Volverá

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

"¿No gritaríais de buena gana a la juventud que bulle alrededor vuestro: ¡locos!, dejad esas cosas mundanas que achican el corazón... y muchas veces lo envilecen..., dejad eso y venid con nosotros tras el Amor?"

Todos los días Montse hacía un rato de oración junto al Sagrario, y aquellos puntos de "Camino" la encendían en amor de Dios y la llevaban a deseos cada vez mayores de apostolado y corredención. Sabía que su vocación -la gracia mayor que el Señor había podido hacerle- le llevaba a santificar su trabajo y suponía una entrega plena al apostolado: "No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo soy el que os he elegido a vosotros y destinado para que vayáis y deis fruto..."

Dar fruto... Pero ¿cómo? Nadie nace sabiendo y tuvo que ir aprendiendo a hacer apostolado poco a poco. No le costó mucho, porque el apostolado no consiste en ninguna técnica; es, en palabras del Fundador del Opus Dei, "sobreabundancia de la vida interior". Y Montse tenía vida interior: rezaba, era piadosa, recibía diariamente al Señor en la Eucaristía, tenía un trato cada vez más íntimo con la Humanidad Santísima de Jesucristo, profundizaba en su devoción eucarística, crecía en afán de desagravio...; y además tenía muchas amigas y las sabía querer. Ofrecía por ella muchas pequeñas mortificaciones y las encomendaba especialmente en su oración. "Un día Lía (...) nos dijo -recuerda Sylvia- que iba a haber un curso de retiro abierto en una parroquia cercana y que, si queríamos, podíamos ir a hacer la oración de la mañana y a oír la Misa. Durante aquellos días yo iba a buscar a Montse, e íbamos juntas. Recuerdo que en las meditaciones el sacerdote abría horizontes de amor a Dios y de entrega, y Montse y yo nos mirábamos (...) y encomendábamos a las chicas que asistían".

En Llar le enseñaron cómo es el apostolado propio de una persona del Opus Dei: apostolado de amistad y de confidencia, de servicio y de abnegación; de entrega generosa, sin esperar compensaciones, y de respeto hacia la libertad del otro; sin buscar nunca intereses personales y sin instrumentalizar la amistad, aunque sea por un fin noble.

No le costó mucho llevar esos principios a la práctica. Era "amiga de sus amigas" en toda la extensión del término; y esa expresión en ella estaba llena de sentido. Ser amigo de alguien es mucho más que compartir risas y aficiones: es saber confiar, saber perdonar y -muy importante- saber olvidar. La amistad lleva a aceptar las buenas cualidades del otro... y también sus defectos (aunque se le ayude a corregirlos), y sus manías, y sus aficiones (aunque no coincidan con las nuestras), y sus momentos buenos y esos momentos en los que se pone insoportable. Y eso no siempre es fácil.

Montse sabía ser "amiga de sus amigas": sabía dar afecto y lo recibía; y como consecuencia lógica de esa amistad nacía la confidencia, que facilitaba el apostolado.

Sabía además, que con aquel apostolado participaba de la misión redentora de Cristo para salvar almas. Era una obligación -"id y predicad el Evangelio..."- y un derecho: "Yo ¿por qué me voy a meter en la vida de los demás? -explicaba el Fundador- ¡Porque Cristo se ha metido en vuestra vida y en la mía!"

Sus medios para llevar a cabo esa misión fueron la oración, la mortificación y una acción apostólica vibrante y decidida. Sus "aliados", su simpatía, su buen humor y... el tenis.

Y junto con el tenis, el baloncesto. Formaba parte de un equipo de la Escuela profesional y participaba en un pequeño torneo. Aunque ahora tenía, además del incentivo deportivo, el apostólico. En el equipo había conocido a una chica, Gloria, a la que quería acercar a los apostolados de la Obra.

Gloria era muy deportista: era la jefe del equipo de un colegio que iba a la cabeza del torneo. Y era además, buena estudiante. Un día Montse la invitó a la meditación que tenía lugar en Llar. Al acabar le preguntó si estaba interesada en tener dirección espiritual con el sacerdote, don Julio González Simancas, y en venir por aquel Centro. Gloria asintió. Montse estaba contentísima, y lo comentaba con alegría:

-"¿Te das cuenta? ¡Ha venido Gloria! ¡Volverá!"

Y como el que hace un cesto hace ciento, comenzó a hacer "planes" apostólicos con otras amigas. "Si conseguimos ir a jugar ping-pong a Barcino -le decía a Carmen Salgado- seguro que Mª Luisa Xiol vendrá, porque juega muy bien y le encanta. Así será más fácil que venga a Llar. Podemos estar jugando hasta una hora o así antes de la meditación. Entonces les preguntamos qué van a hacer; les decimos que nosotras vamos a Llar y que también pueden venir ellas; les explicamos que nos reunimos unas cuantas chicas, hablamos de catequesis, roperos, etc... Luego un sacerdote da una charla, hay bendición con el Santísimo, cantamos la Salve..."