Isidoro

Biografía de Montse Grases, "La alegría de la entrega" (1941-1959), escrita por José Miguel Cejas.

Volver al índice

Aquellos primeros meses de 1943 fueron también de dolor, de sufrimiento y de noches en vela para el Fundador del Opus Dei. Isidoro Zorzano había caído enfermo y los médicos acababan de dar el diagnóstico, mortal a breve plazo: padecía la enfermedad de Hodking, linfogranulomatosis maligna. Era una enfermedad incurable y dolorosa: la inflamación crónica de los ganglios le producía escalofríos, fiebre alta, gran agotamiento, pérdida de fuerzas, y una inapetencia progresiva. Cualquier movimiento le producía una intensa fatiga. Apenas podía hablar. Las masas ganglionares le comprimían los bronquios y se le hacía difícil conciliar el sueño. Su respiración era acelerada, jadeante.

Lo mismo podía durar dos días que dos meses. En esa situación el Fundador pensó que era necesario explicarle su situación para que pudiera prepararse espiritualmente. A pesar de lo que debió costarle, se lo dijo con gran claridad. "Isidoro -cuenta don Alvaro del Portillo- reaccionó con una alegría formidable, y eso que él no se pensaba que tenía tan próxima la muerte, ni mucho menos (...). Entonces, Isidoro preguntó al Padre:

-Padre: ¿de qué asunto me tengo que preocupar, en cuanto llegue al Cielo: por qué quiere que pida?"

El Padre le respondió que pidiera, en primer lugar, por los sacerdotes; después, por la labor con mujeres; luego...

Esa petición por los sacerdotes tenía un sentido muy concreto: poco tiempo antes, durante la mañana del 14 de febrero de 1943, mientras celebraba la Santa Misa en un centro de mujeres del Opus Dei, Dios había mostrado al Fundador cuál era la solución jurídica que había buscado durante mucho tiempo para los sacerdotes de la Obra, sin encontrarla: la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Era una solución que respondía plenamente a la luz recibida el 2 de octubre de 1928, en la que había visto el Opus Dei con seglares y sacerdotes en íntima cooperación.

La perspectiva de ir pronto al Cielo llenó de alegría a Isidoro: "¡pronto iría al cielo -recuerda don Alvaro del Portillo-, y desde allí podría trabajar mucho por lo que más le preocupaba al Padre!"

Al Fundador le emocionó la reacción tan sobrenatural de aquel hijo suyo ante la muerte y recomendó a los que le rodeaban que les dijeran siempre a los miembros del Opus Dei que se encontraran en ese trance -peligro de muerte- la verdad de su situación. "No se lo ocultéis -dijo-. Yo se lo he dicho claro a pesar de que he visto que se quedaba de momento contrariadísimo, al enterarse del pronóstico. Pero ha reaccionado enseguida con una alegría grande".

Lo ingresaron en el Sanatorio de San Fernando. Don Josemaría le visitaba con mucha frecuencia, a pesar de todas las obligaciones que recaían sobre sus hombros. Tenía con él innumerables detalles de cariño: se preocupaba de que le prepararan unos pasteles el día de su santo, de que le llevaran una palma bendecida el domingo de Ramos... Los miembros del Opus Dei se turnaban para que estuviese continuamente acompañado.

Mientras pudo, Isidoro siguió haciendo su vida de siempre, sin perder la alegría, a pesar de los continuos dolores que sufría, los insomnios y las frecuentes náuseas. "Hace mucho tiempo que sabe que se muere -comentaba el doctor Palos, Director del Sanatorio-, y, sin embargo, está tan tranquilo. Cuando se le dice que está mejor, lo agradece con una sonrisa que envuelve un fondo de amable ironía".

-"Mirad la paz y la alegría que se tienen en el Opus Dei -comentó el Fundador-, cuando se va a morir".

Poco más tarde, lo trasladaron al Sanatorio de San Francisco, de la calle Joaquín Costa. En esta fotografía del 21 de abril de 1943, se ve a don Josemaría velando junto a su lecho:

Dios se llevaba de su lado a un hombre fiel, en el momento que más lo necesitaba. El Fundador aceptó esa Voluntad divina, aunque le costaba: Dios sabía más.

En la primavera de 1943 Isidoro esperaba ya la muerte, y el 15 de abril, Viernes de Dolores, creyó que ya había llegado su hora. Vino el Fundador y le administró la Extremaunción. "¡Qué hermoso día para morir, Padre -comentó Isidoro-, y ver hoy a la Virgen!"

Pero Dios no lo llamaba todavía y el peligro pasó pronto.

Isidoro siguió rezando, con la misma serenidad de siempre, ofreciendo todos sus dolores por la Iglesia, por la Obra y por los primeros sacerdotes del Opus Dei.

El 15 de abril uno de los que le acompañaban le oyó musitar: "Siento que el Señor me llama por momentos... Saca fortaleza de mi muerte: perseverancia, perseverancia... Sed muy fieles al Padre... y mucho amor a la Obra. Que no haya nada que nos ate a la tierra".

Murió, con una gran paz, a las cinco y media de la tarde del 15 de julio de 1943, víspera de la Virgen del Carmen. Con la mirada puesta en ese último momento, dijo en una ocasión: "Cuando un día el Señor nos llame, como me llama a mí ahora, sentiremos esta paz y alegría que sólo puede ser fruto de una vida que le ha sido fiel. Solo por alcanzar esta paz en la última hora, bien se puede hacer lo poco que por el Señor hacemos..."

Por la noche, uno de los que le acompañaban escribió: "Pasó inadvertido. Cumplió con su deber. Amó mucho. Estuvo en los detalles. Y se sacrificó siempre".

Años más tarde, entre 1948 y 1954, se instruyó en Madrid el proceso informativo sobre la fama de santidad, vida y virtudes de este hombre bueno y fiel. La vida callada y de intenso trabajo profesional hecho cara a Dios de Isidoro Zorzano ha sido, desde su fallecimiento, un estímulo hacia la santidad para miles de cristianos que luchan por santificarse en medio del mundo. Su muerte, aceptada con alegría, ha tenido una influencia decisiva en la vida de muchas personas y de modo singular, como veremos más adelante, en la de Montse Grases, que se reponía durante aquellos días de aquella enfermedad que podía haber sido mortal...