Montse Amat

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

"De todas formas, no fue nada fácil sacar adelante aquella Escuela-Hogar -añade Montse Amat, que participó directamente en aquellos comienzos-. Recuerdo que durante aquellos años pasó el Padre por Barcelona y algunas fuimos a saludarle al aeropuerto, en una escala que hizo de camino a Madrid. Le saludamos y estuvimos charlando unos diez minutos. Nos comentó que le gustaría ir, como siempre hacía cuando venía a Barcelona, a saludar a la Virgen de la Merced; pero que esta vez no podía ser y nos encargó que fuéramos a saludar a la Virgen de su parte. Estuvo muy cariñoso y nos preguntó cómo iba la labor apostólica en Llar. Entonces le dijimos:

-Padre, nos cuesta mucho. Y tenemos muy pocas alumnas.

-Bueno, hijas mías -nos animó-, tened paciencia, tened paciencia.

Pero inmediatamente, añadió, con un gesto muy suyo:

-Pero no mucha, eh: ¡no mucha!"

"Aquellos comienzos de LLar fueron unos comienzos estupendos -continúa Roser-. Digna nos hablaba de los primeros pasos de la labor apostólica del Opus Dei con mujeres en Madrid; y mientras nos enseñaba a cocinar un plato, entre sofrito y sofrito, nos iba explicando, con mucha gracia, diversos aspectos de la doctrina cristiana. Todo lo hacía así: suavemente, sin grandes aspavientos. Y sin parar. Era la gota incesante. Nos acercaba constantemente a Dios; unas veces nos hablaba de temas serios y profundos; y otras nos contaba cosas divertidas para que nos riéramos... como cuando recordaba que nuestro Fundador le decía que ella mentía al decir antes de comulgar: 'Señor yo no soy digna'. '¡Y tú -bromeaba el Padre- eres Digna, hija mía!'".

"En aquellos momentos las que vivían en Llar pasaban muchas estrecheces. Recuerdo que, cuando llegó el verano, Digna quería enseñarnos a hacer helados, pero... en la casa no tenían nevera. Y claro, si no tenían ni para comer, mucho menos para comprar una nevera. Hasta que se enteró de que rifaban una. Y nos dijo: '¿por qué no compráis unos números, a ver si nos toca?'. Yo pensaba que era una broma, pero Digna nos insistía: 'Vosotras rezad, rezad, a ver si nos toca la nevera'.

Total: tanto nos insistió, que compramos unos números... ¡y les tocó la nevera!

Yo entonces todavía no era del Opus Dei y al igual que muchas de las que íbamos por Llar, estaba muy intrigada por saber dónde dormían las que vivían allí. Hasta que una noche me quedé más tiempo en el oratorio y al salir, un poco a deshora, vi que ya se habían ido todas las alumnas. Sólo quedaban las que vivían en la casa y yo. Y mientras me iba escuché sin querer a María Casal -que se creía que sólo quedaban en la casa las del Opus Dei-, que comentaba en la habitación de al lado:

-No hay que preocuparse: si esta noche no nos llegan las mantas, no nos acostamos. Nos quedamos en el planchero con la estufita, y por lo menos dormiremos.

Me quedé sorprendida: lo que hacían para dormir era extender las mantas y las sábanas en el suelo y ya está...; cuando había mantas, naturalmente.

Para mí aquello fue un descubrimiento: entonces comprendí por qué no encendían la calefacción: no tenían dinero y esa calefacción gastaba mucho; y había llegado el invierno y no tenían mantas. Luego me enteré que aquella noche estaban esperando unas que les iban a regalar.

Así fui haciendo mis pesquisas y atando cabos. Y otra noche vi lo que cenaban: acelgas con acelgas, porque no había para más. Entonces se lo dije a las otras alumnas que iban a la clase de cocina y aunque éramos gente joven y no manejábamos mucho dinero, fuimos trayendo latas de comida de nuestras casas, y nos las íbamos 'olvidando' en la cocina disimuladamente, haciéndonos las despistadas...

Lo que sorprendía era la elegancia y el señorío humano con que llevaban esta situación; tanto, que para algunas chicas que acudían por allí pasaba inadvertida. Recuerdo, por ejemplo, que al llegar la Navidad una de las alumnas propuso que les regaláramos un cuadro, una bandejita... Hasta que Digna me llamó y me dijo con toda claridad:

-Mira, Roser: aquí lo que verdaderamente nos vendría bien es una cesta de comida. ¡Eso es lo que nos vendría bien de verdad...!

Estas situaciones de penuria tan extrema no son las habituales en el Opus Dei, donde cada uno se mantiene con su propio trabajo profesional. Son circunstancias extraordinarias que suelen darse en los comienzos de la labor apostólica y que gracias a Dios se solucionaron al poco tiempo. Nuestro Fundador pasó por circunstancias parecidas al comienzo de la Obra. Pero yo no me he olvidado nunca de esto, porque aquellas mujeres me enseñaron como afrontar las dificultades materiales con garbo humano y con sentido sobrenatural.

¡Guardo tantos recuerdos de aquella época! Durante un tiempo dimos clases de catequesis con Rosa Barrica, en el barrio de la Salud de Badalona, y en una escuela de un barrio de barracas de la montaña de Montjuich. Aunque más que una escuela aquello era una barraca, de ésas que usan los obreros para guardar el material. Allí venían los niños, que eran de familias muy pobres.

Ibamos también con mucha frecuencia, como fruto de la formación cristiana que se nos daba en Llar, a visitar a gente necesitada. Aquellos niños del Cottolengo... es como si los viera ahora: les dábamos de comer, les cortábamos las uñas, los lavábamos...

Por su parte, algunas madres de familia del Opus Dei junto con sus amigas iban al barrio del Turó, un arrabal pobrísimo de Badalona para dar catequesis y atender a las necesidades de aquellas gentes, que estaban en una situación muy penosa. Era un barrio de barracas construidas por ellos mismos con maderas viejas, al borde un camino polvoriento, entre piedras y socavones formados por las lluvias. Instalaron un dispensario, con la ayuda de algunas Cooperadoras del Opus Dei, y más tarde un ropero para ayudar a aquella gente necesitada. Y se promovieron muchas labores apostólicas parecidas a ésa, en las que colaboraban muchas madres de familia, como Manolita, la madre de Montse, que por aquellas fechas conoció la Obra".