¿Cómo será el cielo?

Biografía de MONTSE GRASES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

-"¿Dime cómo será el Cielo?, me preguntó -cuenta Lía-.

-Algo maravilloso que no puedo explicarte, pero me consta que vas a ser muy dichosa..., le dije.

-¡Para siempre en el Cielo! -exclamaba- ¡Es demasiado, Señor, no lo merezco!

Luego se volvió hacia mí y me dijo con mucha fuerza:

-Tenéis que ayudarme mucho... Tengo miedo, ¿sabes?

Y de repente, haciendo un gesto con la mano, como queriendo abarcarlo todo, me dijo:

-Todas, que me encomienden todas; os quiero a todas mucho, mucho...

Se hizo un silencio. Y volvió a preguntarme:

-Lía: ¿tú crees que el Señor me quiere en el Cielo? A veces tengo ratos en los que me lo paso muy mal. Son como tentaciones que vienen y vuelven... Pero si tú me dices que iré te creo, te creo...

-Mira, es tan maravilloso que no puedo explicarte. Pero me consta que vas a ser muy dichosa... ¿Te acuerdas de lo que leemos en Santa Teresa, cuando dice que se siente incapaz de contar lo que es, porque no hay palabras humanas para expresarlo...? ¿Cómo quieres que te lo explique yo, que no lo he visto?

Entonces me tomó fuertemente de la mano y me dijo:

-Dímelo, repítemelo una y otra vez: iré al Cielo, iré al Cielo, iré al Cielo...

Se lo repetí varias veces y entonces dijo con mucha fuerza:

-Pero, Señor, ¿cuándo?...

Y añadió, casi gritando:

-Virgencita: ¡te quiero mucho, mucho, mucho...!

Luego bajó la voz y dijo:

-Soy una tonta, pero si no se lo digo así de fuerte, me parece que no se lo digo...

Cerró los ojos, y comenzó a decir jaculatorias: Jesús, Jesús, Jesús... y me pareció que se quedaba dormida".

"El día 18 vino María Campí muy pronto por la mañana -sigue contando Lía- para que pudiéramos ir a Misa. Se fueron sus padres y Montse Amat. Yo quería ir también, pero Montse no quiso que me fuera y me quedé con ella. Me apretaba fuertemente la mano.

-Lía..., ¿cómo será el Cielo?, me volvió a preguntar.

Yo le dije lo que pude: que era un lugar maravilloso, muy cerca de Dios...

-¿Te das cuenta -le comenté- de que pronto vas a ver a la Abuela y a tía Carmen y a todos los del Opus Dei que han fallecido...? ¡Cómo te recibirán! ¡Que alegría habrá en el Cielo...! Acuérdate de contarle a Dios muchas cosas de nosotras, y de pedir por las intenciones del Padre... Y allí también estará Isidoro: ¡qué alegría tendrá de verte, con la guerra que le estamos dando...!"

Concluye Lía:

"...Se quedó silenciosa unos momentos. De repente empezó a dar palmas y dijo:

-¡Olé, olé, mañana San José; vendrá a buscarme y me iré al Cielo!"

Amaneció el día de San José. Aquél -soñaba- era su día, su "dies natalis", el día de su nacimiento en el Cielo... El día en el que, como les había enseñado el Fundador del Opus Dei, se iba a encontrar ¡al fin! con el Amor, con toda su belleza, con toda la grandeza y la riqueza y la armonía y el color... Se había pasado la tarde anterior diciendo jaculatorias:

-"Mañana, San José; mañana me iré: me vendrá a buscar el Patrono de la buena muerte... Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía... Jesús, José y María, acoged, cuando muera, el alma mía".

Don Emilio Navarro fue a verla: "me preguntó -cuenta- por las chicas que iban por Llar, y me dijo que estaba contenta, porque, gracias a su enfermedad se habían acercado al Opus Dei algunas amigas suyas... La vi tranquila, cansada, pero sin inquietud de ningún tipo. Recuerdo que estuvimos hablando de Bartolo Llorens, un chico del Opus Dei que había fallecido años antes, poco después de pedir la admisión, como ella, y que ofreció por los apostolados de la Obra todos los sufrimientos de su enfermedad..."

Pero iban pasando las horas del día de la fiesta del Santo Patriarca y... nada.

Incluso aquella tarde, qué ironía, experimentó una leve mejora...

Lía recuerda que "no comentó nada, ni una sola vez". A las doce de la noche rezaron las dos por las intenciones del Fundador: "Misericórdia Dómini ab aeterno et usque in aeternum super eum: custodit enim Dóminus omnes diligentes se..."

"Y entonces -concluye Lía- me dijo en tono algo triste:

-¿Sabes? Parece que me encuentro mejor..."

El Señor le pidió el sacrificio de esa última ilusión: la de "irse" en el día de San José.

"Estaba en un estado médicamente preagónico, con muchas dificultades respiratorias -recuerda don Emilio Navarro, que fue a verla en la tarde del día siguiente- y de vez en cuando tenían que incorporarla, porque se ahogaba. Sufría intensos dolores y había sufrido un gran desencanto porque no se había muerto el día anterior. Y de alguna manera hubo que consolarla...

-Mira, Montse -le dije-, si Dios quiere que estés aquí, con nosotros, será para algo. Quizá el Señor quiera que vayas a su lado más purificada y que le sigas ofreciendo tu dolor..."

Lo aceptó. Y poco tiempo después, le dijo a Lía:

-"¿Sabes qué pienso? Que ya no voy a preocuparme más. Cuando Dios quiera se me llevará".

Sus padres no perdían la esperanza... y como todos los días seguían rezando la novena a Isidoro. Pero en aquella ocasión su padre, al acabar la oración -..."y ser apóstol de mis amigos y compañeros: dígnate glorificar a tu siervo y concédeme por su intercesión el favor que te pido"- dijo en voz alta la petición que ya todos le habían dicho a Dios con el corazón:

-"Por la curación de Montse".

"Yo estaba arrodillada junto a su cama -cuenta Lía- y Montse me cogió la mano y me dijo:

-¿Tú no pedirás eso, verdad?

-¿Qué quieres que pida?

-Que me vaya al Cielo pronto..."

Poco tiempo después Manuel Grases se despidió de su hija, como todos los días, para marcharse al trabajo. Montse le preguntó:

-"Papá, ¿me dejas marchar?

-¿Marcharte, Montse? -preguntó sin entender- ¿A dónde te quieres ir?

-¡Papá, por Dios! -le contestó con fuerza-. ¡Al Cielo! ¡Al Cielo me quiero ir!"

Iban pasando las horas del día veinte de marzo entre ahogos progresivos. Se encontraba muy cansada y abatida.

Vino el doctor Cañadell, que comprobó que la caquexia había llegado a extremos alarmantes y se había complicado con las metástasis pulmonares. Esto era lo que le producía los fuertes ahogos. Ella estaba pendiente del médico. De pronto, le preguntó:

-"¿Falta mucho todavía?"

-"Montse, eso depende de Dios -contestó José Cañadell-. Pero desde un punto de vista médico se puede pensar que aún te queda bastante".

"Al despedirse -cuenta Manuel Grases-, el médico nos dijo, sin que lo escuchara Montse, que todo podía ser cuestión de horas o de muy pocos días.

-¿Ves papá? -comentó Montse, cuando todos volvimos a su lado-. San José no me ha llevado... Estoy tan cansada! ¿Cuándo será?

Yo la veía con tantos deseos de estar ya junto al Señor, que impulsado por un afán de verla feliz, después de tantos sufrimientos, movido de un modo inexplicable, le dije para consolarla:

-Mira Montse: indudablemente, sólo Dios sabe el día y la hora. Pero puedes tener la seguridad de que el día de Pascua de Resurrección estarás a su lado en el Cielo.

Montse me abrazó y exclamó:

-¡No papá...! ¡tan tarde! ¡Lo deseo tanto...! ¿Y falta mucho?

-No, Montse: sólo nueve días (...).

Entonces sonrió feliz y se quedó descansando".

Se acercaban las solemnidades de la Semana Santa. Una Semana Santa en la que el Señor le hizo participar muy íntimamente de los sufrimientos de su Pasión. Vivió aquellos días íntimamente unida a la Cruz, incluso físicamente: en medio de todos sus dolores, nunca abandonaba el crucifijo que le había regalado el Padre. Lo tenía siempre entre las manos, lo mismo que el anillo.

"Aquel anillo -cuenta Carmiña- estaba sin grabar y entonces pensé que le haría ilusión que le grabaran la fecha del día en el que hizo la Fidelidad, y le dije:

-Oye, Montse ¿Por qué no me lo dejas y se lo llevo a Oriol para que te lo grabe?

-No, Carmiña -me contestó- porque de noche, cuando me encuentro muy mal, lo toco, me acuerdo de Dios y sentirlo cerca me ayuda a ser fiel...

-Pero Montse, si en grabar no se tarda nada, si eso lo hacen en el día...

-Bien -aceptó- te lo dejo unas horas, pero luego enseguida me lo devuelves...

Y así lo hicimos. Me lo dejó y a las pocas horas se lo devolvimos.

En esos momentos, como se encontraba tan desfallecida, se le caía con frecuencia el crucifijo de entre los dedos y nos pidió que se lo colgásemos del cuello. Entonces lo tocaba con la mano y unía su anillo con la cruz. Y así pasaba aquellas noches tan malas".

Intentaba hablar, pero no se la entendía. Y seguía pensando en el Cielo...

-"Soy una egoísta -le comentaba a Lía-. No hago más que pensar en el Cielo..."

-"Haces bien, Montse. Es justo que empieces a disfrutarlo y a pensar en la recompensa. De todas formas, acuérdate que estás todavía aquí, y te necesitamos mucho para que nos encomiendes".

-"También lo haré allí, no te preocupes..."

Vinieron las que habían pedido recientemente la admisión en el Opus Dei. Entre los saludos, les decía:

-"Sed fieles, sed fieles, que vale la pena".

Cada vez estaba más débil. Avisaron al médico, que la reconoció y salió luego para hablar con los padres. Regresaron todos menos el doctor.

-"¿Qué ha dicho el médico?", preguntó a una de las que estaban allí, que miró a su madre sin saber qué hacer.

-"Díselo -le dijo su madre-, ¿no ves con qué cara tan sonriente lo pregunta?"

-"Pues nada, Montse, que puedes irte en cualquier momento".

"Entonces le dio un abrazo tan fuerte -cuenta su madre- como si acabara de darle la mejor noticia".

Ese deseo de "irse" era fruto del amor. Un amor "más fuerte que la muerte", como se lee en la Sagrada Escritura, pero que no le quitó el miedo, tan humano, ante ese paso definitivo, y que se expresa en aquel poema que había transcrito tiempo atrás:

"Una de esas noches -recuerda su madre- me dijo con una mirada que reflejaba una gran preocupación:

-Mamá, tengo miedo...

Era como si se sintiera culpable de tener miedo. Yo le dije:

-Montse, es natural que tengas miedo... pero eso no es malo. ¿No te acuerdas de que Jesús en el Huerto de los Olivos, sintió miedo y pidió: 'Padre si es posible pase de mí este cáliz'?

Intenté tranquilizarla a mi manera, pero a ella le parecía que estaba faltando en algo..."

Pasaron lentas las horas de aquel día. Montse esperaba impaciente la llegada de Lía a primera hora de la tarde.

-"Cuánto has tardado hoy, Lía" -le dijo al llegar.

-"Pero Montse, si he venido a la misma hora de todos los días..."

-"Ya lo sé -dijo con voz entrecortada por el agotamiento-, pero es que tenía ganas de verte para contarte muchas cosas. ¿Sabes? Tengo de nuevo miedo a la muerte, he tenido mucho miedo; he dudado si existiría el Cielo, si no nos engañaríamos..."

-"Pero Montse... ¿Puedes dudar tú, por un sólo momento, de que no te queramos tu padre, tu madre y todos los que estamos contigo?"

-"¡No, no!, dijo con gran fuerza".

-"Entonces, ¿cómo vas a dudar del Señor, que te quiere hasta el extremo de darte esas fuerzas que tienes para aguantar todo esto, que aunque tú digas que no es tanto, yo sé que es mucho...?"

-"Sí, todo lo que dices es cierto; pero temo no ser valiente y me da miedo la muerte y el sufrimiento..."

-"También el Señor tuvo miedo en el Huerto de los Olivos ¿Recuerdas? ¡Padre! -exclamó-: pase de mí este cáliz,... pero hágase tu voluntad... ¿Por qué no vas a tenerlo tú?"

-"No quiero tener miedo, pero ¿sabes? -y se tocaba las sienes-, es que me vienen unos pensamientos tan raros y no quiero... ¿Por qué no me pones agua bendita en la almohada? También he pensado en el ataúd y me da miedo..."

-"¿Por qué piensas esas cosas? Mira tu alma vale mucho más que tu cuerpo, y tu cuerpo lo trataremos muy bien porque te queremos mucho. Pero tú no pienses en eso. Piensa ahora en tu alma, que es tan bonita, y Dios la está esperando para llenarla de felicidad..."

-"Es cierto, qué tonta soy. Pero Lía, ¿verdad que no me dejarás hasta el último momento?"

-"Te lo prometo Montse: hasta el último momento estaré contigo, hasta que nos dejes..."

-"Y yo te prometo que no os dejaré. Desde allí te ayudaré mucho..."

Con toda esta conversación se había quedado agotada. "Le aconsejé que descansara un rato -cuenta Lía- y así lo hizo. De vez en cuando movía levemente los labios, y decía algo imperceptible".

-"¿Quieres decirme algo?, le pregunté.

-No; estoy diciendo jaculatorias".

"Me alegré mucho -cuenta su madre- de que aquella misma tarde viniese a verla don Emilio Navarro. Nada más llegar le conté mi conversación del día anterior. Entró en la habitación. Montse estaba muy cansada y don Emilio le dijo que no se preocupase si no podía contestarle:

-Tú me escuchas, ¿verdad Montse?

Ella asentía con la mirada.

-Pues mira, recuerda ahora la agonía de Nuestro Señor Jesucristo en el Huerto poco antes de la Pasión. Se lee en los Evangelios que Jesús tuvo miedo...

Me llamó la atención la coincidencia de que los tres, don Emilio, Lía y yo, le hubiéramos dicho lo mismo... Y se quedó serena. Nunca más la volví a ver preocupada.

Incluso estaba más feliz que antes. Un día estábamos las dos solas y calladas, y de repente me miró y me dijo:

-Mamá, ¡qué felices somos nosotras!"