Más casualidades

Biografía de MONTSE GRASSES. SIN MIEDO A LA VIDA, SIN MIEDO A LA MUERTE. (1941-1959) por José Miguel Cejas. EDICIONES RIALP MADRID

Pocos meses después de que Manolita García y Manuel Grases se conocieran por casualidad en el Sanatorio del Montseny -aunque ya se sabe que "casualidad" es el nombre que utiliza la Providencia divina cuando trabaja de incógnito-, a cientos de kilómetros de allí, en la capital de España, tuvo lugar otro encuentro, también aparentemente "casual", entre un sacerdote joven y un estudiante de Medicina de diecinueve años. Ese encuentro tenía también la enfermedad de la tuberculosis como telón de fondo.

Aquel estudiante es hoy el doctor Juan Jiménez Vargas, un prestigioso catedrático de Fisiología ya jubilado. "En mi pandilla de amigos -cuenta-, en su mayor parte estudiantes de Medicina, se encontraban dos que conocían a don Josemaría y decían que era su confesor. Nosotros admirábamos a aquel sacerdote sin haberle visto nunca y sin saber exactamente qué era aquella labor de apostolado que, según ellos, realizaba. Le admirábamos, pero no mostrábamos el menor interés en conocerle. Sólo le oíamos hablar de apostolado, de dirección espiritual y también de visitas a pobres y enfermos de hospitales, y por eso algunos de nosotros decíamos que no nos interesaba 'la mística' de don Josemaría...

"Los que conocieron a Juan Jiménez Vargas durante aquel tiempo lo recuerdan como un chico fogoso y decidido, buen cristiano, aunque entonces sin especiales inquietudes espirituales, muy audaz y comprometido políticamente. El país atravesaba uno de los periodos más turbulentos de su historia y el talante humano de Juan no soportaba las medias tintas: militaba activamente en una asociación política y estaba dispuesto a salir a la calle en cualquier momento para defender sus ideas -políticas, sociales y religiosas- frente a quien hiciera falta. Pensaba que lo importante era pasar a la acción. Y cuanto antes.

Sin embargo, un día, cuando paseaba por Madrid con uno de aquellos amigos, se topó de improviso con aquel sacerdote del que tanto le hablaban. Fue "un encuentro casual en la calle Martínez Campos -explica Jiménez Vargas-, a la salida del Metro. Hablamos muy poco rato, aunque lo suficiente para que me quedara una impresión inolvidable...".

Una impresión inolvidable. Pero sólo eso: una impresión, pues "seguí sin tener demasiado interés en volver a verle", recuerda Jiménez Vargas. Don Josemaría intentó concertar una cita, pero Juan no estaba dispuesto a concretar: todo quedó en ese "nos veremos un día de éstos", con el que se disimulan pudorosamente en España algunas negativas. Pasaron los meses y el sacerdote seguía enviándole recados por medio de sus amigos. Pero Juan no daba demasiadas muestras de interés. Estaba claro que en su agenda había asuntos mucho más urgentes que "hablar con un cura".