4. LA PRIMERA COMUNION

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

Aquel año de 1948, les correspondía hacerla a Enrique y Montse. Tanto sus padres como el colegio les habían preparado con una intensa catequesis. Por eso, el 27 de mayo, fue un día muy especial. Los pequeños se pusieron nerviosos, como sucede siempre que hay un movimiento general en la casa. Unos ayudaban a Enrique a ponerse su traje de primera comunión, que -como mandaba la costumbre-, era de marinero. Aunque no era la primera vez que se lo ponía: ya había hecho la Primera Comunión tres semanas antes, el día 6 de mayo, en el Colegio de La Salle, en la Bonanova; hoy acompañaría a Montse, que recibía al Señor por primera vez en la Capilla del Jesús-María.

Era día de gran fiesta: y de agobios y prisas de última hora en los preparativos. Manolita se probaba frente al espejo una mantilla de blonda sobre la alta peineta, mientras Manuel Grases, ya con el chaqué puesto, miraba inquieto al reloj: "Daos prisa, daos prisa -repetía-, no vayamos a llegar tarde -musitaba entre dientes-... como el día de la boda". Los mayores peinaban a los pequeños y ayudaban a vestirlos. Algunos se aturullaban y su padre les recomendaba serenidad, recordando el conocido "Vísteme despacio, que tengo prisa"... Al final, cuando estuvieron todos a punto salieron a la calle, hechos un brazo de mar. Iban de punta en blanco. ¡Qué alegría! Y no era para menos: ¡la primera Comunión de Montse!

Llegaron al Colegio. Se respiraba aire de fiesta. En el amplio vestíbulo de inspiración gótica, con el suelo de baldosines de rombos rojos y cenefas caprichosas, esperaban ya las otras familias, engalanadas para la ocasión. En la pared, sobre la puerta, se leía una jaculatoria: "Sean por siempre alabados Jesús y María".

Subieron la gran escalinata blanca de la entrada que conduce hasta el amplio corredor del primer piso, junto a los altos ventanales del patio. Allí, en el costado de la derecha, estaba la capilla.

Era una capilla de buenas dimensiones, con grandes arcos de medio punto. En los días de gran solemnidad como aquél, cabían todas las alumnas del Colegio. En aquel momento, parecía como nueva, distinta... Habían encendido todas las luces y relucía con destellos la Virgen del retablo, que mostraba sonriente al Niño con los brazos abiertos. Debajo de la imagen se leía la inscripción: "Monstra te esse Matrem": "Muestra que eres Madre". Y más abajo, descendiendo escalonadamente, unas lámparas de cristales multicolores daban su luz tenue al Sagrario. Los padres y los familiares aguardaban sonrientes, sentados a lo largo de la sillería de corte gótico, o en los primeros bancos, cerca de la imagen del Corazón de Jesús.

Dio, solemne, sus primeros acordes el órgano, que se alzaba, majestuoso, en el coro, entre destellos dorados y rojos. Todos se pusieron de pie y comenzó la Misa...

"Esta es una de las fotografías que le hicimos como recuerdo de la Primera Comunión -cuenta su madre-. Tras la ceremonia vinimos a casa y lo celebramos en familia. Tuvimos una sencilla fiesta infantil en la que actuaron unos payasos, que estuvieron haciendo bromas y contando chistes. Fue un día inolvidable... Y una vez que hubo acabado todo, al despedirse, mi tío Mauricio le preguntó a Montse qué era lo que más le había gustado. Ella respondió rápidamente:

-¡Los payasos!"

"Más de una vez le he dado vueltas a esa respuesta suya y siempre me ha parecido muy natural que contestara, aunque a partir de entonces ya no hubo más payasos el día de la Primera Comunión, para que ese día estuviesen pendientes sólo de lo único importante: de recibir por vez primera al Señor Sacramentado. Cuento esto porque cuando me preguntan cómo era Montse de pequeña me dan ganas de repetir esta frase. Pero no lo hago, porque quizá no lo entenderían.

Y es que todo lo de Montse fue así: enormemente pequeño. No hizo nunca nada 'espectacular'. Se fue acercando a Dios poco a poco, identificándose con El, poquito a poco, paso a paso, por el camino de las cosas pequeñas...

Lo normal, por otra parte, en una niña de su edad, es que contestara eso y no que había estado en éxtasis o algo parecido; porque, aún suponiendo que hubiera tenido un éxtasis, por poner un ejemplo, tengo entendido que eso es un don que concede el Señor gratuitamente. Y lo suyo fue siempre fruto de la gracia y de una lucha diaria, constante, por enamorarse del Señor y de un esfuerzo para vencerse en lo grande y en lo pequeño; en todo: en la vida de piedad, en el trato con los demás, en el carácter... sí, sobre todo en el carácter, porque es evidente que era viva de genio".

"Sí, era viva de genio -matiza su padre-, pero no hay que pensar en nada fuera de lo normal. Tenía el carácter de una niña pequeña llena de vitalidad, nada más. Por lo demás era muy equilibrada, alegre y sencilla. Y estaba siempre serena. Bueno... casi siempre".

Ese "casi" alude a las rabietillas y "erupciones" de genio de la pequeña Montse. Sin embargo, por lo que cuentan sus padres, los fuegos volcánicos de aquel pequeño Etna con trenzas no pasaban de las chispas normales que saltan en las peleas domésticas entre hermanos; y a los pocos minutos aquel fuego infantil se convertía en lava de risas, juegos y correteos por el pasillo, como sucede en cualquier familia numerosa... Aquí la vemos sonreír a la cámara, en una estampa típicamente barcelonesa, jugando con sus hermanos, bajo la atenta mirada de "la abuelina", entre las palomas de la plaza de Cataluña.

"Sí; tenía genio: era muy resuelta, muy decidida, desde pequeñita. Yo recuerdo que siempre que jugábamos -comenta divertido, Enrique Grases- yo hacía valer mis derechos de hermano mayor y me encantaba hacerla rabiar, diciéndole que yo sabía mucho más que ella, porque iba en un curso inferior al mío... Un día, durante la cena, le dije que en la clase de Religión nos habían explicado una cosa muy difícil, muy difícil...-...

tan difícil -le dije para picarla, porque sabía que entraría al trapo rápidamente- que nadie, nadie, la podía entender.

-¡Pues seguro que se puede entender!, dijo ella enseguida.

-Pero Montse -seguí pinchándola yo, con muy mala intención- si no hay nadie que lo entienda... ¡Qué lo vas a entender tú!

-¡A ver, a ver, -preguntó, toda decidida- dime qué es!

-Es... el misterio de la Santísima Trinidad.

-Pues fíjate tú -contestó, entre nuestras risas, con un gesto que la retrataba perfectamente- ¡eso es, precisamente, lo que a mí me resulta más fácil de entender!"