Martes, 11 de noviembre. Roma

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

No; Dios no le pidió eso. Y aquellos días en Roma fueron, sin duda alguna, a pesar del dolor físico, los más felices de su vida.

Para que lo fueran, el Fundador había dado una serie de indicaciones muy concretas y precisas. Martha Sepúlveda, una chica mexicana que vivía en Villa Sacchetti, recuerda que indicó que le enseñaran con todo detalle la Sede central y los Oratorios; que en el comedor procurasen sentarse con ella chicas de diversas nacionalidades, para que le contaran anécdotas de la labor del Opus Dei en sus respectivos países; que en la tertulia le cantaran canciones mexicanas, porque sabía que le gustaban mucho; y aunque tenía por costumbre en aquella época hacerse pocas fotografías con los que le visitaban, con Montse quería hacer una excepción. Quería -recuerda Martha- que le hiciéramos pasar esos días lo mejor posible", adelantándose a hacer lo que le pudiera gustar. Les dijo que 'le deberían adivinar el pensamiento'.

"Fuimos a recibirla al aeropuerto de Ciampino Icíar Zumalde, Milena Brecciaroli y yo -recuerda Pepa Castelló- en medio de un fuerte temporal. Y recuerdo que, en el preciso instante en el que aterrizaba el avión, cayó un rayo y dejó a oscuras todo el aeropuerto durante unos momentos..."

También acudió a recibirla Encarnita Ortega. Recuerda que "Montse llegó algo mareada y nos sentamos para que se recuperara. Unos periodistas se acercaron a preguntarnos si era una artista de cine. Sin duda les llamó la atención el recibimiento alegre que le hicimos y su buena presencia".

"Nada más llegar -prosigue Pepa-, mientras Icíar recogía las maletas, Montse me contó que había pasado mucho miedo durante el viaje a causa de la tormenta y que había hecho muchos actos de contrición, porque pensaba que se iba a morir de un momento a otro... Luego comenzó a enseñarme todas las fotografías de su familia que traía para enseñárselas al Padre. Al poco rato llegó Icíar y se la presenté.

-¡Ah! ¡Esta es Icíar!, me dijo divertida. Y nos reímos las dos, porque nos acordábamos de que, cuando no se decidía a pedir la admisión en el Opus Dei, porque pensaba que todavía era muy joven, yo le contaba que Icíar, que era por entonces la directora de Villa Sacchetti, se había decidido también muy joven, más o menos a su misma edad.

Desde el aeropuerto nos fuimos a Villa Sacchetti, donde dejamos a Icíar, y de allí nos fuimos a Villa delle Palme, donde residió los pocos días que pasó en Roma. Nos estaban esperando algunas de las que vivían allí. Habían dispuesto una habitación especialmente preparada para ella: era una salita de estar que habían transformado en dormitorio, de forma que no tuviese que subir ninguna escalera. La habitación estaba muy cerca del Oratorio y tenía un baño al lado.

La ayudé a instalarse y me fue enseñando todo lo que traía: las fotografías, los vestidos y los jerseys que le había arreglado su madre, cambiándoles de forma para que parecieran nuevos".