Son tan diferentes

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

El día 25 por la tarde, las que habían pedido la admisión en el Opus Dei recientemente tuvieron un rato de tertulia familiar en Llar. Estuvo también Montse que, como recuerda Carmen Salgado, "estaba desbordante de alegría".

A partir de aquel día, como recuerda Lía, aunque estaban de vacaciones, Montse "continuó su vida normal de estudio y trabajo". Iba a misa a LLar a primera hora de la mañana, luego estudiaba, volvía a casa, ayudaba a su madre en las tareas del hogar...

Sylvia recuerda que salían algunas veces de excursión, y evoca una canción que decía: "a través de los montes, las aguas pasarán", que a Montse le gustaba cantar "a ritmo de marcha y a pleno pulmón. Un día, posiblemente el 29 de diciembre de 1957, fuimos de excursión todo el día a una ermita cerca de Papiol (...). Perdimos el camino y tuvimos que subir y bajar montes; nos divertimos muchísimo. Hicimos la oración por la mañana, perdidas entre pinos. Al llegar a la ermita rezamos el rosario y le pedimos muchas cosas a la Virgen (...). Cerca de la ermita acampamos y por la tarde encendimos una hoguera, alrededor de la cual hicimos la tertulia".

Los Grases, como era costumbre en tantas familias españolas, solían escuchar el "parte" de las dos y media. La actualidad nacional, como siempre, no presentaba demasiados cambios. Tampoco la internacional. Sólo los meteorólogos indicaban una novedad: nieve en las montañas. Aquella era la ocasión: ¡O ahora o nunca! Ya se lo cantaban al mismísimo Sant Bernat -"Patró dels muntanyencs i protector dels qui hi viuen i dels que van a les muntanyes"- los montañeros catalanes:

Oh, San Bernat, escolta

fa falta neu, i molta,

l'hivern és un temps breu:

dóna'ns un any de neu...

Pero, ¿para qué querían la nieve aquellos jóvenes montañeros de ciudad, que temblaban y tiritaban bajo sus jerseys de lana en cuanto el termómetro de Barcelona se zambullía por debajo de los cuatro grados sobre cero? ¿A qué venían aquellos blancos fervores?

Todo quedaba muy claro cuando, al final, después de tantas recomendaciones al santo, la canción estallaba en un:

"Visca! Visca! Visca l'esquí!"

Esquiar... ¡Esquiar en la Molina! ¡Deslizarse por las lenguas de nieve y hacer piruetas y bajar y subir y caerse y volver a subir y volver a bajar... con aquella sensación de agilidad, frescor, de libertad...! ¡Qué maravilla! Y reírse viendo a aquel que se pone por vez primera los esquís y camina levantando los pies como el Pato Donald...

Montse no se lo pensó dos veces. ¿Nieve en la Molina? ¡Era la ocasión! ¡A esquiar!

"No era sólo por el deporte -explica Rosa-. Tenía mucha preocupación por tener muchas más amigas y no desaprovechaba ocasión para profundizar en la amistad y en el trato apostólico: un paseo, una excursión, o irse a esquiar..."

"¡Qué ilusión le hizo aquella excursión! -recuerda su madre-. Fuimos a una tienda que había cerca de la calle Provenza, donde facilitaban cosas de equipo, y luego, con los jerseys que tenía, se completó todo. Me levanté para verla salir".

Muy probablemente, como era costumbre entre los deportistas, asistió a Misa a primerísimas horas de la mañana y luego tomó el famoso "tren de esquiadores" que llegaba hasta el fondo del valle. Allí se puso los esquíes, bien sujeto a las botas -habitualmente de cuero- por pequeñas correas...

La vista era espléndida: se divisaban las cimas del Puig-llançada y del Coll de Pal, que se hallan entre los 2.300 y los 2.500 metros de altura...

"Y cuando volvió, al cabo de tres o cuatro días -prosigue Manolita-, me contó que en el tren de regreso, cuando comentó que había bajado aquella pista larga de la Molina, no se creían que era la primera vez que se ponía los esquíes... Yo no hacía más que preguntarle qué tal se lo había pasado y sólo me decía:

-Muy bien, muy bien; pero ¡son tan diferentes! ¡Qué diferentes, mamá!

Como no me contaba nada más, me preocupé y empecé a pensar que a lo mejor le había pasado algo.

-¿Pero es que te ha sucedido algo, Montse?

-No mamá. Es que... ¡son tan diferentes!

-Pero muy diferentes..., ¿en qué, Montse?

Le insistí tanto, que al final me lo contó todo:

-Mira, es que me vi como sola... Yo no conocía a nadie y precisamente en el momento de ponerme los esquíes, me dirigí hacia unas chicas. Todas se los habían puesto ya y se fueron. Me quedé allí sola y me las compuse como pude...

En aquel momento había visto de una forma clara que hay dos maneras de vivir en el mundo: una, de forma egoísta... y otra, generosa y preocupada por los demás, como le habían enseñado en el Opus Dei. Dos formas de vivir en medio del mundo. Pero ¡qué diferentes!"

"Volvió muy contenta -recuerda Lía- pero un tanto preocupada, porque había gastado mucho y solía afinar bastante en la pobreza. El plan de vida lo había llevado bastante bien, aunque con un poco de desorden y me comentó: 'me era un poco difícil, ¿sabes?'"

"Poco después de haber vuelto de una excursión de esquí a La Molina -cuenta Sylvia-, salíamos de Llar, e íbamos corriendo, como muchos días, Muntaner abajo. Ibamos hacia nuestras casas. De repente, Montse se detuvo con un dolor intenso en la pierna izquierda: ay!, ay!, ay!, ay!... para!, para!, para!, para!... Nos paramos y yo le dije -me da vergüenza recordarlo-: Anda, no seas cuentista!.... Y seguimos corriendo calle abajo hasta la esquina de Travesera en la que cada una seguía direcciones distintas".