Y un día

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

"Y un día de aquel verano -recuerda Manolita-, cuando menos nos lo esperábamos, Enrique nos dijo que quería ser sacerdote...

Aquello fue una sorpresa: nos alegramos muchísimo, porque siempre le habíamos pedido a Dios que les concediera vocaciones a nuestros hijos, pero así, tan de pronto, a los dieciséis años, nada más acabar quinto de bachillerato... verdaderamente, nos sorprendió. No; no nos lo esperábamos".

"Entonces -continúa Manuel Grases- fuimos a ver al Padre Gabriel, su director espiritual. El Padre Gabriel nos aconsejó que le dejáramos obrar con libertad. Nos dijo, con palabras muy fuertes, que él, en nuestro caso, se cuidaría muy mucho de jugar con la vocación de un hijo, retrasándole el momento de su entrega.

Aquella separación, humanamente, nos costaba. Pero lo consideramos en la presencia de Dios y vimos que aquello no era ningún sacrificio, sino, como enseña el Fundador del Opus Dei, un privilegio, un honor inmenso para nosotros, una muestra de predilección divina con nuestra familia... Aquello era por lo que había rezado tanto desde que Dios me dio aquel hijo, y ahora me lo concedía... Y le dije a Enrique: 'Mira, yo te aconsejo lo siguiente: este año te pasas de Ciencias a Letras, haces sexto de Letras y en cuanto acabes el bachillerato, te vas al Seminario. Si no, te va a costar mucho el Latín y el Griego cuando llegues allí. Si te parece, te buscamos este mismo verano un profesor de Griego para que no te pille tan de sorpresa. Piénsatelo con toda libertad y luego me dices'".

"Y aquel mismo verano -concluye Manolita-, el día de la Virgen de Agosto, durante unos días en los que Manuel no estaba en casa, Enrique le escribió una carta a su padre en la que le decía que se había encomendado a la Virgen y había puesto en sus manos su vocación; y que gracias a Ella ya había visto claro lo que tenía que hacer: al acabar sexto ingresaría en el Seminario".

Ya lo sabían los padres. Ahora quedaban los demás hermanos.

-"El año que viene me voy al Seminario -dijo de repente Enrique durante una cena. -Voy a ser sacerdote".

Montse y Jorge se quedaron asombrados:

-"¿Qué has dicho Enrique? ¿Que vas a...?"

-"Sí, he dicho eso: que voy a ser sacerdote".

Sucede aquí como en esas fotografías en las que, al enfocar un primer plano, el paisaje del fondo queda con los perfiles desdibujados. No tenemos testimonios de la repercusión que tuvo en el alma de Montse la entrega generosa a Dios, en plena juventud, de su hermano mayor. Ana María Suriol asegura que fue "una de las mayores alegrías que tuvo Montse en su vida, fue al saber que su hermano Enrique quería ser sacerdote. Cuando Montse me dio la noticia le saltaron las lágrimas de alegría, junto con un fuerte abrazo que me dio. Hablaba de su hermano con gran cariño y al mismo tiempo con respeto y admiración". A partir de entonces, en casa de los Grases la atención estuvo centrada en el hijo que marcharía muy pronto al Seminario. Detrás, en un segundo plano, quedaba Montse.

"Nunca hablamos de mi vocación -recuerda Enrique- del mismo modo que yo nunca le preguntaba lo que hacía en el centro del Opus Dei. Nunca hablábamos de estas cosas".

Sin embargo, aunque no poseamos testimonios concretos, es probable que la entrega a Dios como sacerdote de un hermano con el que estaba tan particularmente unida, suscitó en ella ideales de entrega y de amor a Dios. Aquello tuvo que dejar en la intimidad de su alma una huella muy profunda; posiblemente decisiva en el camino de su santidad.

Pero su alcance sólo Dios lo conoce.