El segundo Curso de retiro

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

Montse "me llamó la atención de una manera especial", recuerda Lía en sus escritos. Poco tiempo después de esta breve presentación tuvo ocasión de pasar con Montse unos días en Castelldaura, durante los Ejercicios Espirituales y tiempo más tarde se haría con ella esta fotografía:

Montse "estaba muy contenta -recuerda Lía-; me habló de que le ayudara a ponerse un plan serio" (de vida cristiana)". 'Ya lo tengo pero quiero hacer más, y sobre todo ordenado. Ya sé que va a ser un poco difícil, porque somos mucha gente en casa y tengo que ayudar un poco a mama'. Hablamos del 'minuto heroico', (...), de ir a Misa todos los días... y con cara de pasmo me iba diciendo: 'todo eso en casa lo hacen mis padres'. Y comentó: 'Pues, si ellos lo hacen, ¿por qué no voy a hacerlo yo?'"

Montse había ido al Curso de retiro junto con su amiga Ana María Suriol; eran las más jóvenes y les costaba estar en silencio. "Hablaban las dos bastante -recuerda Lía, divertida- pero no solíamos decirles nada". Lía y Pepa comprendían que a su edad, después de las charlas ascéticas y de las meditaciones del sacerdote, tuvieran ganas de charlar y de darse una vuelta, riéndose, por los jardines...

Del motivo de aquellas risas se enterarían más tarde. El primer día, nada más llegar a Castelldaura, Montse había ido probando, de broma, todas las camas que había en la casa, para comprobar cual estaba más blanda y más mullida; y cuando decidió cual era la mejor... se lanzó sobre ella como si estuviera desde lo alto de un trampolín y ¡zás!, tuvo tan mala suerte que la cama se rompió, ante la consternación de Ana María, que vio como acababan las dos -Montse y la cama- en el suelo. Tuvieron que atarla con cuerdas... ¡Vaya un buen comienzo -pensaron- del Curso de Retiro!

De todos modos, Lía y Pepa animaron a aquellas dos jóvenes parlanchinas a que aprovecharan aquellos días de retiro para profundizar en el trato con Dios y a que lucharan por estar en silencio, porque Dios habla bajo...

Fue como un susurro. Montse intuyó lo que Dios quería de ella... pero no del todo. Como sucede en todas las llamadas de Dios, debía superar todavía una pequeña bruma.

Aparentemente no había pasado nada. Nadie se dio cuenta. Ni siquiera Ana María, que lo único que notó fue una mayor alegría en Montse. Durante aquellos días -cuenta- intensificamos nuestras conversaciones espirituales (...). Sin embargo, no me comunicó su vocación o deseos de entrega al Señor hasta algún tiempo después, cuando vio con claridad la llamada de Dios".

En aquel Curso de retiro estaba una chica, Sylvia Pons, algo mayor que Montse, que cuenta: "Eramos doce las asistentes al retiro y tuvimos oportunidad de hacernos amigas todas las que estábamos allí. Montse estaba con una amiga suya Ana María Suriol, de su misma edad, 16 años. El retiro fue muy intenso, como todos los cursos de retiro. Recuerdo que en el comedor leíamos 'Cartas de Nicodemo', de Jan Dobraczynsky, que nos encantaba a todas".

Las "Cartas de Nicodemo" resultaban una lectura perfectamente adecuada para aquel público y para aquellas horas del mediodía. Habían tenido, por la mañana, una meditación antes de la Misa; luego otra meditación y un rato de lectura espiritual. Por la tarde vendría el Vía-Crucis, otra meditación, el Santo Rosario, la bendición con el Santísimo... Y todo en silencio, para favorecer la oración personal, junto al Sagrario o paseando por las avenidas de Castelldaura, bajo las palmeras o los plátanos, divisando siempre la cinta azul del Mediterráneo en la lejanía.

Tras el "affaire" de la cama, Montse y Ana María estaban haciendo con profundidad y seriedad aquel Curso de Retiro... pero es fácil comprender que aquellas dos quinceañeras estallaran en risas al oír en labios de una amiga la lectura del comienzo del primer capítulo de aquel libro:

"Esta enfermedad, Justo, me está destrozando. Antes yo era un hombre lleno de energía, sabía mostrarme suave y comprensivo con los que me rodeaban. No sentía esta continua irritación e impaciencia, esta insoportable necesidad de quejarme sin cesar de los demás..."

Montse -sigue contando Sylvia- tuvo unos cuantos ataques de risa y explosiones, contagiando a las demás".

Una vez superadas las risas, seguía el silencio del retiro y la oración junto al sagrario. En uno de esos momentos Montse atisbó lo que Dios le pedía: la entrega total y plena, dentro del Opus Dei.

Exteriormente nadie notó nada; pero, como recuerda la expresión castiza, "la procesión iba por dentro", aunque por fuera siguiera tan divertida y expansiva como siempre. "Siempre recordaré -comenta Sylvia- los abrazos tan efusivos y tumbativos que daba y lo dinámica que era".

Cuando terminó aquel Curso de retiro, ya de vuelta a Barcelona, comenzó a asistir con más frecuencia a Llar. A primera hora de la mañana acudía con Sylvia a la Misa que se celebraba en el Oratorio del Centro y después se quedaba a ayudar en lo que libremente quería. Era una ayuda eficaz y con frecuencia, divertida. "Nos quedábamos muchas veces -recuerda Sylvia- para hacer la limpieza del Oratorio. Como el suelo era de parqué, le sacábamos brillo frotándolo con bayetas. Estábamos no sé cuanto tiempo frotando con las bayetas en los pies hasta dejarlo resplandeciente. Nos parecía que era más efectivo al frotar, dar una patada al suelo, de manera que hacíamos un ruido fenomenal".

Lía Vila cuenta que, a partir de aquellos tres días de retiro, cada semana charlaban sobre algunos puntos de la vida interior, especialmente sobre la oración; para hacer la lectura espiritual le recomendó, y le entusiasmó, "El Valor divino de lo humano", de Jesús Urteaga; y "La Virgen Nuestra Señora", de Federico Suárez; que asimiló muchísimo y fue un libro muy decisivo en su vida... Recuerda también Lía otros libros de espiritualidad que había leído Montse, como "Dificultades en la oración mental", de Boylan, "Simón Pedro", de Chevrot y otros. También hablaban de filiación divina, de mortificación en las cosas pequeñas, y de apostolado. Y un día le dijo que estaba pensando pedir la admisión en el Opus Dei.

Por esos días -el 8 de diciembre-, Sylvia había decidido ya entregarse a Dios en el Opus Dei. A Montse no le extrañó: ya le había comentado a Nuria, una amiga suya, durante el retiro, que aquello se veía venir...

La decisión generosa de Sylvia debió ser un aldabonazo en su alma, como lo había sido la de su hermano Enrique. Sylvia tenía más o menos su misma edad y ya se había entregado a Dios... "Sylvia -recuerda María del Carmen Delclaux- era una chica guapa, de una buena familia de Barcelona, muy dinámica e independiente para lo que se llevaba en aquella época. Conducía una Isetta y gozaba de mucha libertad de movimientos, poco frecuente entonces. Recuerdo que nos llevaba y nos traía en el coche de acá para allá y el hecho de que gozara de esa autonomía nos sorprendía mucho, porque en aquellos años las chicas, por lo menos en Barcelona, solían vivir en un ambiente familiar muy cerrado".