Primer aniversario

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

Aquella era su última Navidad en esta tierra y Montse lo sabía. También sabía que sería muy diferente a las anteriores. Ya no iría como otros años con su madre y sus hermanos a la plaza de la Catedral, en el barrio gótico, en busca de alguna figura para el belén -un pastor, una burra- entre la algarabía de los tenderetes:

-"¡A peseta! ¡Todas a peseta!"

-"Musgo para el pesebre! ¡Muérdago! ¡A peseta! ¡Corderos a real!"

Musgo para el pesebre... hacía un año, justamente un año, paseaba por ese mercadillo con Pepa. Y horas más tarde escribía la carta en la que pedía ser admitida en el Opus Dei y se entregaba plenamente al Señor. Llamó a Rosa por teléfono para decírselo, llena de alegría:

-"¡Rosa! ¡Es mi aniversario!"

Sólo había pasado un año, y ahora... ¡era todo tan distinto! Mientras escuchaba la cantinela de la lotería de Navidad por la radio, contemplaba los adornos navideños de su habitación desde la cama. A cada uno de esos adornos le daba una intención apostólica y le servían para rezar por unos y por otros. Su padre había bajado de lo alto de un armario, con la solemnidad de un viejo rito, el viejo armazón del belén: una caja grande, cuadrangular, en la que cada año se disponían de diversa manera las montañas, el portal y las figuras el pesebre. Aquel belén tenía de todo: molino, castillo de Herodes y río de zinc... (Un año le pusieron agua de verdad: agua corriente que desfilaba rápida entre las figuras inmóviles y se perdía misteriosamente por un agujero... Pero como a veces, se producían inundaciones en las que naufragaban juntos pastores, patos y lavanderas, decidieron volver al papel de plata: era menos expresivo, menos "realista", pero más seguro). Se puso el belén y se cantaron villancicos, como siempre: todo debía seguir igual que siempre: "hay muchos pequeños -comentaba Manolita- y no tenemos derecho a robarles la alegría".

Pero era una alegría silenciosa. Este año no se escuchaban, como en otras Navidades, los gritos por el pasillo de los pequeños al estrenar sus vacaciones. Todos intentaban guardar el mayor silencio para no molestar a Montse. "Una tarde -cuenta Lía- en que estaba con ella y sus padres, en silencio y la habitación estaba casi a oscuras, con todas las ventanas entornadas. De pronto exclamó:

-¡Abrid las luces! ¡Y los postigos de las ventanas! ¡Y no habléis en voz baja...! A ver... ¿por qué no cantamos una canción? ¡Un villancico!

Quería que hubiese alegría... y nos pusimos a cantar su villancico preferido".

Soy una mula, mi Niño, mi Niño

pero te quiero, te quiero.

Cógeme de las orejas,

dame un beso y otro beso,

que yo no quiero besarte,

que tendrás miedo.

La voz se les ahogaba en la garganta. Pero Montse, seguía, jubilosa:

Niño, móntate a caballo,

ven al sendero.

Yo te enseñaré la tierra,

enséñame el Cielo...