ella se ensancha nuestro corazón. María es también, junto a su Hijo, modelo de este amor generoso y total, que sabe vencer todos los obstáculos.


[1] Benedicto XVI, Audiencia, 25-I-2012.

[2] Ibíd.

[3] San Josemaría, Forja, n. 28.

[4] Francisco, Ángelus, 30-VIII-2020.

[5] Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, II, cap. III, pp. 82-83.

[6] San Josemaría, Forja, n. 270.

[7] Tertuliano, Apologeticum, c. 39.

[8] Minucio Félix, Octavius, c. 9.

[9] Santa Teresa de Calcuta, Camino de sencillez.

[10] Francisco, Homilía, 9-I-2014.