Una carta a sus majestades

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

...Amb alegria i amor

celebrem el dia

que ha nat el Diví Senyor

en una establia.

Si no tenim més tresor

Oferim-li el nostre cor

amb tota la finesa

de nostra fermesa...

Villancico tras villancico, llegó la fiesta de la Epifanía, que en las tierras de España guarda un sabor especial. La noche del día cinco es noche de ilusión e incertidumbre, de esperanzas y nerviosismos. Hubo que insistir a los pequeños para que se durmieran pronto: "si no, los Reyes pasarán de largo con sus camellos y no os traerán nada..." No les fue fácil conciliar el sueño, con la incógnita de si les traerían o no todo lo que habían pedido aquellos misteriosos personajes del Oriente, cuyos pasos creían percibir de un momento a otro en el extremo del pasillo... A Montse le dijeron que pidiera un regalo también, algo "para estrenar", porque como sentencia el refrán catalán: "Per Nadal qui res no estrena res no val..."

"No sé qué pedir -comentaba- porque ha de ser algo que sirva para ahora y para después". Pensó en un bolso. "Nunca había tenido ninguno -comenta María del Carmen- y le hacía ilusión tener uno, 'de persona mayor'". Dudaba, le preguntó a Lía: no sabía en aquel momento qué era lo más importante: la caridad o la pobreza. Hacer gastos en ella, en aquella situación, le parecía algo superfluo... Sin embargo, pensaba -cuenta Lía-" que si pedía cosas para salir a la calle, p. e. un bolso, unos guantes, una bufanda, sus padres verían que estaba animada y también se animaban ellos; por otra parte eran objetos que luego podrían servir para sus hermanas".

Aquel año no podría pasear por las Ramblas, iluminadas con las luces de la Navidad, ni contemplaría el espectáculo de los guardias de circulación -habitualmente altos y orondos, con un breve bigotillo bajo el casco, y una gruesa tira de cuero blanco cruzándole el pecho-, dirigir el tráfico con el aguinaldo a sus pies: una montaña festiva de cajas de botellas de champán, turrones y, a veces, un pavo... No iría a ayudar a vender juguetes a la tienda de su tío, ni acompañaría a sus hermanos a ver la cabalgata, que tuvo aquel año una animación especial: después de los elefantes, de los camellos con los regalos, de los lanceros, los heraldos, los farautes, los pajes con antorchas y los "pooneys", vino una carroza alusiva al satélite artificial americano, el "Explorer I", que había sido puesto en órbita en febrero del año anterior. Y al llegar a la Plaza de San Jaime, gran sorpresa: un paje se había subido en una escalera de bomberos y le había entregado el regalo de los reyes en persona al mismísimo señor Alcalde, entrando por la ventana de su despacho...

Llegó el día 6. Sus Altezas los Reyes Magos de Oriente -por vía de los Sres. Grases- no se olvidaron de Montse y le trajeron un bolso a ella y otro a su madre. Aquel regalo le gustó mucho; pero luego, al ver el de su madre, bromeaba con ella, diciendo que el otro era mejor: ¿y si se lo cambiaban?

Tampoco se olvidaron sus Majestades de regalarle una guitarra. "Manolita le dijo que se la íbamos a regalar -cuenta su padre- y ella sintió que hubiésemos hecho ese gasto, porque pensaba que la podría utilizar por poco tiempo...; pero todavía le estaba diciendo esto a su madre cuando llegué yo a casa con la guitarra. Entonces vio que el asunto no tenía remedio y lo aceptó diciendo:

-¡Bueno! Luego servirá para Ignacio..."

Mientras tanto, los médicos seguían intentando frenar el avance rápido y doloroso del mal. La pierna se le iba inflamando cada día, hasta alcanzar un tamaño desmesurado. Le recetaron unas inyecciones de hígado muy dolorosas, que le solían poner sus padres. "Un día -cuenta una de las que la atendían- su madre me preguntó si sabía ponerlas y le dije que sí. Le puse la primera y fue muy bien: me dijo que ni siquiera había notado el pinchazo. Pero al ponerle la segunda no me di cuenta de que era el lado de la pierna enferma, y le di, como es habitual, tres golpes con los dedos antes de clavar la aguja con bastante fuerza y le puse la inyección.

Al acabar Montse se abrazó a su madre mientras le saltaban las lágrimas. Fue la única vez que la vi llorar. Se repuso al momento y me dijo:

-No, si no me has hecho nada; lo que pasa es que es del lado izquierdo...

En ese instante me di cuenta de que, sin quererlo, le había hecho un daño horrible".