Meditaciones: sábado después de Epifanía

Reflexión para meditar el sábado después de Epifanía. Los temas propuestos son: el bautismo para la purificación de nuestros pecados; Juan Bautista conduce a los suyos hacia Jesús; llevar las personas a Cristo

El bautismo para la purificación de nuestros pecados

Juan Bautista conduce a los suyos hacia Jesús

Llevar las personas a Cristo


EN EL EVANGELIO de hoy contemplamos a Jesús que estaba en Jerusalén con sus discípulos «y bautizaba» (Jn 3, 22). El bautismo como rito de purificación de los pecados estaba prefigurado en el Antiguo Testamento por medio de signos: el arca de Noé, el paso del mar Rojo, el cruce del Jordán... Jesús mismo había acudido a aquel río para manifestar su solidaridad redentora, aunque no lo necesitaba: «Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él» (2Co 5,21).

San Pablo relaciona el bautismo de Jesús con la muerte del Señor: «Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte» (Rm 6,3). De hecho, así lo representan el arte y la espiritualidad oriental: «El icono del bautismo de Jesús muestra el agua como un sepulcro líquido que tiene la forma de una cueva oscura, que a su vez es la representación iconográfica del Hades, el inframundo, el infierno. El descenso de Jesús a este sepulcro líquido, a este infierno que le envuelve por completo, es la representación del descenso al infierno»[1]. Nosotros también estamos invitados a revivir ese bautismo en la muerte de Cristo, a cargar con la cruz de cada día para después resucitar con él. Ese es el sentido de la expiación que purifica las huellas del pecado en nuestra vida.

Y san Josemaría nos recuerda que no debemos buscar necesariamente esa purificación en cosas extraordinarias: «Penitencia es el cumplimiento exacto del horario que te has fijado, aunque el cuerpo se resista o la mente pretenda evadirse con ensueños quiméricos. Penitencia es levantarse a la hora. Y también, no dejar para más tarde, sin un motivo justificado, esa tarea que te resulta más difícil o costosa. La penitencia está en saber compaginar tus obligaciones con Dios, con los demás y contigo mismo, exigiéndote de modo que logres encontrar el tiempo que cada cosa necesita. Eres penitente cuando te sujetas amorosamente a tu plan de oración, a pesar de que estés rendido, desganado o frío. Penitencia es tratar siempre con la máxima caridad a los otros, empezando por los tuyos. Es atender con la mayor delicadeza a los que sufren, a los enfermos, a los que padecen»[2].


«SE ORIGINÓ entonces una discusión entre un judío y los discípulos de Juan acerca de la purificación; ellos fueron a Juan y le dijeron: “Rabí, el que estaba contigo en la otra orilla del Jordán, de quien tú has dado testimonio, ese está bautizando, y todo el mundo acude a él”» (Jn 3,25-26). Los discípulos de Juan Bautista sienten preocupación, comprensible por el cariño y admiración que tenían por su maestro, al ver que su prestigio decaía a expensas de la popularidad de Jesús. Surge de modo natural la comparación entre los dos bautismos, que es, en el fondo, una pregunta sobre la identidad de Juan y la de Jesús.

«Contestó Juan: “Nadie puede tomarse algo para sí si no se lo dan desde el cielo. Vosotros mismos sois testigos de que yo dije: “Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado delante de él”» (Jn 3,27-28). Juan corrige el celo de sus discípulos al recordarles su propia enseñanza, la naturaleza de su misión. Él era la voz que anunciaba la llegada del Verbo, como el amigo del novio proclama la presencia del esposo: «El que tiene la esposa es el esposo; en cambio, el amigo del esposo, que asiste y lo oye, se alegra con la voz del esposo; pues esta alegría mía está colmada”» (Jn 3,29).

«Juan fue un gran educador de sus discípulos, porque los condujo al encuentro con Jesús, del cual dio testimonio. No se exaltó a sí mismo, no quiso tener a sus discípulos vinculados a sí mismo. Y sin embargo Juan era un gran profeta, y su fama era muy grande. Cuando llegó Jesús, retrocedió y lo señaló: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo... Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo» (Mc 1,7-8). El verdadero educador no vincula a las personas a sí, no es posesivo. Quiere que su hijo, o su discípulo, aprenda a conocer la verdad, y entable con ella una relación personal. El educador cumple su deber a fondo, mantiene una presencia atenta y fiel; pero su objetivo es que el educando escuche la voz de la verdad que habla a su corazón y la siga en un camino personal»[3].


EL EVANGELIO de hoy concluye con una afirmación rotunda de san Juan Bautista, que se convirtió en lema para los cristianos a lo largo de la historia: «Es necesario que Él crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30). Si la causa del pecado original fue la soberbia de Adán y Eva, Jesucristo nos redimió aceptando con humildad la voluntad del Padre. Su ejemplo es el camino para nuestro andar en la tierra, y el lema del Bautista es una manera concreta de llevar a la práctica la aspiración que revela san Pablo: «No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).

San Josemaría incorporó a su vida esta actitud y por eso repetía con frecuencia que lo suyo era ocultarse y desaparecer, que era Jesús quien debía lucir: «He sentido en mi alma, desde que me determiné a escuchar la voz de Dios –al barruntar el amor de Jesús–, un afán de ocultarme y desaparecer; un vivir aquel illum oportet crescere, me autem minui (Jn 3, 30); conviene que crezca la gloria del Señor, y que a mí no se me vea»[4]. «Es la regla de la santidad: nuestra humillación, para que el Señor crezca (...). La diferencia entre los héroes y los santos es el testimonio, la imitación de Jesucristo. Ir por el camino de Jesucristo, el de la cruz. Muchos santos acabaron tan humildemente. ¡Los grandes santos! (...). Y también es el camino de nuestra santidad. Si no nos dejamos convertir el corazón por esa senda de Jesús –llevar la cruz todos los días, la cruz ordinaria, la cruz sencilla– y dejar que Jesús crezca; si no vamos por ese camino, no seremos santos. Pero si vamos por esa vía, todos daremos testimonio de Jesucristo»[5].

Al comenzar un nuevo año, pedimos al Señor que nos ayude a avanzar por este camino de servicio y de humildad, por esta nueva conversión para imitar a Cristo. La Virgen santa dijo de sí misma que el Señor se había fijado en su humildad. Pidámos a Dios Padre, junto con la Virgen, que nos ayude a que Cristo crezca en nosotros, con la Oración colecta de la Misa de hoy: «Concédenos, por tu gracia, ser semejantes a aquel en quien nuestra naturaleza está unida a la tuya».[6].


[1] Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Barcelona, 2007, p. 42.

[2] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 138.

[3] Benedicto XVI, Homilía, 8-I-2012.

[4] San Josemaría, Carta 29-XII-1947, n. 16.

[5] Francisco, Homilía, 9-V-2014.

[6] Misa del Sábado de la II semana de Navidad, Oración colecta.