Un concurso de tortillas

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

Habitualmente, tras la misa matutina, los "hijos de los veraneantes" solían quedar, como recuerda María Luisa, para hacer un rato de deporte. "No estábamos nunca sin hacer nada -comenta-: cuando no estábamos de excursión nos quedábamos en casa y jugábamos a las cartas, o leíamos... A Montse le gustaba cantar, nadar, ir en bicicleta, jugar al tenis, al ping-pong... La recuerdo así: con una gran pasión por el deporte, y una gran pasión por la vida... Una chica ardiente".

Todos reconocen en Montse una buena cualidad en un deportista: sabía ganar y sabía perder, cosa mucho más difícil. "Una cosa bonita me viene a la memoria -evoca su madre-: recuerdo que en una ocasión jugaban una final de tenis mixto: Montse con un chico que luego fue campeón de club, contra otra pareja en la que la chica era bastante más flojita que él. Su compañero le daba bastante juego a la flojita y entre los dos estaban... ¡venga a apuntarse tantos! Hasta que la madre de esa chica, de una manera muy poco deportiva, empezó a protestar y ellos, sin comentario alguno, se dejaron ganar, ¡así por las buenas!..."

Aquel grupo de amigos -chicos y chicas de catorce y quince años, alegres, sanos y divertidos- demostraban con sus vidas que es perfectamente posible llevar una intensa vida cristiana durante las vacaciones y al mismo tiempo, pasarlo bien sin necesidad de grandes medios materiales. No tenían tiempo para aburrirse. Cuando no sabían qué hacer, organizaban concursos de lo que fuese. Uno de los mejores fue "El Gran Concurso de Tortillas a la Francesa", junto a la "Font de la Borbota", a un kilómetro de Can Sibatté, donde veraneaban los Framis y donde el arte culinario tomaba alientos deportivos.

Para los profanos un concurso de tortillas puede parecer una prueba sencilla y sin interés; pero no es tan fácil, no, cocinar una tortilla en su punto y lograr además que sea del gusto de un Jurado de paladar exigente. Se necesitan unos nervios de acero para que el pulso no traicione cuando la tortilla del vecino va cobrando cuerpo y la nuestra se desmaya lánguidamente en el fondo de la sartén... Y encima, hay que soportar a los agoreros -habitualmente, los hermanos pequeños de los otros concursantes- que intentan desmoralizar al contrario presagiándole el más chamuscado de los finales...

Montse era una más: se integraba perfectamente y no le gustaban las "capillitas", esas amistades particulares que acaban destruyendo todos los grupos de amigos. "Se encontraba bien con cualquier grupo", recuerda María Luisa, y tenía una virtud muy valiosa para la convivencia: sabía hablar y sabía callar en su preciso momento.

Esa virtud -saber callar- se vuelve particularmente difícil en las excursiones, cuando se forma el conocido revuelo a causa del mejor paraje para descansar o el mejor lugar para comer:

-"¿Y si paramos ya y nos quedamos aquí?"

-"¿Aquí? ¿En este sitio?"

-"Pero, ¿qué le ves de malo a este sitio?"

-"Pues no sé... ¿Por qué no buscamos otro? Porque mira tú que andar cuatro horas para pararse a comer aquí.."

-"¿Y aquél de más arriba, qué os parece?"

-"No, ahí ni hablar. ¿Y si seguimos andando?"

-"No, no, nos paramos ya, porque yo estoy cansada".

-"Pues yo no estoy nada cansado. Por mí, tiraría una hora más".

-"Pues yo..."

-"Pues yo..."

-"Pues yo..."

Montse -recuerdan- solía estar de acuerdo, aunque no le gustasen especialmente ni el sitio, ni la hora, ni el lugar que elegían los demás. Solía comentar:

-"Bien, bien, lo que queráis".

Era una pequeña mortificación, aparentemente sin mayor importancia; pero no porque fuera pequeña le debía costar menos, porque era, por talante humano, muy "directa" y obraba con mucha naturalidad.

Esa naturalidad tenía un límite perfectamente conocido por los chicos de la "pandilla". Sabían que Montse no consentía un determinado tipo de bromas, ni de confianzas... y si no, que se lo preguntaran a Andrés Framis, que un día le quitó, para hacerle una broma, el pañuelo de la cabeza, se lo llevó a su casa, y... se encontró, al día siguiente, con todo el genio vivo de la hija mayor de los Grases. "Al principio era un poco susceptible -comenta María Luisa Xiol- y las cosas hechas sin intención a veces la herían, pero las olvidaba fácilmente".

Pero con estas tonterías no llegaba la sangre al río; y además con Andrés, chico bueno, abierto y simpático -"el hombre de confianza" de las madres, que se quedaban más tranquilas cuando iba él en las excursiones-, Montse se llevaba bien, lo mismo que con el resto de la pandilla..., con tal de que Andrés le devolviera enseguida el pañuelo, naturalmente.

Por lo demás, como cuenta María Luisa, en los planes que hacían "no era nada coqueta ni complicada en el trato con los chicos, ni creo, o por lo menos nunca me lo dijo, que se hubiera enamorado o simplemente le hubiera gustado alguno..."