Domingo de Ramos

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

¡Aquel Domingo de Ramos fue tan distinto! No hubo el bullicio matutino de años anteriores, cuando salían todos los hermanos a la calle con las palmas, y su padre sacaba la cámara de cine y filmaba a los más pequeños mientras sujetaban con fuerza las palmas, que flameaban indecisas en el aire. Ahora todo era silencio en torno a Montse. Junto a la imagen de la Virgen, estaba la palma que le había enviado Rosa.

Lía estuvo toda la tarde a su lado. Montse estaba muy amodorrada. De vez en cuando se despertaba y conversaban a ratos. "Hubo un momento -recuerda Lía- en el que se incorporó y empezó a decir jaculatorias casi a voz en grito. Besaba frecuentemente el Crucifijo y le decía al Señor muy de prisa, aunque ya casi no podía hablar porque se ahogaba mucho:

-Señor, te quiero mucho, mucho, mucho y a la Virgen también.

Intenté sosegarla:

-Montse, serénate, tranquilízate, descansa... ¡Si el Señor ya sabe que le quieres mucho...! Díselo bajito: yo te iré diciendo jaculatorias y tú las vas repitiendo...

-Sí, Lía. ¿Pero sabes qué me pasa? Que si no se lo digo así, me parece que no me oye... ¡y le quiero decir tantas veces que lo quiero mucho, mucho, mucho...!"

Lía empezó a decirle algunas de las jaculatorias que enseñaba el Fundador del Opus Dei:

-"Corazón Dulcísimo de María, prepáranos un camino seguro... Corazón Sacratísimo de Jesús, danos la paz... Jesús, Jesús, sé para mí siempre Jesús..."

"Sin embargo, la jaculatoria que le oí repetir con más frecuencia -recuerda su madre- era: 'Cuando Tú quieras, como Tú quieras, y de la manera que Tú quieras'".

"Cuando Tú quieras...": era la misma jaculatoria que repetía María Ignacia García Escobar en su lecho de muerte, cuando ofrecía sus dolores por el Opus Dei.

Un día hablaron de nuevo sobre la Virgen.

-"¿La veré pronto, verdad?", le preguntó Montse con el rostro sonriente.

-"Enseguida que llegues, estoy segura", le dijo Lía.

-"Yo también la quiero mucho, mucho..."

Aquel deseo impetuoso de estar con Dios no la alejaba de los que la rodeaban. Lía le aconsejaba que no recibiera a sus amigas, porque estaba agotada por las curas, que duraban de dos a tres horas y aunque se las hacían con todo esmero, le causaban un daño tremendo. En algunas ocasiones, tenían que interrumpirlas, porque se mareaba. Pero Montse pensaba que eso era lo que tenía que entregar a Dios en aquel momento...

Seguía luchando por amar más a Dios, aunque ya no podía ni siquiera leer. "Leedme en 'Camino' algo sobre el Amor", dijo en una ocasión. Había escrito tiempo atrás en su libreta esta oración a la Virgen: "Madre mía, por todas mis infidelidades, dile al Señor que ya no más. Madre mía, por todas las bobadas que hago a lo largo del día, dile al Señor que ya no más. Madre mía, pero Tú sabes que sí, que más".

Se iba uniendo a la entrega total de Jesús en el Calvario. -"Ayudadme a ser valiente -pedía-. ¡Lo necesito tanto!"

-"Montse -le dijo Lía, cariñosamente- no me digas más eso, porque me enfado: tú sabes que sí lo eres".

-"¿Crees sinceramente que lo soy?"

"Cuando le dije que sí -recuerda Lía-, que estaba aguantando mucho, me dio un abrazo y me dijo: 'qué paz me da oírtelo'".