No podrá salir más

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

"Recuerdo -cuenta su madre- cuando me la trajo Montse Amat... y me dijo:

-Manolita, no podrá salir ya más.

Aquella noche vino el doctor Cañadell y su esposa, medio en plan médico medio en plan amigo: queríamos celebrar juntos el aniversario del comienzo de la labor con mujeres del Opus Dei. Cañadell le había hecho a Jorge una intervención en la rodilla y estaba acostado también: tenía la cama inundada de tebeos. Ibamos de una habitación a otra, entre las bromas del doctor..."

"Mi mujer estaba en el cuarto de Montse, y -recuerda José Cañadell- yo la oía cantar y reír. Entonces Jorge preguntó desde su habitación: ¿Qué estáis celebrando? Y ella dijo en voz alta, muy divertida, haciendo alusión a que el 14 de febrero, además de ese aniversario, es el día de San Valentín:

-Pero, Jorge, ¿no te has enterado que hoy es el día de los enamorados?"

"Ahora, en la distancia, aquella situación, aquel comentario de Montse Amat, pueden parecer dramáticos, tremendos... pero entonces no: lo llevábamos todo como la cosa más natural del mundo, especialmente Montse. No hay mérito alguno por nuestra parte: ella nos lo hizo todo muy fácil..."

"Ella nos lo hizo todo muy fácil". Es decir: Montse procuraba evitar todas las situaciones dolorosas que se dan con frecuencia a lo largo de una enfermedad mortal. Una mañana, cuando vino el doctor, mientras le tomaba la presión, le preguntó directamente:

-"¿Cómo estoy?"

Todos se miraron entre sí. El doctor Cañadell, tras una breve pausa, comentó:

-"Vas marchando".

Se hizo un silencio embarazoso. Nadie sabía qué decir. Hubo un cruce de miradas... Montse solucionó la situación al momento: tomó un estuche negro -útil, pero de diseño no muy estético- que el médico había dejado encima de la cama y le comentó a su padre, con humor:

-"Fíjate Papá: qué estuche tan mono..."

"Pocos días después -continúa su madre- el 22 de febrero, me preguntó:

-Mamá, ¿verdad que tú pides mucho por mí?

-¡Claro! -le dije- Pero tú, ¿qué quieres que pida? Que el Señor te ayude a sufrir, ¿verdad?

Asintió con la mirada. Entonces le pregunté:

-¿No te da pena irte?

Reaccionó enseguida, con una energía sorprendente, aunque estaba agotadísima:

-¡No! ¡No!"